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16ene07


Se nos ve el fustán
Por Mariella Balbi


En épocas pretéritas el fustán condensaba el pudor femenino. El asomo, aunque mínimo, de esta ya anticuada prenda hacía avergonzar y ruborizarse a la dama en cuestión, causando alboroto. La delataba. Igual nos pasa hoy con la inútil y escandalosa polémica que se ha suscitado frente a un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Para un sector de peruanos esta se ha convertido en la encarnación del mal, remontándonos a tiempos más arcaicos que los del fustán en cuestión. No se tiene en cuenta que el Perú suscribió libremente su adhesión a este organismo, tampoco que la CIDH se ocupa de violaciones de parte de los estados y no de grupos políticos o personas.

El fallo condenatorio de la CIDH contra el Estado Peruano por la muerte de 41 terroristas en el penal de Castro Castro en 1992 ha activado el gatillo de un estéril discurso político que nos persigue desde que Fujimori acometió su autogolpe. Y --valgan verdades-- si no somos hipócritas, si avivamos el seso y despertamos, recordaremos que al enterarnos de que luego de tres días de amotinamiento los muertos --entre sentenciados y procesados por terrorismo-- eran 41 todos supimos que los habían asesinado. Muchos dijeron, en alta voz o interiormente, "se los bajaron".

Nadie quiso defenderlos por obvias razones: todos abominamos de Sendero Luminoso y en el fondo se tomó como un alivio en medio de una sanguinaria guerra. Pero ello no quiere decir que sea legal o lícito ajusticiar extrajudicialmente a demenciales senderistas. Pensar que al llegar este caso a la CIDH esta no iba a ver los terribles hechos, se desdice con la implacable lógica de que no hay crimen perfecto. Que, como todo fallo, el de la Corte Interamericana sea cuestionable es totalmente distinto de armar ofensiva mayúscula contra la vigencia de los derechos humanos y agitar la pena de muerte como una panacea, regresando de modo torpe a lo peor del discurso fujimorista.

Sorprende que alguien como el presidente García se adhiera a esas viejas mañas, porque fue la CIDH quien le restituyó sus derechos civiles, sentencia desoída por el gobierno de Fujimori y hecha efectiva por el de Paniagua, gracias a lo cual pudo ser candidato en el 2001. Saber por qué actúa así ahora forma parte de los misterios insondables de la política nacional. Todos intuimos que algo hay detrás, también que la actitud de García nos mantiene divididos, lejanos de la necesaria reconciliación y sumidos en un estruendo antidemocrático. Pese a que se nos ve el fustán de manera tal, hemos perdido la necesaria vergüenza frente a la muerte y tal vez el rumbo de un Gobierno que alguna esperanza causaba.

[Fuente: El Comercio, Lima, Per, 16ene07]

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