DISCURSO DE APERTURA SEMINARIO INTERNACIONAL
Fabiola Letelier del Solar
Secretaria Ejecutiva de CODEPU
En nombre de los organismos organizadores
CODEPU - FASIC - SERPAJ-CHILE
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"Después de la Segunda Guerra Mundial...la comunidad internacional esparaba el imicio de una nueva era. Una era en que
los derechos humanos de todos los ciudadanos de todos los países del mundo serían universalmente respetados. No
fue así... La comunidad internacional no había previsto ningún mecanismo para establecer la culpabilidad
de los perpetradores y penarlos"
Expresiones del fiscal Richard Goldstone, en la inauguración del primer juicio celebrado ante el Tribunal Penal
Internacional para la ex Yugoeslavia, noviembre de 1994.
La odisea de este siglo es el avance de la conciencia universal sobre los derechos humanos. Es el avance de una
concepción que busca superar todo tipo de discriminación entre los seres humanos y consagrar el respeto
fundamental a la dignidad de toda persna. Ahora bien, el valor de la dignidad humana tiene un talante ético de
supremacía por sobre todo interés o valor político o económico, filosófico, doctrinal. El
campo para la realización de los valores supremos de la persona humana es la democracia. Es en la democracia donde
debería darse el desarrollo cada vez mas extensivo de los derechos humanos, abarcando las necesidades de las libertades
civiles y políticas, como las necesidades de la igualdad en lo social, económico y cultural, y la
integración de nuevos derechos emergentes ante nuevas realidades; así como un desarrollo de mayor intensidad que
implica más exigencias a la democracia y mayor interacción de todos los sectores sociales, a fin de asegurar el
derecho de todos y en todos los campos. Por tanto, el valor de la democracia está dado en la medida que garantiza el
respeto y vigencia de los derechos humanos. De tal manera se puede afirmar que, a mayor perfección democrática,
mayor capacidad de sanción para los violadores de los derechos humanos. En consecuencia, desde esta perspectiva, la
denuncia de la impunidad debe ser comprendida como la mejor defensa de la democracia y, la superación de todas las
formas de impunidad son su perfeccionamiento.
Sin embargo, la relación indivisible entre derechos humanos y democracia no ha tenido una presencia
preponderante, ni los procesos de transición han tenido señales ni signos claros en esta dirección. La
impunidad presente en estos procesos de transición a la democracia conspira contra ella misma.
Ya hemos conocido esta mañana las características más centrales de la impunidad y sus
consecuencias. Sabemos que muestra su cara más notoria en la ausencia de castigo a las autoridades y sus agentes
culpables de violaciones a los derechos humanos.
Sabemos que ella afecta el conjunto de la vida social y de las relaciones que hacen posible una vida civilizada entre
los seres humanos.
Desde un punto de vista jurídico y legal ella desconoce la igualdad ante la ley y significa una negación
de los principios y sentido de un verdadero Estado de Derecho.
Sabemos también que la impunidad conspira contra las orientaciones éticas y los valores más
apreciados por los seres humanos, por todos nosotros, por la sociedad toda; constatamos que socializa la perversa idea de que
todo está permitido y que los delitos más graves no merecen castigo, fomentando así la anomia
generalizada y la corrupción en los más variados ámbitos de la vida social; que replica el efecto atroz
de los crímenes y sus consecuencias en las víctimas sobrevivientes, en sus familias y en el conjunto de la
sociedad, dificulta la urgente labor de sanar y reparar lo dañado; quiebra el sentido de comunidad política y de
sociedad humana.
La impunidad nos traslada a períodos más arcaicos de la vida de nuestra especie. La impunidad nos ata al
pasado, atentando así contra nuestra libertad de construir el presente y el futuro.
Pero, las personas y los pueblos somos memoria, presente y futuro. Hoy es el momento de conformar un movimiento
internacional de lucha contra la impunidad; configurar una corriente de esfuerzos, de sentimientos, de valores compartidos,
que genere propuestas; coordinaciones internacionales, en cada región y al interior de cada uno de los países,
en contra del olvido, la falta de verdad y de justicia.
Estamos en un momento clave para diseñar una estrategia de superación de la impunidad con el concurso de
todos quienes hacen esfuerzos por erradicarla de la historia humana. A pesar de la magnitud de esta labor nuestro
espíritu no es de desaliento, sino de esperanza. Por doquier se alzan voces en contra de la impunidad. No estamos
solos. Muchos organismos internacionales, instituciones de la más variada índole y personalidades participan de
esta intención. Estamos ciertos que su presencia aquí -que honra este Seminario- es una manifestación de
ello. Mancomunadamente podremos enfrentar este desafío común.
Si examinamos la realidad de la región latinoamericana reconocemos que tiene un elemento común. Vivimos
y sufrimos dictaduras durante las últimas décadas, que tenían como uno de sus objetivos asegurar un
sistema de dominación, y mayoritariamente, imponer el modelo económico social neo liberal que persiste
actualmente y que conculca infinidad de derechos económicos, sociales y culturales.
Después de esos regímenes, se han abierto en nuestros países procesos de transición a la
democracia. Sin embargo, a pesar de algunos esfuerzos por conocer la verdad de lo ocurrido mediante comisiones de
esclarecimiento, la impunidad subsiste. Valoramos esos esfuezos, pero debemos decir también claramente que son
insuficientes. No se trata de esclarecer una parte de los crimenes cometidos por el terrorismo de estado, sino de lograr
justicia plena; no se trata de lograr justicia sólo por los 120.000 detenidos desaparecidos durante esos años,
sino por los millones que sufrieron violación de sus derechos. En verdad, la impunidad que persiste en los procesos de
transición democráticos agrava la que se originó en las dictaduras, puesto que la decisión humana
de no hacer justicia ya no radica en un poder tiránico, sino en uno validado como democrático. Y esa es su
gravedad. Lo que ayer podía entenderse como consubstancial a las dictaduras, hoy en día es incomprensible,
abiertamente inaceptable y urgente de superar. Como decíamos anteriormente, estamos en un momento crucial.
Después de años de transición democrática, después que esos procesos no han logrado
revertir la impunidad y sus consecuencias, esos fenómenos tienden a transformarse en elementos asociados a la
normalidad democrática.
Si hoy no levantamos una muralla contra la impunidad y logramos erradicarla, un futuro sombrío se cierne sobre
nuestras sociedades y las generaciones futuras.
Los gobiernos civiles postdictaduras han ido aceptando la impunidad como un fenómeno ineluctable para la
estabilidad del sistema político. Pero, como todos sabemos, los Estados y sus autoridades sólo se justifican, si
respetan, promueven y garantizan esos derechos y libertades fundamentales. Por lo demás, ceder a las presiones de
impunidad y retroceder en la exigencia de verdad y justicia, redunda en un acrecentamiento de esas mismas presiones, en la
disminución del poder civil y, por tanto, conspira contra la esencia de la democracia. Y esto porque una
auténtica democracia es -y no lo olvidemos- participación popular efectiva en las decisiones que afectan a
todos. No nos contentamos con una democracia precaria, sometida al chantaje de los poderosos y de las elites dominantes.
Queremos, proponemos y lucharemos por una democracia participativa de ciudadanos con todos sus deberes y con todos sus
derechos, en la cual cada hombre y cada mujer ejerza los derechos que le corresponden. Aspiramos incansablemente a hacer
efectiva la afirmación de la Declaración Universal respecto a la igualdad en dignidad y derechos de todo ser
humano, sin excepción alguna.
En cualquier lugar del mundo, la impunidad responde a la lógica de dominación de unos seres humanos
sobre otros. De allí su dimensión política. Se trata no sólo de asegurar la falta de castigo para
los culpables de los crímenes cometidos, no sólo del desconocimiento de derechos fundamentales como el derecho a
la justicia. Mediante la impunidad se procura acostumbrar a la injusticia, promover la resignación y el desaliento
frente a la denegación de derechos fundamentales. En definitiva, esa es su función política: consolidar
un modelo de dominación y de conculcación de los más fundamentales derechos económicos, sociales y
culturales.
En la actualidad, vemos con preocupación la imposición del neoliberalismo que marginaliza, excluye y
mantiene en la pobreza a una gran parte de la humanidad; que los procesos de globalización no respetan el medio
ambiente ni los derechos ciudadanos, y en especial los derechos de los más desposeídos. Constatamos con
desconcierto que las instancias de coordinación económica internacionales y los acuerdos comerciales deciden los
destinos de los pueblos y tienen mayor gravitación que las instancias políticas nacionales e internacionales.
Vemos que la igualdad de derechos que afirma la Declaración Universal se encuentra condicionada y negada en la
práctica por las directrices del poder económico mundial. Pareciera ser que en nombre de la libertad
económica de los grandes capitales transnacionales sería legítimo hoy día desmantelar
completamente los sistemas de seguridad social que permitían algunos beneficios sociales para el conjunto de la
población, alcanzando incluso a los más pobres. Vemos con angustia que la pobreza se aloja en los sectores
más vulnerables: mujeres, ancianos y niños. Más de mil cien millones de personas habitantes de esta
tierra viven diaramente en la miseria. ¿Cómo no sentirnos afectados frente a tanto dolor y a tanta injusticia?
Nadie puede quedar indiferente frente a esta realidad.
Somos todos responsables de no validar, ni la
impunidad por los crímenes de violaciones a los derechos humanos, ni la conculcación de ninguna de las
libertades ni los derechos fundamentales, incluídos por cierto los económicos, sociales y culturales. Los
derechos humanos son indivisibles. La violación de cualquiera, cuestiona la vigencia de todos. Al luchar en contra de
la violación de uno de ellos, luchamos a favor de la vigencia de los demás. La lucha contra la impunidad es una
lucha por la democracia, el humanismo, la vigencia de todos los derechos fundamentales. Es una lucha por la paz.
Llamamos desde aquí, a los Estados, a los Gobiernos y a la Comunidad Internacional a no abdicar de su deber de
respetar y promover los derechos humanos. A esta última, la llamamos a superar sus deficiencias, a mejorar los actuales
mecanismos de protección de los derechos humanos, ampliando su campo de preocupaciones y profundizando la
fiscalización de la vigencia de éstos en todos los rincones del planeta. Los llamamos a todos, en especial a
erradicar la impunidad, a sentar las bases para que el horror no se repita nunca más. Los convocamos a construir la
Memoria, a realizar una auténtica Reparación, a establecer la Verdad, a no soslayar las sanciones, en
definitiva, a conseguir la Justicia. Ese es el compromiso que asumimos y nuestra responsabilidad histórica,
ética, social y política.
Para terminar, debo expresarles que nos sentimos felices de la presencia de ustedes aquí y tenemos la
convicción que con vuestra participación, voluntades, experiencia y saberes, responderemos a la urgencia y al
imperativo de construir una estrategia de superación de la impunidad. Ese es el propósito común que nos
reune hoy día y que nos insta a continuar trabajando juntos a fin de profundizar el conocimiento del fenómeno de
la impunidad que hoy, constatammos con preocupación, se extiende al ámbito de los derechos económicos,
sociales, culturales y ambientales de nuestras sociedades.
A nombre de los organismos convocantes a este Seminario, - Comité de defensa de los derechos del Pueblo,
CODEPU, Fundaación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas, FASIC, y del Servicio Paz y Juscia, SERPAJ- Chile,
muchas gracias a todos quienes posibilitaron la realización de esta iniciativa. Muchas gracias a todos quienes nos
honran con su presencia.
Por último, quisiera recordar, con palabras de nuestro poeta Pablo Neruda, a quienes hoy no están
presentes, pero que siempre estarán con nosotros.
"fue mi deber nombrarte,
a tí, al de más allá y
al de más cerca,
.......
Pero no tuve tiempo ni tinta para todos".