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25oct06
El ojo que llora.
Hay quienes ilusamente (a mi parecer) dicen que gracias a los cursos escolares de educación cívica, literatura peruana, historia del Perú o hasta formación premilitar, los peruanos amaremos más a nuestra patria.
Como si estos cursos fueran depositarios autoevidentes de valores que serán adquiridos por el solo hecho de que un profesor los mencione, abra un libro señalando un pasaje o exalte a los héroes militares del pasado. Pero la verdad es que no pocos peruanos que leyeron estos libros, asistieron a estas clases e inclusive marcharon marcialmente en desfiles escolares --gran parte de la generación adulta de hoy-- han cometido los más dramáticos crímenes contra la humanidad que recuerde la historia del Perú. Los subversivos como grupo, algunos individuos militares y policiales equivocados, con la silenciosa complicidad de algunos políticos y funcionarios civiles, fueron actores encubiertos o plenos de la violencia mortal que penetró nuestras vidas entre los años 1980 y 2000 causando decenas de miles de muertos, heridos en cuerpo o alma, viudos, huérfanos y desvalidos.
Entre esos políticos y funcionarios que fueron cómplices por acción, por conveniencia o por indiferencia, hay no pocos que prefieren olvidar, voltear la página y desprestigiar a aquellos peruanos cuyo amor a la patria los llama a recordar y a reclamar. Porque tanto (o más) aman a su patria quienes denuncian las injusticias y demandan recordar, resarcir a los afectados y aprender de nuestras tendencias destructivas, como aquellos que por convicción profunda sostienen que en consideración a que se trataba de una guerra interna habría que cerrar el capítulo y olvidar los crímenes.
Sin embargo olvidar a los muertos asesinados en nombre de esa violencia multilateral desbordada es una ofensa de grueso calibre. No es de extrañar que en este contexto aparezcan iniciativas de extranjeros que nos llaman a no quitarles a nuestros muertos sin tumba el último vestigio de dignidad que significa tener un nombre escrito aunque sea en una piedra, para recordar que existieron. Extranjeros que aman al Perú y nos gritan "si no van a recordar y procesar, la historia se repetirá".
Una mujer extranjera, peruana en su amor solidario, es la escultora holandesa Lika Mutal, autora del monumento "El Ojo que Llora", ubicado en el Campo de Marte. Ella concibió la idea, la ejecutó, tocó puertas para recaudar fondos y ha logrado levantar un monumento al recuerdo en forma de un ojo de piedra que llora con lágrimas que son gotas de agua. Se llega hasta él luego de caminar 20 minutos por un sendero delineado por 31.000 piedras que contienen los nombres y edades de muertos por el terror que fueron plenamente identificados, pese a que algunos sostienen que jamás existieron. Los anteriores gobiernos de todos los peruanos y una parte de los actores políticos del actual gobierno se han apartado a un lado ante estos 31.000 peruanos, procurando voltear la página con una amnesia virtual o esperando una amnistía que permitirían sellar nuestra historia reciente con vacíos, negaciones y mentiras. Así solo se logrará disfrazar la violencia, que por algún lado sin duda volverá a manifestarse.
Es importante y vital recordar que sobre mentiras y negaciones no podremos construir una nación mentalmente sana de peruanos tolerantes, solidarios, capaces de convivir en paz. Quizá visitar este monumento y observar con ojos bien abiertos contribuyan a menguar la indiferencia y recobrar la memoria.
[Fuente: Por León Trahtemberg, educador, El Comercio, Lima, 25oct06]
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