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25oct22


Forzar la naturaleza: los errores de la Ley Trans


Por azares biográficos me tocó, allá por 1995, liderar el equipo de la Unión Europea que intervino en la IV Conferencia sobre las Mujeres de Naciones Unidas en Beijing. Fue el escenario en el que se entabló la lucha por hacer aceptar a los países dominados por las religiones misóginas el concepto de "género", como distinto y complementario al concepto de "sexo". Si se entendía que la situación de opresión de las mujeres derivaba únicamente de nuestro sexo, aparentemente nada podía cambiar, puesto que se trataba de un dato biológico. Pero a la naturaleza biológica se une el modelado social, la imposición a las niñas-y a los niños- de un modelo de comportamiento, el género, que las ha condenado históricamente al silencio, la servidumbre y la ignorancia. Algo que, claramente, debía cambiar.

El trabajo no fue fácil: se trataba de abrir todas las puertas a la libertad de cada persona para ser lo que desea ser sin límites impuestos por los géneros. Y en ello estamos todavía. Hay que decir que el término "transgénero" es un sinsentido: hoy una gran mayoría de las mujeres hemos roto con nuestro género, y muchos hombres están en ello, con lo cual ya tiene poco sentido hablar de géneros. No son las personas las que deben cambiar su género: lo que tienen que hacer es prescindir de él, de un modelo de vida que les resulte incómodo. Pero al mismo tiempo, es la sociedad la que debe cambiar, la que debe aceptar que un hombre pueda vestirse con faldas o dedicarse prioritariamente al cuidado, sin por ello dejar de ser un hombre. Como ya acepta que las mujeres nos vistamos como queramos y ejerzamos cualquier tipo de profesión de las que antes estuvimos totalmente excluidas, sin por ello dejar de ser mujeres.

Este es el gran cambio hacia la libertad, no la manipulación y mutilación de los cuerpos. En la batalla de Beijing hubo que enfatizar los géneros, como llave para mostrar que no todo depende del sexo, y que el cambio era posible. Pero una consecuencia nefasta ha sido la confusión entre sexo y género. Podemos cambiar lo social, no lo biológico; toda la información nos muestra que una mujer trans puede modificar sus características secundarias de sexo, pero que es incapaz de concebir y parir, porque sexualmente es un hombre. ¿Por qué empeñarse en una confusión tan peligrosa como nefasta? Aceptemos a los hombres con un perfil humano semejante al que tradicionalmente tuvimos las mujeres, pero no pretendamos que es una mujer: el cuerpo no engaña ni se engaña, por mucho que nos empeñemos. La identidad de género es una invención sin base; los géneros son construidos a partir del nacimiento, transmitidos por la sociedad. No están en nuestras células como están los cromosomas que definen nuestro sexo.

Esta obsesión del momento por forzar a la naturaleza, por doblegarla a nuestros caprichos, está teniendo ya unas consecuencias terribles, que observamos en el cambio climático, en el empobrecimiento de los alimentos, en la contaminación del mar, del aire, de la tierra, que comienzan a mostrar su cansancio ante la estupidez humana. Biológicamente, los hombres son hombres, las mujeres, mujeres, y ambos sexos deben poder adoptar todos los comportamientos que no sean nocivos ni para ellos ni para su entorno. Es por ello que la ley trans que está en discusión en estos días, contiene un par de elementos muy preocupantes, y que muy pronto se mostrarán erróneos: el principio que admite el cambio registral de sexo -porque se trata del sexo, no del género, se diga lo que se diga- y el dar a los adolescentes la posibilidad de cambio de sexo-es decir, de iniciar tratamientos que bloqueen su normal desarrollo físico que pueden ser irreversibles- en una edad en la que la persona está aun en construcción, buscando su identidad y explorando caminos diversos.

Me preocupa especialmente lo que ocurre en las escuelas: el tratamiento correcto es que niñas y niños puedan jugar a toda clase de juegos, según sus deseos, y que se les acepte sin ninguna reticencia. De nuevo, son nuestros criterios los que deben cambiar, eliminando estereotipos, abriendo nuestras mentes, aceptando las tendencias y deseos de cada persona en aquello en que pueden hacerse realidad. Porqué, la experiencia nos lo muestra, lo está mostrando ya en diversos países, querer torcer la naturaleza sólo conllevará sufrimientos muy graves. Y porque ninguna ley, tampoco está, mejorará la vida de quienes rompen totalmente los moldes del género y tratan de romper los del sexo, si la sociedad no elimina sus prejuicios: por muchos retoques que se hagan, el cuerpo no sabe mentir, y acaba mostrando su realidad. Sólo si somos capaces de cambiar nuestros estereotipos se alcanzará la libertad de vivir como se quiera y el respeto de nuestro entorno. Sin ninguna necesidad de contrariar los cuerpos ni de borrar el nombre y los derechos de las mujeres.

[Fuente: Por María Subirats, República de las ideas, Madrid, 25oct23]

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