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I. Introducción (*)
Quien nada hace, nada teme
El aforismo popular encierra -como todos- una gran verdad. Esta verdad, sin embargo, necesita ser develada por el conocimiento del contexto que le dio origen y por el contexto en que hoy funciona.
¿Hacer nada de qué?
¿Temer qué?
¿Temer a quién?
Hacer nada de aquello que está prohibido por las Normas, por la Ley.
Temer a la sanción, al castigo si se transgrede la prohibición.
Temer al Poder que dictamina qué es lo permitido y qué es lo prohibido.No es difícil percibir el origen ético de nuestra civilización judeo-cristiana en la sentencia popular. Las Normas, la Ley, deben ser respetadas para preservar lo correcto, lo justo, lo que nos aparta de la corrupción (del pecado) y nos acerca a la perfección. Este es el orden. Si no guiamos nuestros actos por el orden, deberemos temer al castigo. El orden necesita una dosis de temor. El orden religioso, no obstante, a través de la expiación y el perdón salva al hombre de vivir la angustia permanente de estar cometiendo alguna falta.
El orden contingente, si es conocido, si está claramente delimitado y es igualitario, ha sido aceptado por las sociedades como justo. Engendra un temor circunscrito, reconocible y finito, directamente proporcional a los actos punibles, los que son universalmente reconocidos como tales.
En el terreno de las circunstancias sociales que hoy vivimos en Chile, el aforismo ha dejado de ser ético, religioso o justo.
El poder que sanciona lo prohibido y lo permitido es un poder terrenal que no deja escapatoria. Sus reglas son una subversión de los valores. Estas reglas no delimitan sólo actos prohibidos, sino ideas y modos de vida. (¡cuidado si usted es joven y pobre: ya es altamente sospechoso!). Y, no conoce el perdón.
Las Dictaduras Militares de nuestra América se han erigido modernamente en el Poder que todo lo discrimina, todo lo sanciona y todo lo castiga. Han inventado una serie interminable de faltas que no tienen perdón alguno, sólo castigos. Claramente lo ha recogido la cultura popular: el cantautor brasileño Chico Buarque se dirige así en un samba al general dictador de turno: "... Hoy es Ud. el que manda y lo que el Señor habló, mandado está... y mi pueblo hablando de lado, mirando hacia el suelo...Ud. que inventó el pecado, Ud. se olvidó de inventar el perdón..."
El hecho es que, bajo el Poder Dictatorial, la serie de faltas ha devenido infinita e insondable en la percepción de la población. Pues, ¿cómo explicar que la mayoría de la población tema sin haber hecho nada explícitamente prohibido por el Poder?
Más aún, ¿cómo explicar todo este desarrollo mezquino y prejuicioso de inculpación a aquellos señalados por el dedo acusador del poder, sin siquiera cuestionar la "verdad" oficial?
¿Qué origen tiene y cómo funciona esa complicidad que juzga y condena, y que se expresa en frases tales como "...bueno, algo habrá hecho... en algo habrá andado metido... si lo detuvieron, por algo será..."?
Es el miedo. El terror colectivo.
Los que así condenan, pretenden salvarse. Es el miedo lo que los mueve a sancionar. El miedo que el poder infunde contamina todo y ha conseguido cómplices por todas partes. Es esta tal vez, la expresión más solapada y venenosa del terror colectivo. Es el alma de la corrupción creada por el poder, habitando el cuerpo del propio ofendido: el pueblo todo.
II- Un muestreo del Miedo
No se necesitan encuestas y estadísticas sociológicas para ver y sentir el miedo en nuestro país. No hacen falta técnicas antropológicas ni de psicología social para encontrar el temor marcando el ritmo de cada paso que los chilenos damos en estos días. Sobre todo, de los que no damos.
Se oye el silencio del temor en las estaciones del metro y otras aglomeraciones de gente, que siempre fueron bulliciosas (y lo son en otros países): el roce de los cuerpos suena más que las voces humanas. Nadie silba, nadie tararea una canción; no se oyen discusiones ni disputas.?
Se ve el miedo en las miradas huidizas, en el autocontrol de los gestos, en la mímica petrificada, en la gentileza obsecuente, en la cortesía servil. En el servilismo mismo del trato entre las gentes,
En los cafés, en los restaurantes, la gente se ubica lo más dispersa posible; las cabezas se inclinan para conversar musitando. Se perciben las oblicuas miradas de cautela de los que hablan. La mayoría prefiere no hablar.
Sentarse en un bus y extraer un papel impreso de un portadocumentos, es poner al vecino de asiento en una situación de angustia: ¿será algo prohibido? y si lo fuera, ¿no será un riesgo permanecer tan próximo a esta "amenaza"? La situación es siempre incómoda, para algunos se toma intolerable.
Una revista de oposición expuesta en un kiosko llama la atención, pero nadie se queda mucho rato parado frente a ella. Se compra rápidamente y se| guarda. No, no se guarda, se esconde. La rapidez de los movimientos se ha convertido en automatismo, en un hábito defensivo.
¿Qué habla cualquier hijo de vecino con sus nuevos vecinos? Banalidades de buena crianza, cuando mucho.
¿Qué escribimos los chilenos en nuestras cartas? Los temerarios, tal vez, alguna opinión verdadera sobre su entorno. Los desesperados en una situación de persecución real, tal vez bastante. La gran mayoría, sólo anécdotas familiares y neutral información sobre salud, enfermedades y finanzas. Es como si no existiera conflicto social y político alguno. Se niega. No existe.
III. Los recursos del Poder
Hemos descrito someramente estados de ánimo colectivo caracterizados esencialmente por el miedo y su posible relación con el Poder.
Al titular Amedrentamiento Colectivo, hemos escogido esta designación de entre una variada sinonimia que incluye, entre otros, términos tales como miedo generalizado, angustia colectiva, temor colectivo, temor generalizado, terror masivo.
Aún cuando el empleo del término amedrentamiento se ha ido extendiendo, pensamos que existe una diferencia neta entre esta designación y la sinonimia enumerada anteriormente.
Amedrentamiento señala no sólo a la medrosidad como resultado, sino principalmente a la acción de amedrentar. Enfatiza, pues, el aspecto esencial del fenómeno: se trata de un proceso intencional dirigido a provocar un estado de ánimo colectivo.
Tentamos una definición. Entendemos por amedrentamiento colectivo un conjunto de técnicas y acciones planificadamente llevadas a cabo por el Poder, con el objetivo político de alcanzar un estado de ánimo (miedo colectivo) que inmovilice a la población. El principal medio utilizado es la creación y manipulación de situaciones y estados de temor, angustia y miedo. El objetivo final es el inmovilismo social y político.
Se podrá argumentar que esta definición peca de reduccionista, pues existen estados de temor y pánico colectivos originados por circunstancias no planificadas. No es de este tipo de temor colectivo del que hablamos. Deslindamos de nuestro enfoque las reacciones de miedo colectivo creadas por catástrofes naturales (terremotos, inundaciones), por accidentes y por descontrol de masas en una situación de climax emocional, ("estampida de multitudes"). Todavía más, descartamos aquellas situaciones de pánico colectivo en la población civil provocadas por movimientos bélicos que no tienen por objetivo atemorizar a la población. Tal es el caso, por ejemplo, de los preparativos de defensa territorial ante la amenaza de guerra por cuestiones limítrofes.
Nos referimos, en rigor, al amedrentamiento como arma de una guerra que es política. No decimos que el miedo colectivo sea un recurso de la política o de los políticos, sino específicamente, del modo de entender y hacer política del actual Poder.
En las páginas que siguen, analizaremos el miedo como un fenómeno ligado al Poder. Nos ocuparemos también de la relación, cada día más estrecha, entre dos conceptos: Guerra y Política.
1. Miedo y Poder
El miedo es consustancial a la vida humana. Todos lo conocemos como experiencia individual natural No todos lo conocen como experiencia colectiva. (1)
El miedo es una reacción natural, es un fenómeno físico y fisiológico que protege al individuo de una amenaza, riesgo o peligro. Un rasgo característico es su transitoriedad: se extingue espontáneamente cuando desaparece la amenaza o peligro que lo ha originado. Dicho "peligro" está definido, en última instancia, por la percepción que tenga cada individuo de la situación.
Algunas situaciones provocan una alta concordancia de percepción amenazante, y por tanto, reacción de miedo en la mayor parte de las personas. Esta significación adquieren ciertas situaciones con riesgo de muerte: catástrofes, accidentes, enfermedades graves, etc. También todas las situaciones que provocan dolor físico, aunque no necesariamente impliquen riesgo de muerte (quemadura, remoción de una herida). También provocan temor y angustia las situaciones que evocan dolor psíquico (espiritual) como son las de pérdida de un ser querido (duelo).
Otras circunstancias no son en sí mismas amenazas para la mayoría de las personas, pero sí para ciertos individuos (fobias). Algunas circunstancias, no deberían producir miedo y son, no obstante, percibidas como miedo, como una amenaza cotidiana (cesantía, despido laboral). Y una situación inédita en nuestra historia sociopolítica (hasta 1973), esto es, ser catalogado como "enemigo" del régimen, es percibida de manera particularmente amenazante, al evocar o anticipar la situación de arresto, tortura o muerte.
Un listado de situaciones del medio social claramente percibidas como riesgosas, nos ayudan a tener un cuadro general de este recurso del Poder.
La población chilena, actualmente, tiene miedo:
- A no conseguir o a perder el trabajo, y por ende, a "la miseria" con su secuela fantasmal de frío, hambre, desnutrición, enfermedades, muerte, prostitución, marginalidad, alcoholismo, delincuencia.
- A protestar, a plantear reivindicaciones, a exigir los derechos. O sea, miedo a las represalias.
- Al soplonaje, a la delación, al control, a la violación (espionaje) de la vida personal.
- Miedo a las formas más directas de la represión: al allanamiento masivo (poblaciones), al allanamiento dirigido, al seguimiento, a las amenazas directas, colectivas e individuales, al copamicnto militar de las ciudades con toda su parafernalia amedrentadora, al encarcelamiento indiscriminado e ilegal, a la relegación, al secuestro, a la tortura, a la desaparición, al asesinato por razones políticas.
- Miedo al miedo.
Como se puede apreciar, algunas situaciones son relativamente permanentes a lo largo de nuestra historia (la miseria, para extensas capas de la población); otras han sido exacerbadas a partir de ciertas situaciones: tal es el caso, por ejemplo, de la manipulación de la protesta con cesantía y represalia en cuanto el sujeto es colocado entre los "enemigos". Otras situaciones, las que hemos llamado represión directa, son creación del actual Poder y constituyen el "núcleo duro" alrededor del cual se disponen todas las otras situaciones atravesadas por el miedo al miedo: el terror generalizado.
Cada uno de nosotros se encuentra a una mayor o menor distancia de ese "núcleo duro", según sea nuestro comportamiento objetivo y la tipificación que el Poder hace de nosotros y de nuestros grupos de pertenencia. Nadie escapa, sin embargo, a la dinámica social del terror y la amenaza. Participamos, queramos aceptarlo o no, en una situación de guerra declarada por el Poder. Este propio estudio, que duda cabe, con su particular retórica y sus inevitables rodeos y circunloquios, no consigue escapar de dicha realidad.
2.- Guerra y Política
La manipulación del temor colectivo sólo es posible si hay un Poder que lo acepte, que lo justifique y que lo necesite.
Veamos cuales son las razones y necesidades del Poder. De sobra conocidas las razones. Las leímos y escuchamos a diario por boca de los más altos personeros del Poder: "estamos en guerra señores ... los enemigos de la Patria ... los humanoides", etc. La tal guerra no puede ser entendida por todos así tan lisa y llanamente. El discurso oficial notifica y amenaza, pero no explica con claridad sus motivos y los medios que utiliza en esta guerra. Se extiende, en cambio, en una permanente denuncia de los ataques y agresiones de que es objeto. Llega a afirmar, incluso, ser víctima él mismo de una "guerra psicológica" orquestada, sistemática, financiada internacionalmente. El Poder se muestra como "víctima" y echa mano, entonces, al "legítimo recurso de la defensa propia". De ahí pues, la ofensiva bélica, la guerra psicológica. Guerra psicológica que incluye, entre otras muchas técnicas, justamente la negación de estar practicando la guerra psicológica. Como parte de esta "defensa propia" instaura los Estados de Excepción, (bajo los cuales los chilenos vivimos hace casi 14 años, no obstante se proclame un país "en paz" y "bajo control") crea e hipertrofia los organismos de segundad, censura y prohíbe, reprime y castiga.
¿Cómo entender y explicar esto? E. Fried da una respuesta que, si bien no resuelve toda la cuestión, gráfica la forma con que las Dictaduras intentan "explicar", ocultando aquello que no puede justificarse:
- No la excepción
- sino el Estado de excepción
- es lo que confirma la regla ¿qué regla?
- Para que no se pueda
- responder a esta pregunta es que
- se proclama el estado de excepción" , (2)
La regla es la imposición política por el temor. Este (el terror del Estado) necesita de armas que no pueden ser enseñadas. El poder debe amenazar y castigar de una manera demostrativa ("ejemplarizadora"), pero fundamentalmente de una manera ambigua, es decir, haciéndolo y negándolo al mismo tiempo. Se tortura y al mismo tiempo se niega que exista tortura en Chile. Hay persecución política hasta la saciedad, pero se niega que existan presos políticos en el país. Se censuran los medios de comunicación y se dice defender la libertad de expresión. La enumeración es ociosa, pues es de sobra conocida.
Pero. volvamos al problema central. ¿Cómo se entiende, donde se fundamentan y desarrollan los recursos y los medios para amedrentar? Buena parte de la respuesta reside en la concepción de Política que tiene el Poder Dictatorial. Esta no es otra que la "moderna" concepción de guerra de los Ejércitos dictatoriales y dentro de la cual la conducción de una guerra psicológica ocupa un lugar de privilegio.
Hasta aproximadamente la Segunda Guerra Mundial, la guerra psicológica era definida en las FF.AA. occidentales como "la aplicación de la ciencia de la psicología a la dirección de la guerra". Este concepto incluía cuestiones bien circunscritas, como la adecuación de recursos materiales a los hombres en acción (diseño de instrumental, armas, etc.) entrenamientos específicos y selección del personal.
Con el advenimiento de la concepción "moderna" de la guerra en los ejércitos del "mundo occidental", la noción de guerra psicológica cambió radicalmente. Este cambio se hizo necesario para enfrentar eficazmente a la nueva forma de ver y definir el "enemigo".
La concepción moderna se va nutriendo de diferentes experiencias: las guerras de las metrópolis coloniales (Francia, Inglaterra), de las necesidades de la política exterior de los EE.UU. y del desarrollo de las ideas geopolíticas de militares latinoamericanos, especialmente de Brasil.
Uno de los teóricos de estas ideas, el Coronel francés Trinquier habla así del enemigo: "(éste) es más difícil de definir. Ninguna frontera material separa los dos campos. El límite entre amigos y enemigos está en el seno mismo de la nación, en una misma aldea e incluso en una misma familia. Con frecuencia es una frontera ideológica, inmaterial, que sin embargo, es imperativo determinar si queremos alcanzar certeramente al enemigo y derrotarlo" (3)
Respecto del carácter de esta guerra moderna (también llamada antisubversiva o de contrainsurgencia), transcribimos la definición que da uno de sus más conspicuos expositores, el General brasileño Golbery de Couto e Silva: "De estrictamente militar, la guerra ha pasado a ser una 'guerra total' una guerra que es tanto económica, financiera, política, psicológica y científica, cuanto una guerra con ejércitos de tierra, mar y aire" (4)
El fundamento último de esta concepción de guerra y al mismo tiempo el bien máximo que se pretende alcanzar a través de ella, es la Seguridad Nacional.
Las diversas aproximaciones y experiencias desembocaron en una concepción global del Estado, la Nación, la Soberanía, el Desarrollo, la Política y la Guerra: es la Doctrina de la Seguridad Nacional (D.S.N.).
Según esta doctrina, la guerra es total porque borra la antigua distinción entre lo civil y lo militar: la sociedad es convertida en un Campo de batalla; es total porque desaparece la diferencia entre tiempo de Paz y tiempo de Guerra (¿qué son los Consejos de Guerra y las Fiscalías Militares ad-hoc en Chile?); es global porque están involucrados todos los valores del "Occidente Cristiano" ante la amenaza del "Este Comunista".
En la "Declaración de Principios del Gobierno de Chile" firmada por la Junta Militar en marzo de 1974, se hace clara alusión a la D.S.N.: "Las Fuerzas Armadas y de Orden asumirán entonces (tras el "Sufragio Universal" que elegirá el "poder político"), el papel de participación institucional que la nueva Constitución les asigne, y que será el que debe corresponder a los encargados de velar por la Seguridad Nacional, en el amplio significado que este concepto tiene en la época actual" (5)
Chile está regido hoy por la Doctrina de Seguridad Nacional. Y las armas de la guerra, según la doctrina, son todas. Un lugar de primera importancia ocupa la guerra psicológica. Esta tiene como objetivo "quebrantar la voluntad y la capacidad de trabajo y de lucha del adversario, creando nuevas actitudes que destruyan su moral". Un recurso obligado es la propaganda, que emplea todos los medios de comunicación "con la intención de afectar a los modos de sentir, pensar y obrar de un grupo de individuos". (6)
Estos objetivos de naturaleza psicológica incluyen el miedo, el temor, la angustia, el desánimo, el repliegue, el abatimiento, el desinterés, la apatía, la desconfianza, la inseguridad, el pánico, la censura y autocensura, la desunión, la atomización de los grupos solidarios, el encapsulamiento de la vida individual, la pérdida del asombro, de la capacidad crítica y de la vivencia del absurdo, la pasividad social, la complicidad pasiva o activa (colaboracionismo) con el Terror del Estado.
La propaganda es la herramienta principal de la guerra psicológica dentro de la guerra total y persigue el adoctrinamiento político de la población, sea para consolidar y activar la alianza con los amigos, tanto como para aislar y destruir psicológica e ideológicamente al enemigo".
Las otras dos herramientas de esta guerra "antisubversiva" son:
- los traslados de población (conseguidos en Chile con los destierros y el exilio masivo) y,
- la práctica de la tortura como parte del sistema de información global del Poder y como una forma de aniquilamiento del "enemigo".
En la ya citada Declaración de Principios del Gobierno de 1974, se afirma categórica e impúdicamente: "Las Fuerzas Armadas y de Orden no fijan plazo a su gestión de Gobierno, porque la tarea de reconstruir moral, institucional y materialmente el país, requiere de una acción profunda y prolongada. En definitiva resulta imperioso cambiar la mentalidad de los chilenos". (7)
La impudicia no radica sólo en la arrogancia mesiánica de querer cambiar la mentalidad de todo un pueblo por decretos, sino en contradicciones flagrantes. Es el mismo texto, sólo párrafos más arriba, se afirma que la toma del "poder político" se hizo en cumplimiento de una "doctrina clásica" de las FF.AA. y con el apoyo mayoritario del pueblo".
La contradicción resulta aún mayor, puesto que las FF.AA. hacen Política en el gobierno, y el adoctrinamiento justamente, predica como política la "despolitización" del país. El absurdo no se aclara sino con la regla: la imposición de las ideas por la D.S.N. y la guerra total que esta conlleva.
En la guerra psicológica se distinguen cinco tipos de propaganda:
- La propaganda abierta, con fuente u origen conocido.
- La propaganda encubierta, cuya fuente es ocultada, falseada o adjudicada tendenciosamente al "enemigo".
- La propaganda estratégica, con objetivos a largo plazo y que involucra a toda la población.
- La propaganda táctica, con objetivos y grupos receptores bien precisos.
- La contrapropaganda.
Tan importante como el uso sistemático de los medios tecnológicos de la comunicación, es el rumor. Este tiene como finalidad fundamental quitarle toda credibilidad al "enemigo" y enredar a la población susceptible de aliarse con él, en una maraña de equívocos y desconfianza. Las vías y recursos del rumor, por un lado, se sobreponen a las proclamas de la propaganda abierta y por otro, a la práctica de los informantes y soplones a sueldo de los Aparatos de Seguridad, agentes propagadores del rumor.
Con el monopolio o casi monopolio total de los medios de comunicación de masas a la oposición no le queda más que el uso de las vías alternativas, informales y orales de la comunicación. Aquí es donde se infiltra la propaganda encubierta del rumor. El clima de desconfianza y no credibilidad es reconocido y sentido por toda la población que tenga alguna conciencia crítica, y ha configurado parte de la atmósfera de desconfianza total en el régimen y sus portavoces. Al mismo tiempo, sin embargo, ha conseguido crear el desconcierto, el desinterés y el rechazo a las cuestiones socio-políticas en grandes grupos de población. "Todos mienten..." es una frase que resume esta pasividad escéptica.
Algunas maniobras bien evidentes del rumor y de la desinformación tuvieron lugar en Santiago durante el año 1984 cuando se habló de inminentes hostilidades entre poblaciones o campamentos vecinos al correr el rumor de que serían unos "atacados" por los otros. La vigilancia de las organizaciones de base social consiguió finalmente desactivar la maniobra.
Uno de los rasgos característicos de esta guerra de propaganda es que el Poder siempre adjudica al "enemigo" la iniciación de las hostilidades y. por supuesto, se le acusa además de "mentir en forma orquestada", crear "climas de desconfianza" y "estar empeñados en una guerra psicológica contra la Patria". Todos los Regímenes Militares de América Latina han inculpado del mismo modo a adversarios y opositores. Testimonios detallados y fidedignos hemos conocido tras la caída de la dictadura de Argentina, en los cuales se relata cómo los prisioneros políticos dados por desaparecidos o muertos, eran obligados a colaborar en el análisis, redacción y edición de documentos y noticias dirigidas a las organizaciones políticas de oposición y al público en general.
Como hemos comentado en otra de nuestras publicaciones (Tortura. Documento de Denuncia Vol. III. ler. Semestre 1985) y como veremos más adelante, la descalificación sistemática del enemigo no sólo tiene como objetivo ocultar la acción criminal del Estado, sino también busca propagar los sentimientos de culpa entre la población, dinámica que se vincula íntimamente a las vivencias individuales y colectivas del miedo.
IV.- Los Laberintos del Miedo
Del listado que hemos hecho de situaciones sociales percibidas como amenazantes, algunas son evidentes por sí mismas; otras necesitan un examen más detallado. Examinaremos ahora ciertos caminos o laberintos que recorre el miedo y que hemos llamado laberintos por la multiplicidad de sentidos en que viaja: desde la trama social a las relaciones interpersonales más íntimas y viceversa.
1. Ambivalencia y miedo ante la justicia.
La conculcación de los derechos tanto individuales como colectivos, junto a la ineptitud de una justicia dependiente del poder central, ha determinado en la población adulta una dinámica de dos fases, contradictoria en sí misma: se reconoce la necesidad y el derecho a reclamar y se desconfía y teme de hacerlo.
Aún cuando se disponga de pruebas y certezas de las arbitrariedades cometidas (en lo criminal, en la salud, en la vivienda, en la educación, en lo laboral) hay un fundado escepticismo respecto de la acción de un Poder Judicial estrechamente aliado y atrapado en la "legalidad" impuesta por el Poder Dictatorial. Existe además, miedo a que por reclamar lo que se sabe justo, el reclamante sea catalogado de "enemigo" y con esto, sea puesto en la mira de los aparatos represivos del régimen. Estos, entonces, perseguirán y castigarán "legítimamente" al reclamante.
No hemos llegado al punto de temer a la justicia como ideal, pero sí vivimos el absurdo miserable de temer actuar en procura de justicia por miedo a las represalias.
Nuestra experiencia directa en cientos, sino miles de casos, es abrumadora: ciudadanos víctimas de atropellos a la vida personal y familiar, a la integridad física, víctimas de secuestros, torturas y otros delitos no denuncian nada a la justicia.
Ante el represor terrible, la reacción de miedo es coherente. Ante una justicia que se percibe ambiguamente sólo como posibilidad de amparo, la reacción es ambivalente: se exige que actúe, las personas se ilusionan con la posibilidad, pero también despierta desconfianza, y esta vía determina la renuncia a intentar alguna acción. Esto en muchas situaciones lleva a reproches, inculpaciones y autoinculpaciones entre personas próximas, especialmente en el grupo familiar.
2. El miedo a hablar
El miedo a hablar es como experiencia propia conocida prácticamente por todos los habitantes del país. El adagio "por la boca muere el pez" ha pasado a ser literal y trágico. Es la primacía de la cautela, del lenguaje retorcido, expurgado de afirmaciones categóricas, es el imperio de llamar a las cosas por otros nombres, del eufemismo, del subterfugio, de la astucia y habilidad para enviar y decodificar mensajes de gestos y medias frases, de la lectura de entrelineas (más decidora que las líneas), etc. En suma, es el reinado de la desconfianza de todos con todos y sobre todo aquello que no sean banalidades, que no sea el anecdotario de la vida familiar y de las dificultades admitidas por el Poder. En este reino de la desconfianza, lo único confiable que resta es desconfiar. Cada cual debe recordarse a sí mismo en todo momento, vigilante y alerta: sólo puedo confiar en mi desconfianza,
3. El miedo a saber
Ahora bien, el que habla es sólo uno de los dos actores mínimos de la comunicación humana. Para que alguien hable, algún otro debe escuchar, o por lo menos mostrar que está dispuesto a hacerlo. Acontece que la desconfianza se manifiesta también en este otro actor del diálogo y, entonces, mucha gente se prohíbe escuchar. La autocensura a oír se hace "necesaria": ¡Saber es peligroso!
Tener opiniones y decirlas, es peligroso. Mejor que callar opiniones es, simplemente, no tenerlas. Por encima de todo, más vale no saber. Para no saber, en Chile hoy, hace falta no oír, no ver, no pensar...
Para desgracia de todos, muchas personas viven en esta inhumana condición. Han sido convencidos por el miedo, y tratan desesperadamente de hacer una vida humana sin ver, sin oír, sin saber sobre el paisaje humano que tienen al frente de sus narices, ante sus ojos, al alcance de su mano, en cada esquina de todas las calles del país.
4. El miedo al miedo.
Creyendo poder librarse de los riesgos del amedrentamiento viven con los pies bien cazados en el cepo del miedo al miedo. En un ambiente humano como el nuestro, inundado por el miedo, sólo los muy sensibles y los protegidos cachorros del régimen pueden escapar indemnes al terror (8) ; el resto, vive inexorablemente la experiencia del miedo a tener miedo. El sujeto recurre entonces al mecanismo psicológico defensivo de la negación. En la práctica, no se ve lo que es evidente y visible como una catedral, no se oye lo que retumba como un trueno, no se siente aquello que, humanamente, se debiera conocer.
La cautela asume el ropaje de la indiferencia, del no estar informado de nada, o la apariencia de "estar bien".
El miedo se ha ocultado (vivo y activo) en la trastienda de una pronta y multifacética negación,
Si lo consideramos desde un punto de vista ético y antropológico, esta cautela individual representa el más degradado y degradante de todos los miedos, pues pone al individuo en la necesidad de inhibirse en sus cualidades y atributos más esencialmente humanos: el sentir, el pensar, el acoger a los demás, el ser solidario, el buscar la justicia, el buscar la verdad, el ser crítico.
El miedo a tener miedo y el ejercicio de los mecanismos psicológicos de la negación, conducen al individuo al encapsulamiento, a la vida automática y banal. Es justamente lo que el Poder persigue.
He aquí que el aforismo con que nos introducimos en el tema, cobra ahora otra interpretación. En realidad ¿quién nada hace, nada teme?
5. Miedo, culpa, hostilidad
No. Quien nada hace, teme tener miedo. Muchos captan la verdad de los laberintos de la negación. Entonces, además de vivir la mala conciencia de no ser personas dignas y fraternas, viven el auto reproche de ser en los hechos cómplices, encubridores y colaboradores de los crímenes del Poder. El miedo, se convierte así, en culpa.
¿Qué hace ahora el sujeto con su miedo y con su culpa? La mayoría, de buena fe, realiza un acto de expiación en su círculo de vínculos más íntimos: se acusan de cobardes. La auto descalificación valórica pretende ponerle punto final a la cuestión: "yo soy cobarde". Con esto se niega y confunden las raíces verdaderas de la cuestión, cual es, que la tal cobardía es un producto de la manipulación que el poder realiza sobre los individuos. Quede claro ya: tener miedo y ser cobarde son dos cosas muy distintas, sobre todo hoy, en Chile.
Si la autodescalificación de "cobarde" no consigue el alivio de la culpa, el individuo puede llegar a reprocharse ser doblemente cobarde, al no admitir la verdadera dinámica de su culpa.
Entonces, tiene dos caminos:
a) busca y encuentra acogida colectiva para elaborar sus miedos y culpas y los supera progresivamente, abriéndose a sus semejantes.
b) reacciona con hostilidad (rabia) contra el objeto que originó sus miedos pasando a rabiar contra el poder, sus símbolos y representantes. Puede, sin embargo, no ir tan lejos, y que un pesado lastre de miedo desvíe su rabia a un objeto de "descarga" más próximo (desplazamiento), y sean los amigos y, más frecuentemente los familiares los que tengan que sufrir la irritación y las agresiones inmotivadas de un sujeto medroso y culposo.
Creemos necesario separar de la población general a todas aquellas personas que han sufrido en carne propia las atrocidades más extremas de la represión: los torturados, los secuestrados, los familiares de los asesinados y de los detenidos desaparecidos. En la mayoría de ellos, sino en todos, los mecanismos del miedo tienen procesos más complejos y profundos, y por esto, más difíciles de comprender. No se trata sólo de que las personas manejen la cautela y desconfianza para mejor sobrevivir, tampoco solamente del miedo, más que comprensible, a vivir una vez más una experiencia límite. El horror de estas experiencias está marcado por la inhumanidad.
Siempre hay algo o mucho en estas experiencias, que los sujetos viven como inhumanos, deshumanos o no humanos. La vivencia del miedo queda así inmersa en otra vivencia más desgarradora y compleja: la vivencia de haber vivido y vivir una situación no humana causada por los propios seres humanos. Quien siendo persona (y todo ser humano lo es) es tratado como animal o cosa por otros que aparecen también como personas (el torturador, el secuestrador, el Aparato represivo) queda marcado por la duda de no saber ya más de un modo directo y espontáneo qué es lo humano y qué no lo es. Las personas afectadas viven, por lo tanto, muchas incertidumbres y amenazas más o menos delimitables, y una gran incertidumbre que lo ensombrece todo: la incertidumbre acerca de qué es ser humano. De esta forma, si el fenómeno queda sin resolución, el poder represor ha alcanzado el máximo de su objetivo manipulador. Felizmente, en la mayoría de los casos, las personas se sobreponen y rehabilita.
Evidentemente estas personas sufren procesos más complejos de angustia. negación y culpa, cuestiones sobre las cuales no es el caso informar en esta reflexión.
V.- Buscando Salidas
El verdadero valiente
no es el que siempre
está lleno de coraje,
sino el que
se sobrepone
a su legítimo miedo.
(Mario Benedetti)Después de lo expuesto, podemos afirmar que sentir miedo hoy en Chile es normal. Más aún, es legítimo.
Los que forman parte de la gran masa de chilenos oprimidos y aparentan no tener miedos, teniéndolos, no hacen más que proclamar por la negación lo que es innegable, lo que es normal. Y, como hemos visto, no por eso dejan de sufrir miedo, culpas o rabias. Y lo que es peor, le hacen el juego al Poder que oprime, atemoriza e inculpa.
Pongamos en forma coloquial lo que pasa. Se proclama: "Yo no tengo miedo" (porque nada he hecho), lo que equivale a decir, "si reconozco mi miedo, reconocería que algo he hecho" (este es el mensaje que no se dice).
A lo cual el Poder responde, argumentando en su favor: "Vean, no hay miedo ... puesto que: hay paz, hay tranquilidad, hay seguridad, etc"., y (lo que no dice): "porque nosotros tampoco hemos hecho nada".
En este punto del diálogo oprimido que niega -Poder, la complicidad pasiva raya en el colaboracionismo, en los casos, especialmente, en que el negador aparenta activamente que "está bien" porque, justifica, no hay razón para temer.
El primer paso, desde ya, para una salida sana en cada situación de amedrentamiento, significa aceptar esa verdad que se impone', frente al cúmulo de amenazas reales de nuestro ambiente, es natural reaccionar con miedo.
No reconocerlo es para muchos, una necesidad considerada sana, pues considera que así "protege" a su familia. Pero normalmente la familia lo nota. y si no devela la máscara defensiva, acaba haciendo el juego de las apariencias y todos se empantanan así en una misma trampa. El deseo de proteger no es, por tanto, en la mayoría de los casos una buena salida.
El segundo paso supone reconocer nuestros temores específicos y colectivizarlos. Esto significa, complementariamente, que cada uno de nosotros debe estar siempre abierto y dispuesto a escuchar los temores de los otros.
Como ya hemos afirmado, reconocer uno o varios temores no significa ser "cobarde". Creemos que es todo lo contrario: dar el primer paso y encarar el temor con los otros es un acto de sereno coraje. Si es legítimo sentir temor, tenemos derecho a reconocerlo. Y tenemos, entonces, el deber de enfrentarlo para acabar con él.
Tanteando por los laberintos del miedo, pensamos que la salida va siempre de "dentro" hacia "afuera", del individuo a sus grupos de pertenencia. De allí pues, el valor de los testimonios, el ejemplo del que se atreve a hablar, el coraje del que decide no hacerle más el juego al Poder a través del ocultamiento. El que pretende proteger ocultando, acaba inmovilizando a sus prójimos y termina en un mudo fatalismo.
Hablando en grupo, se reconocerán por fin los motivos y causas reales (sociopolíticas) del miedo. Las interacciones del grupo, el trueque de experiencias, tiene una fuerza liberadora y terapéutica que ningún sujeto aislado puede arrogarse o reemplazar.
Hacemos énfasis en que el primer grupo de pertenencia en el que se f orienta el trabajo de confrontación debiera ser la familia. Infelizmente, ésta s se encuentra muchas veces rota y disgregada por la fuerte polarización que i ha provocado el sistema de Poder. En esa circunstancia, son otros los grupos de relación cara a cara (de vínculo intenso) los que mejor se prestan para enfrentar el miedo.
La elaboración colectiva del testimonio permite no sólo un alivio, sino mucho más. Permite, como hemos dicho, apuntar el "afuera" causante del mal, e ir reconociendo sus trampas y maniobras. Se reconocen aquí, por supuesto, también las similitudes de vivencias y situaciones que nos acercan, nos hermanan y nos identifican.
Roto, en un grupo de pertenencia, el empozamiento individual del miedo, de la culpa y de las rabias, estos sentimientos podrán fluir, transformándose, por canales adecuados. Al identificar el "afuera" causante, se rompe el mito de la cobardía. Si el grupo acoge y colabora, se diluyen las potencias de la culpa y se hacen vanas e innecesarias las falsas expiaciones. En el grupo, las legítimas rabias encuentran cauce, se vuelven positivas, ganan en la fuerza del colectivo: su organización.
El individuo no sólo descarga, recibe, modifica y elabora. Rescata con esto sus funciones y dignidad humana, y así, está en el camino de revalorizarse a sí mismo y recuperar los valores propios del pueblo (oprimido) dejando de ser masa victimada.
Quien se resigna al fatalismo de la víctima, termina agregándose un lastre que lo hunde a él y arrastra a los demás.
Quien se aparta activamente de la masa de víctimas anónimas, recupera sus valores como persona y contribuye con esto a que el Pueblo recupere sus valores. Hacemos énfasis en la cuestión de los valores históricos de la Nación y del Pueblo. No pretendemos una imposible "neutralidad terapéutica" cuando la situación de miedo tiene una causal tan claramente denunciada y reconocible en la voluntad de los sujetos del Poder y su Doctrina.
Así como el padre de una familia tiene el fundamento de su dignidad en cuidar y dar sustento a sus hijos (mediante el trabajo), así un sujeto ante la sociedad encuentra su dignidad en la pertenencia y reconocimiento de valores comunes. Sólo la recuperación de estos valores lo librará finalmente del inmovilismo, de la apatía, del fatalismo.
El testimonio y la elaboración colectiva grupal son los primeros pasos. Más, como sujeto social e histórico la persona necesita de valores que lo guíen en una práctica de la cual sea protagonista. La causa última del miedo reside en el Poder, el que ha pisoteado, al mismo tiempo, los valores históricos y la dignidad individual.
Así es como las personas han sido forzadas al encapsulamiento y la victimización. Sólo trabajando en ambos niveles se superan globalmente las causas y los mecanismos del amedrentamiento colectivo.
Todo sujeto es actor de la historia. Todo el pueblo es protagonista de su propia historia. Nadie, nunca, en ninguna parte, por ninguna razón o disculpa, tiene el monopolio exclusivo de la Patria y sus símbolos, el orgullo nacional, la dignidad, la valentía, la lealtad, la honestidad, la verdad.
En cada sujeto del pueblo oprimido hay un territorio de dignidad que ensanchar y cultivar. Corresponde a cada cual dar y recibir para construir sobre ese terreno. Es opción libre de cada cual atreverse a descubrir en sí mismo los recursos de la dignidad ofendida y pisoteada y ayudar a los otros a hacerlo. Con la palabra, el testimonio, la denuncia y la práctica del colectivo. Creando, renovando la solidaridad que hermana a las personas, atendiendo a las necesidades de cada cual y pidiendo de cada cual lo que progresivamente puede ir dando. Aprendiendo de las experiencias que los individuos y los grupos han hecho. Confiando en las propias fuerzas y las fuerzas de la organización.
La salida del laberinto es la dignidad de cada persona y ésta sólo se realiza en la conciencia y práctica de ser sujeto de la historia que le toca vivir. La síntesis de esas voluntades y prácticas de participación histórica, es la Soberanía de los Pueblos, es la Autodeterminación de los Pueblos.
Al final de esta reflexión, queda visto, no hemos descubierto nada nuevo: en la actual contingencia histórica de Chile la liberación personal de los miedos y miserias es la liberación de la opresión y miserias del Pueblo . De toda la Nación.
Notas:
* Publicado en "Tortura, documento de Denuncia", volumen VI, mayo 1987.
1. La experiencia colectiva de miedo se ha hecho habitual, en la sociedad chilena, durante los últimos 13 años y medio.
2. Citado por Mattelart, A y M. en "Los medios de comunicación en tiempos de crisis". Siglo Veintiuno, México. 1984.
3. Trinquier, R. "Modern Warfare a French view of Counterinsurgency". N.Y. Praeger, 1964. El Coronel Trinquier fue uno de los "pacificadores" de Argel durante la guerra de independencia de Argelia. Esta terminó en derrota política y militar para Francia en 1962.
4. "Geopolítica de Brasil". Río de Janeiro, 1967.
5. El destacado es nuestro. Tras 13 años de gobierno militar, bien sabemos cual es el "amplio significado" del concepto de Seguridad Nacional.
6. Extensión of course of the Psycological Warfare School USA ARMY.
7. El destacado es nuestro.
8. Nótese que nos referimos a los insensibles ("los jefes") y a los "cachorros" privilegiados del régimen, es decir, a los señoritos y damas para quienes los gendarmes de la Doctrina de la Seguridad Nacional hacen el trabajo sucio. La propia tropa de los organismos de seguridad y FF.AA. son adoctrinados sobre la base de la inseguridad, del miedo a una agresión permanente, del alerta constante a un ataque todavía mayor del "enemigo". La base de todo ese adoctrinamiento es, también, la amenaza. Contra ésta, se movilizan los recursos de la guerra, convirtiendo el miedo de los sujetos en odio contra el "enemigo". Se valoriza el odio descalificando al "enemigo" el que es, según el adoctrinamiento, no un ser humano, sino un "humanoide". En los cuarteles de la Policía Civil de Investigaciones (institución que se proclama majaderamente como "técnica y encargada de combatir los delitos, no las ideas") cada 15 metros un cartel en gruesas letras rojas y negras adoctrina al personal: "Los comunistas mienten, no debes creer ni confiar en estos seres despreciables". Cada funcionario, cada día, lee sin fijarse. 20 a 30 veces este mensaje a la vez notificador y subliminal.