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Parece que Rafael no murió inmediatamente. Parece que lo arrastraron, los juntaron y Rafael, el más chico, estaba vivo todavía y estiró la mano para tomar a su hermano y ahí murió... Para mí eso me da una gran satisfacción... como los hijos, los hermanos... es posible que se quieran tanto de dar la vida por el otro; de tratar de acercarse... eso para uno como padre realmente lo hace sentirse bien.
No entendemos por qué 'ese día' ellos estaban juntos. Creemos que se juntaron por algo efectivo. Estuvieron todo el día en el sector, mucha gente los vio, visitaron amigos y familias. Sabemos donde tomaron desayuno, sabemos que Rafael jugó con algunos niños. Después supimos que la Tenencia Alessandri recibió una llamada telefónica a las 7 1/4 de la tarde sobre la presencia de sospechosos en el sector.
Carabineros ordenó que se detuvieran y según algunas personas, no se detuvieron... arrancaron, el furgón los siguió pidiendo refuerzos; los acorralaron y un carabinero disparó obligándolos a huir hacia donde los estaban esperando y ahí los acribillaron. Eduardo murió instantáneamente, Rafael quedó herido, fue subido al furgón y rematado ahí. Posteriormente su cuerpo fue arrojado junto al de su hermano.
Roberto Bolton, sacerdote diocesano, en su testimonio titulado EN LA MEMORIA HISTÓRICA DE LOS OPRIMIDOS, escribe:
"Al atardecer del día 29 de Marzo de 1985, en los sectores populares de la ciudad de Santiago, donde se esparció como un reguero de pólvora la noticia: "¡mataron a Eduardo y Rafael Vergara!", se produjo una especie de espasmo de tragedia, de dolor, de indignación y de impotencia. Carabineros había asesinado a dos de los mejores y más queridos elementos de la juventud de la zona oeste de la capital. ¡Sensación de un gran vacío y de un terrible sin sentido!
La eucaristía que celebré al día siguiente en la Villa Francia, en el pequeño altar que situamos entre los dos cuerpos, es la más estremecedora que he celebrado en casi cuarenta años de sacerdote.
El funeral del día 31; el traslado de los restos en hombros de sus compañeros, desde Villa Francia hasta la Iglesia de Jesús Obrero; la eucaristía que allí se concelebró por decenas de sacerdotes en medio de una muchedumbre que el vasto templo no pudo contener; la marcha, después, al cementerio entre banderas, aclamaciones, consignas y cantos, fueron actos que revistieron una mezcla de fe pública religiosa y de combatividad vibrante no vistas antes en Chile.
Después, todos los meses, el día 29, ha estado habiendo una romería, un acto o una celebración en el lugar donde vivieron y donde murieron los Vergara, siempre significativa y activamente presididas por Manuel y Luisa, sus padres. Cada vez, y poco a poco, estos actos han ido configurando, como en un proceso, el sentido profundo y el valor histórico de la vida y de la muerte de los hermanos Eduardo y Rafael".
Yo creo que nuestra familia fue muy linda, nos amábamos tanto. Yo tengo un sentimiento terrible de pérdida incluso de Pablo y Anita. La verdad es que va a costar bastante poder nuevamente normalizarnos, aunque yo creo que nadie puede vivir normalmente ahora. Nosotros lo hemos conversado mucho con Luisa, de que todos queremos vivir en normalidad, en un país que es anormal. Entonces es como una irracionalidad, como una tontera colectiva la que tenemos nosotros, porque es imposible. Si nosotros tenemos cierto grado de sensibilidad, no podemos seguir viviendo así, como si no nos importara nada la demás gente.
En Abril de 1985 días después de la muerte de sus hijos. Luisa y Manuel, Pablo y Ana Luisa escribieron a sus amigos, comunidades cristianas, organizaciones populares, sindicales y políticas, la siguiente carta:
"El día 29 del mes de marzo nos han asesinado a nuestros hijos!
¡Qué tremendamente duro es enfrentarse a la muerte de un ser amado, más aún si se trata de carne de nuestra carne, vida palpitante de nuestro ser como son los hijos! ¡Cómo estamos sufriendo! Eduardo y Rafael amaban la vida, como todos los jóvenes la aman, ellos amaban la alegría y la paz; ellos querían estudiar... pero jamás a costa de la miseria, de la ignorancia y de la angustia de una gran mayoría de seres humanos, hermanos nuestros. Ellos querían una vida abundante para todo el pueblo de Chile, porque la motivación de su entrega y de su compromiso era dado por el Dios de la vida, el Dios democrático, el Dios fraterno.
Eduardo y Rafael murieron porque estaban llenos de ideales populares, porque querían transmitir vida a nuestro pueblo tan aplastado; porque tenían dignidad y querían que todos vivamos dignamente, según la meta del Dios que nos creó.
Nuestros hijos eligieron el camino más difícil, el de la solidaridad comprometida con nuestro pueblo. Solidaridad que los llevó a dejarlo todo, a no tener nada, ni bienes materiales, ni seguridades, ni comodidades. Tan grande fue su amor por los demás, tan grande su deseo de una sociedad sin poderosos, sin privilegiados, que ofrecieron su vida misma, su preciosa vida por conseguirlo.
Durante estos últimos años han muerto muchos chilenos, especialmente jóvenes ¿qué estamos esperando? ¿que muera tu hijo, o el hijo del vecino?. Ante esta dramática realidad de muerte en que se nos ha sumido con asesinatos en las calles de nuestro país, con cementerios clandestinos con desaparecidos, con casas de tortura diseminadas por todas partes, con escuadrones de la muerte; mentiras y miserias por doquier, llenando nuestros corazones de miedo. ¿Cuánta responsabilidad cae también sobre nuestros hombros, sobre nuestras conciencias?
Nosotros como cristianos tenemos la certeza absoluta de que el Dios de la vida no quiere más lágrimas en nuestra tierra. El nos empuja y nos muestra caminos para la fraternidad basada en la justicia, pero nosotros la esquivamos, no lo tomamos en cuenta. A Dios, creemos nosotros, no se le toma en cuenta tanto con palabras, sino con hechos concretos.
Estamos ante un desafío histórico: o seguir acompañando cortejos de muerte, o trabajar unidos por la Vida. Y tenemos que asumirlo cada chileno: nadie debe quedar indiferente... en nuestros trabajos, en nuestras escuelas, en nuestras poblaciones... pero la principal responsabilidad corresponde, sin duda, a nuestros dirigentes políticos, sociales, sindicales, gremiales y estudiantiles, como también a nuestra jerarquía católica.
Este llamado lo hacemos desde nuestros corazones y está dirigido al corazón de cada uno de ustedes.
Los saludamos desde nuestro dolor, pero con una gran esperanza".
Nosotros, lentamente, dolorosamente, hemos ido entendiendo que Dios no quería la muerte de nuestros hijos, ni la de Óscar, ni la de Carlos, ni la de Paulina, ni la de José Manuel, ni la de Don Santiago, ni la de Manuel, ni la de miles y miles de chilenos que han caído abatidos por la dictadura durante estos doce años. El no quiere la muerte de sus hijos; pero sí cuenta con nuestro amor comprometido para hacer realidad la sociedad nueva, la sociedad fraterna, la sociedad socialista.