La represión política: daño y reparación |
Luis Ibacache S., médico-psiquiatra
Jaime Meléndez V., psicólogo
Luisa Castaldi, psicóloga
Margarita Cabrera O., asist. social
Héctor Vega R., asist. de investigaciónJornadas de Psiquiatría Comunitaria.
Santiago, mayo de 1991.I. Introducción
De acuerdo a lo postulado por el biólogo H. Maturana, la característica esencial que define al hombre es el amor, expresado como un modo de vida en el cual la aceptación del otro como un legítimo otro en la convivencia es una condición necesaria para el desarrollo físico, conductual, psíquico, social y espiritual normal del niño, así como para la conservación de la salud física, conductual, psíquica, social y espiritual del adulto. (1) Durante el período histórico del cual estamos saliendo fue precisamente la negación del otro, como un legítimo otro en la convivencia, el elemento central de nuestro relacionarnos. La desconfianza y el temor ocuparon el lugar del amor como la emoción desde la cual interactuamos recursivamente y transformó nuestros modos de relación.
En el presente trabajo hacemos un análisis, desde nuestra experiencia como miembros de un equipo de salud mental de un organismo de derechos humanos, de los daños provocados por el miedo y tentamos algunos caminos de reparación.
No pretendemos alegar objetividad, pues frente a la muerte y la tortura no hemos sido neutrales y, por lo tanto, nuestras observaciones no tienen la distancia ni la «asepsia científica« que, según algunos, sería necesaria. Entendiéndolo así, deseamos promover la discusión imprescindible para lo cual aportamos nuestra visión.
Las ideas y conceptos aquí expresados no son sólo nuestros, pues resumen y contienen la experiencia de otros equipos y personas que trabajan en el tema. En estricto rigor, no somos autores, sino sólo participantes de un quehacer aún en elaboración.
II. Algunos conceptos preliminares
a) Salud Mental.
Hasta ahora las nociones sobre la salud mental han enfatizado la capacidad de los individuos para adaptarse cognitiva, afectiva y conductualmente a las demandas del ambiente. Sin embargo, este concepto ha ido evolucionando y considera también la capacidad de respuesta del ambiente a la acción del individuo y de los grupos. Haciendo nuestra una definición del Ministerio de Salud canadiense podemos decir que «la salud mental se refiere a las capacidades de las personas, los grupos y el ambiente de interactuar entre sí, de modo de promover el bienestar subjetivo, el desarrollo y uso óptimo de las capacidades psicológicas, cognitivas, afectivas, relaciónales, el logro de metas individuales y colectivas consistentes con la justicia y el bien común». (2)
Delimitamos el ámbito de la salud mental como aquel que considera a la persona como un todo: su ser biológico, sus vivencias, sus relaciones afectivas, .su ser social y el contexto histórico en el cual se desenvuelve. La salud mental se expresa entonces en las capacidades del ser humano de experimentarse como un ser autónomo, consciente, integrado; capaz de vivir en una relación creativa y solidaria con el mundo y los demás. El desarrollo de la persona está, de este modo, dialécticamente relacionado con las condiciones del «ambiente humano».
Por consiguiente, los procesos de lo normal y lo patológico en salud mental no son problemas del conocimiento y competencia exclusiva de técnicos o especialistas, sino patrimonio de toda y cualquier persona. Esto quiere decir que las personas tienen claras aspiraciones de lo que debe ser un vida mental sana. Estos valores o aspiraciones se reproducen en los valores de grupos sociales concretos; son parte de su patrimonio cultural. Por ello, afirmamos que la salud mental no es un bien que se produzca para ser entregado sino que se construye, corrige y recrea en la acción dinámica de todos los sectores e individuos de la sociedad. (3)
b) Derechos Humanos.
Los valores y normas que definen los derechos humanos tocan a la esencia del hombre. Ello implica que deben ser asumidos y alcanzados por cada persona y por cada pueblo como derechos que le pertenecen y no como derechos que deban recibir pasivamente.
Los derechos humanos representan la lucha constante de los hombres para alcanzar la igualdad, la libertad, Injusticia, la paz. Y, por sobre todo, el pleno desarrollo humano.
La indivisibilidad de los derechos humanos que reúne en un todo a los derechos civiles y políticos con los derechos económicos y culturales permite que la salud mental se exprese en la libertad y en la justicia, y alcance su plenitud a través de la educación, el trabajo, la salud, la cultura y los otros derechos sociales. (4) O sea, mediante el respeto a los derechos humanos se da una garantía, social e individual, para que las sociedades y los individuos tengan mejores condiciones para un logro en lo que a salud mental se refiere. Así, resulta obvia la estrecha relación existente entre democracia, derechos humanos y salud mental. (5)
c) Represión política.
La represión política corresponde a una actividad global deliberada impulsada por el Estado como responsable y a través de sus agentes ejecutores. Ella se expresa en homicidios, muertes en tortura, muertes en manifestaciones o en supuestos enfrentamientos, extrañamiento, desapariciones, degollamientos, etc. Es decir, corresponde a todos aquellos instrumentos utilizados por un gobierno en su política de Estado que provocan una violación de los derechos humanos de una persona que se opone. (6)
Por extensión, podemos complementar esta definición con la inclusión de otros instrumentos, más sutiles pero no menos eficaces, como la privación de derechos civiles, los despidos laborales o la expulsión de los centros de estudio por razones políticas, etc.
La represión política pretende lograr una determinada mentalidad de los ciudadanos y, por ende, utiliza cualquier medio, hasta el exterminio físico de las personas que se desvían o se oponen a aquella. Esto significa, en lo general, daño a la sociedad, pues trata de entronizar la pasividad e individualidad competitiva, en oposición a los valores sociales, y además en lo particular, daño a aquellas personas opositoras. Tanto en lo general como en lo particular, hay daño a la salud mental como resultado.
d) El terror como política.
Resulta evidente para quien analice las actuaciones de los organismos que tuvieron a su cargo la ejecución de la represión que esta obedece a una lógica de gran coherencia. Su hilo conductor es la guerra psicológica, su fundamento teórico la Doctrina de la Seguridad Nacional y su objetivo declarado «...cambiar la mentalidad de los chilenos». (7) (8) (9)
No hay que olvidar que, por ejemplo, en el organismo de la DINA, el departamento psicológico jugaba un rol importante. Esto ocurre en todo organismo represivo a partir de la experiencia del nazismo alemán.
La filosofía que respalda esa represión puede variar históricamente. Para el caso chileno, el gobierno militar asumió la Doctrina de la Seguridad Nacional como una forma de justificar la represión, pues así presenta al mundo como un campo de antagonismo entre el capitalismo y el comunismo, entre la democracia y el totalitarismo, en resumen, entre el bien y el mal.
Tal doctrina plantea, además de la polarización, que el «enemigo» no necesariamente está afuera, sino que puede estar adentro, en la expresión o acción discrepante a los designios del Estado. Por último, se desprende de esta concepción, que el individuo y sus derechos quedan supeditados a las directrices del Estado, violándose toda expresión de los derechos humanos.
En este contexto, el miedo se constituye al mismo tiempo en medio y en fin, condición necesaria y resultado procurado de la represión política. La amenaza vital permanente, la ausencia de parámetros estables personales, grupales, institucionales y sociales, la disolución creciente de los límites entre seguridad y peligro, entre lo prohibido y lo permitido y entre lo real y lo posible y la dificultad para someter a prueba de realidad sensaciones de amenaza o persecución provocan una experiencia generalizada de terror e incertidumbre. (10)
El miedo como situación creada, planificada y exacerbada por el poder deja de ser una reacción natural de alarma y una vivencia puramente individual para convertirse en trasfondo de las relaciones sociales, es decir, de la comunicación entre las personas. Es este paso, del miedo como reacción al miedo como estado, donde se producen las consecuencias más devastadoras como veremos a continuación. (11)
III. Una aproximación a la cuantificación del daño
Con los datos existentes resulta imposible una estimación exacta de la población afectada directamente por los hechos represivos. La información que poseen los distintos organismos de derechos humanos sólo permite conocer aquellos casos denunciados o que solicitaron ayuda de algún tipo. Estos registros son necesariamente incompletos pues generalmente fueron recogidos sólo en algunas ciudades, principalmente en Santiago y porque debido a la situación vivida durante los primeros años no resultaba conveniente dejar registros.
Sin embargo, considerando estas limitaciones, los organismos de derechos humanos estiman en 921.465 personas las víctimas directas de la represión política lo cual corresponde aproximadamente al 8,1% de la población del país. (12)
Por otra parte, los ejecutores de la política del terror también se encuentran atrapados en sus redes. El proceso de aprendizaje al cual se sometieron no impide la contradicción entre principios éticos básicos, comunes a la sociedad a la cual pertenecen y los subterfugios ideológicos o incentivos materiales que los sostienen. Así, su práctica los lleva de la destrucción a la autodestrucción. (13)
La enérgica oposición a revisar sus acciones y aceptar siquiera la posibilidad de haber procedido de una forma condenable revela una conciencia culposa que se defiende de la manera más primitiva y alienante: negando la realidad o tergiversándola.
Por último, en esta aproximación cuantificadora debemos considerar a todos los chilenos que se vieron envueltos en esta supuesta guerra no declarada. Frente a la contradicción principal entre la vida y la muerte no nos fue permitido alegar neutralidad y, en forma conciente o inconsciente, elegimos nuestro modo de participación. La sociedad en su conjunto debió responder al terror y tomando una hipótesis de R. Kaes, la sociedad fue «objeto de representaciones y afectos organizados por ciertas formaciones psíquicas individuales que poseen prioridades grupales ». (14)
La negación, la disociación, la proyección y la renegación fueron los mecanismos destinados a la sobrevivencia y autoconservación utilizados por una parte importante de estos «espectadores» al precio de la pérdida de su identidad.
IV. El daño: la internalización del miedo
a) Consecuencias sobre la población general.
A nivel de la población general el daño se expresa por la pérdida de las identificaciones grupales y la desarticulación de la organización social lo cual lleva a la disminución de la capacidad de solidarizar frente a las adversidades y a la inhibición de la fuerza social para oponerse a la violencia y promover el cambio. (15) Esto significa pasividad individual y pérdida de identidad en la relación con el todo social.
Los sectores más directamente afectados han vivido sumergidos en esta atmósfera marcada por los temores, las cautelas, los fingimientos para sobrevivir y mantener un mínimo de cohesión grupal y de esperanzas. Han debido adaptarse a una situación en la cual su solo «ser y estar en el mundo» los convierte en sospechosos, por ende en enemigos y posibles víctimas. ¿Por qué?, es una pregunta que no tiene respuesta de modo que más vale ocultar el terror y hacer como si todo fuera normal. Han quedado atrapados en el miedo al miedo. (16) Aquí el individuo pierde la capacidad para discriminar lo real de lo irreal, desde el momento que acepta lo «como» normal como real. Esto traerá serias consecuencias en la identidad.
En suma, nuestras vivencias están marcadas por las repercusiones del temor y las consecuencias de los ocultamientos.
De estos, el más grave es la imposición y práctica de la impunidad: el ocultamiento de los crímenes y la ausencia absoluta del ejercicio de la justicia.
El ocultamiento yo deformación de la verdad, más aún cuando lo desconocido y renegado está ligado al problema de la vida y la muerte, vuelve la realidad amenazante y falsa. La subjetividad se desestructura y las relaciones interpersonales se ven traspasadas por la desconfianza, el temor y la confusión.
La ausencia de justicia, al dejar en la impunidad crímenes atroces, genera un estado de inseguridad, con la consecuente trastocación de valores y la pérdida de la confianza en la justicia como poder regulador de la convivencia y la paz social.
Como dijera la madre de un detenido desaparecido: «voy en el metro y pienso: el que está sentado al lado mío puede ser el asesino de mi hijo». ¿Paranoia o realismo? En el largo plazo la impunidad genera contenidos de conciencia que marcan nuestras relaciones con el tema: todos somos culpables, luego, nadie es culpable; de allí a la culpabilización de la víctima y a la exoneración del victimario hay sólo un paso. (17)
b) Consecuencias sobre las personas directamente afectadas.
Sobre los afectados directos el hecho represivo tiene las características de una crisis traumática que determina un quiebre abrupto de la vida y los proyectos vitales. Bruscamente la persona se ve enfrentada a la amenaza vital a la pérdida de un ser querido, a la salida al exilio, a la desorganización de la vida personal y familiar; a menudo, en condiciones de total desprotección.
Los efectos están ligados al carácter desestructurador de la crisis vital en todos los ámbitos y a las múltiples pérdidas significativas que se le asocian; a menudo ello involucra no sólo pérdidas afectivas, sino un cambio de estilo de vida, trabajo y grupos de pertenencia, todo lo cual implica grados de sufrimiento intensos.
Esta situación corresponde a lo que Bettelheim ha definido como una situación límite. «Nos encontramos en una situación límite cuando de pronto nos vemos lanzados a una serie de condiciones donde nuestros mecanismos de adaptación y valores ya no sirven y cuando algunos de ellos incluso pueden poner en peligro la vida que se les había encomendado proteger». (18)
La negación social de los hechos unido a la desconfianza que impregna las relaciones sociales determina que las personas vivan la experiencia en el ámbito de lo privado. Esto implica no solo vivirlo en el aislamiento sino asociarlo a sentimientos de culpa, como responsabilidad personal.
Ello lleva habitualmente a dinámicas autodestructivas individuales yo familiares.
El proceso de marginalización, estigmatización y descenso social asociado al hecho represivo determina las constantes dificultades para reorganizar la vida. La incertidumbre y la inestabilidad son habitualmente fuente de repercusiones a nivel de la auto-estima y de la cronificación del daño.
c) Consecuencias sobre la familia.
Las consecuencias del miedo sobre la familia son múltiples y complejas. Dentro de ellas, las más relevantes son las siguientes: el imperio del silencio, la rigidización extrema del sistema familiar, el contacto «como si» y la delegación de este miedo sobre uno de sus miembros a quien señalan como enfermo. (19)
En la interacción familiar se observa la imposibilidad de hablar de la emoción que los afecta continuamente. Como no es posible hablar del miedo que aparece invadiendo toda su experiencia, reina el silencio. Los roles en la familia se rigidizan dejando muy poco espacio para la plasticidad y el cambio; los encuentros se hacen reiterativos y los miembros de la familia parecen ser unidimensionales en su relación. El afán de proteger a los otros para que no se derrumben y arrastren en su caída a los demás los hace actuar «como si» no pasara nada. En algunos casos la preocupación de la familia por uno de sus miembros «enfermo» logra sacarlos parcialmente del miedo propio y se permiten aceptar que algo pasa en otro.
Por último resulta interesante constatar que este miedo que invade y tiñe todas las relaciones familiares a menudo es congelado en un punto del tiempo es referido como un hecho estático del pasado y al hacerlo así se lo niega aceptándolo.
La desestructuración familiar se extiende al orden económico y social: pérdida de bienes materiales cambio de domicilio cesantía interrupción de la escolaridad etc.
Es así como las funciones de protección formación e identidad social del niño que cumple la familia se ven alteradas. Los padres dejan de ser «modelo».
d) Consecuencias sobre los agentes represores.
Una forma paradigmática de hablar acerca de los agentes represores es centrarnos en el torturador. Los estudios realizados en distintas épocas y sociedades demuestran que se trata de seres normales algunos muy bien adaptados con una gran capacidad de subordinación; dependientes rechazadores de cualquier cuestionamiento. Se han estudiado sus rasgos de personalidad; pero más importante que su predisposición psicológica es su proceso de aprendizaje. (20)
La deshumanización del enemigo es decir de todos los que no son sus condicionales la habituación a la crueldad a través principalmente de la desensibilización progresiva y el condicionamiento operante la obediencia automática y absoluta; la oferta de impunidad para sus actos y la oferta de poder en todas sus acepciones constituyen los pilares de su entrenamiento. (21)
Siendo personas normales (instrumentalizadas) el ejercicio de las funciones de torturar maltratar asesinar lleva a los funcionarios a un desgaste psíquico progresivo. La disociación entre su trabajo y su vida familiar es brutal. El abuso de drogas o alcohol relatado por algunos ex-agentes o por los propios prisioneros es una constante. El miedo a ser víctima de sus enemigos es decir de cualquiera se transforma en una pesadilla. El destino del torturador como lo describe magistralmente el poeta uruguayo Benedetti es la locura.
V. Formas de respuesta y reparación: la superación del miedo
Las particularidades y complejidades del conjunto de los procesos de daño y respuesta integran todos los aspectos de la vida psíquica y social. Integran además, como elemento sustantivo, procesos de ocultamiento y negación en el conjunto de la sociedad que deben ser desentrañados gradual y consecuentemente.
Por ello, la reparación posible de los daños psicosociales debe estar fundada en las experiencias peculiares que los propios afectados han hecho en sus grupos de pertenencia natural y en la relación con los organismos e instituciones que les han servido de apoyo.
Cada persona, cada familia tiene una particular forma de elaborar la agresión recibida y de incorporarla a su historia de vida. Los factores que intervienen son múltiples, dinámicos y complejos. Sólo así se explican las distintas reacciones frente a la agresión brutal. Dependiendo de esos factores, la represión devino en perturbaciones y padecimientos psíquicos sostenidos y aún en secuelas orgánicas en algunos individuos. En cambio, en otras personas es posible reconocer que la experiencia fue integrada a la historia personal del sujeto como parte de un proceso de crecimiento y desarrollo.
El papel fundamental en este proceso lo juega el espacio de acogida que brindan las organizaciones de las propias víctimas y las organizaciones sociales que los rodean. En este contexto, donde los técnicos jugamos un papel sólo secundario, los protagonistas están en la comunidad, en el propio barrio, la escuela, el sindicato, el club deportivo o la organización política. Es decir, en todos los sujetos y grupos que le permiten al individuo reprimido recrear su espacio de solidaridad, de validación, de reparación y de acción en la sociedad, dando así un sentido constructivo a su experiencia traumática. (22)
El desafío urgente es lograr la conciencia de que la reparación individual, grupal o social sólo es posible desde una perspectiva de integralidad. Desde ese punto de vista estamos obligados a asumir la doble exigencia de una atención que por un lado resulte personalizada y por otro lado se haga cargo de un fenómeno que tiene una honda implicancia histórica. Esta es, obviamente, una tarea no sólo de técnicos sino de todos nosotros, de un país que quiere superar el trauma vivido en una perspectiva de crecimiento y desarrollo.
VI. Las tareas de la reparación
a) La prevención primaria.
Nos obliga a asumir tareas que superan largamente las estrechas fronteras del quehacer terapéutico tradicional. Implica, quiérase o no, politizar la tónica, es decir, nuestro oficio de terapeutas. Porque a fin de cuentas el primer enfermo no es el torturado, tampoco lo es el que tortura. El primer enfermo es la sociedad aquella en la cual alguien halla la oportunidad y el aliciente para torturar. Disminuir o suprimir esa oportunidad y ese aliciente es el objeto fundamental de una prevención primaria en materia de tortura. En este sentido debemos asumir labores imprescindibles e impostergables de educación en derechos humanos: investigación y denuncia de sus violaciones; difusión, en todos los espacios de la sociedad de nuestra experiencia; en la discusión ética, etc.
b) La prevención secundaria.
Abarca la atención propiamente tal tomando al sujeto como un todo: sus aspectos biológicos o fisiológicos, sus enfermedades y padecimientos físicos así como sus procesos psicológicos. Incluye tomar acciones médico psicológicas que permiten la detección precoz de trastornos post-tortura, así cómo las acciones reparadoras a nivel individual, grupal o sistémico.
Resulta evidente que la superación del trauma de la tortura está en relación con las estrategias individuales de adaptación y resistencia durante la experiencia límite. El pronóstico posterior está relacionado con la capacidad del individuo de exteriorizar las emociones vividas para entender racionalmente lo ocurrido atribuyéndole significaciones correctas y finalmente tiene que ver con la capacidad y oportunidad de recuperar su rol activo en la sociedad.
Cualquier reparación terapéutica debe plantearse pues estás exigencias fundamentales: la exteriorización, la significación y la reinserción vital
c) La prevención terciaria.
La prevención terciaria contempla aspectos insoslayables que obligan a plantearnos, nuevamente, estrategias más allá de nuestro rol de terapeutas y que implica aspectos de la reinserción vital del individuo tanto en el ámbito social como laboral; reparación ética y jurídica por medio de la reivindicación de la verdad de lo vivido y sanción de los responsables; y reparación material de los daños provocados a través de indemnizaciones o restituciones.
VII. Corolario
La magnitud de los desafíos enunciados nos obligan a replantearnos nuestra tarea y asumir que no existe reparación posible si no es asumida por todos. o':;.¿Nadie puede alegar que el tema esta fuera del ámbito de su competencia. Menos podríamos hacerlo quienes hemos escogido la salud mental como nuestro campo de acción.
Es con este enfoque integral que hacemos nuestro lo expresado en un documento de la actual unidad de salud mental del Ministerio de Salud en cual manifiesta que «en el proceso de reparación social de esa amenaza y agresión, que el país ha denominado reencuentro en la unidad a través de la verdad, la justicia y la reconciliación, los que entienden y trabajan en el campo de la salud mental pueden aportar una perspectiva relevante». (23)
Notas:
1. Maturana, H. «Emociones y lenguaje en educación y política». Ed. Hachette. Santiago, 1990.
2. Pemjean, A. «Elevar el nivel de bienestar psicológico y social de los chilenos». Borrador para la discusión Concertación por la Democracia. Santiago1989.
3. CESAM. «Lineamientos básicos para el desarrollo de la salud mental y los derechos humanos». Propuesta al Ministerio de Salud. Santiago, 1989.
4. Fodich, V. «Derechos humanos. Horizonte de futuro». Ediciones Comisión Chilena de Derechos Humanos. Santiago, 1988.
5. Monreal, A. «La cuestión de los derechos humanos en la recuperación democrática en Chile». Publicado en «Para romper el silencio». Ed. FASIC. Santiago, 1990.
6. FASIC. «Glosario de definiciones operacionales de las violaciones a los derechos humanos». Santiago, 1988.
7. CODEPU. «Amedrentamiento Colectivo». En «Tortura. Documento de denuncia». Volumen VI, Santiago, 1987.
8. Matute, M. «Psicología del terror: algunos rasgos». Tesis para optar al título de sociólogo. U.A.M. Ciudad de México, 1985.
9. Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación. Volumen 1. Santiago, 1991.
10. Neuman, E. «Ruptura democrática: Ruptura existencial». Publicado en «Para romper el silencio». Ed. FASIC. Santiago, 1990.
11. CODEPU. «El lenguaje del miedo». En simposium «Cultura y situación psicosocial en América latina». Hamburgo, 1989.
12. CESAM. «Propuesta de reparación en salud mental de las personas afectadas por la represión política». Documento de trabajo. Santiago, 1990.
13. CODEPU. «La tortura, una necesidad del régimen». En «Tortura. Documento de denuncia». Vol. III. Santiago, 1989.
14. Kaes, R. «El aparato psíquico grupal. Construcciones de grupos». Ed. Gedisa. Buenos Aires, 1977.
15. CODEPU.«Algunas reflexiones sobre los efectos de la sociedad represiva en la salud mental». En «Persona, Estado y Poder ", Vol I. Ed. CODEPU. Santiago, 1989.
16. CODEPU. «El lenguaje del miedo». En simposium «Cultura y situación psicosocial en América latina». Hamburgo 1989.
17. Lagos, D. «Represión política e impunidad en la Argentina». En: «Tortura: aspectos médicos, psicológicos y sociales», Santiago, 1989.
18. Bettelheim, B. «Sobrevivir». Ed. Grijalbo, Barcelona, 1981.
19. Becker, D.; Weinstein, E. «La familia frente al miedo: aspectos psicodinámicos y psicoterapeúticos». Revista Chilena de Psicología.
20. Pérez, E. «Acerca de cinco ex torturadores». En «Tortura: aspectos médicos psicológicos y sociales». Santiago 1989.
21. CODEPU. «Quién tortura (y miente) en Chile». .En «Tortura. Documento de denuncia». Vol. II 1985.
22. Liwsky, N.«La comunidad y la asistencia terapéutica en Derechos Humanos». En simposium «Tortura: aspectos médicos psicológicos y sociales". Santiago, 1989.
23. Pemjeam A. Documento citado.