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28oct18


El príncipe de las sombras (y de Khashoggi)


Cuando en el suave invierno saudí de hace tres años, Mohamed bin Salman irrumpió en escena, fueron muchos los que buscaron perplejos la biografía de un príncipe desconocido que ni siquiera había cumplido los 30 años. Su fulgurante ascenso -inusual en el reino ultraconservador- fue, sin embargo, resultado de un calculado asalto al poder.

Durante la década anterior, el joven se había transfigurado en una sombra de su padre, el actual monarca Salman, por aquel entonces gobernador de Riad, la capital saudí. Fue allí, al abrigo del calor paterno, cuando se convirtió en su mano derecha, en el asesor al que protegió y con el que eliminó cualquier límite. «Nació de una madre beduina, es el preferido de su padre y se malogró cuando era un niño», resume una fuente con amplio conocimiento de los pormenores de la corte saudí que exige anonimato por miedo a represalias.

En la semana en la que el aún príncipe heredero se ha colocado en el foco de la polémica por sus múltiples conexiones con el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consultado saudí de Estambul, Crónica reconstruye el periplo vital de Bin Salman, cuyo mandato casi profético de dirigir la Arabia Saudí del futuro está amenazado por una sucesión de acciones abruptas y violentas que han hecho sonar las alarmas en Occidente.

Sus 'travesuras' de niño

En cambio, para la vasta familia real, con más de 5.000 miembros bendecidos por el maná de un sueldo mensual, Bin Salman nunca fue un príncipe cualquiera. Sus «travesuras» de infancia y adolescencia ya habían llegado a sus oídos.

«Hay dos historias muy conocidas en Riad. La primera sucedió cuando Bin Salman tenía ocho años. Acudió junto a sus amigos a un supermercado. Iban todos vestidos de uniforme militar. Y armaron un escándalo en el establecimiento de tal nivel que la seguridad llamó a la policía. El agente que trató de restablecer el orden fue castigado por el padre del príncipe», narra la citada fuente.

El segundo pasaje ocurrió años después, cuando el muchacho litigaba con superar la pubertad y se dedicaba a pedir dinero entre la realeza. Hambriento de petrodólares, se le ocurrió confiscar el preciado terreno de un particular, que opuso resistencia. El caso acabó en los tribunales y el juez optó por frustrar la ambición de Bin Salman.

Decidido en su empresa, el príncipe no dudó en remitir una carta al magistrado que se había interpuesto en su camino. El sobre contenía una amenazante bala. «Cuando el funcionario se quejó ante su padre, Salman le sugirió que se quedara callado», comenta la garganta profunda que en los últimos años ha ido divulgando y pronosticando con acierto el devenir del reino.

El treintañero que gobierna de facto el mayor exportador de petróleo del mundo creció en un complejo palaciego de Riad, entre los muros de una mansión habitada por su madre Fahda y sus cinco hermanos, y agasajado por un séquito de medio centenar de súbditos, entre cocineros, mayordomos, jardineros y conductores. En las lindes de la vivienda se erguían otros tres palacetes, dedicados a albergar a las otras tres esposas de Salman y al resto de su descendencia.

Bin Salman asistió a la escuela más exclusiva de Riad y se ganó pronto la admiración de sus compañeros de pupitre, a los que solía invitar a fastuosas fiestas en el desierto durante los fines de semana.

«Ya sabíamos de él antes de llegar a ministro de Defensa. Su padre le permitió siempre hacer todo lo que quiso. Ni siquiera le recriminó las fechorías extrañas que urdía de pequeño», apunta a este suplemento Saad al Faqih, uno de los más destacados opositores al régimen saudí, desde su exilio londinense. Al Faqih preside el Movimiento para la Reforma Islámica, un veterano grupo que aboga por la separación de poderes, la libertad de expresión y los derechos de la mujer.

"Actúa como un psicópata"

Su infancia entre adultos y próxima al poder -su progenitor gobernó la capital durante 48 años- forjó la demoledora personalidad que describe Al Faqih. «Es un tipo impulsivo y narcisista que actúa como un psicópata y está aquejado del mal de la grandiosidad», desliza.

Y amplía: «Es impulsivo porque toma decisiones sin calcular las consecuencias. Sólo tiene en cuenta los resultados directos. Es narcisista porque considera que lo sabe todo y no tiene nada que consultar a nadie. La gente tiene que rendirle culto. Es un psicópata porque carece de emociones y empatía. Sólo se mueve por sus instintos, su rabia, sus deseos de revancha y sus miedos. Desconoce lo que es la compasión y el amor. Está enfermo de grandiosidad porque se cree infalible. Está convencido de que hará algo que jamás nadie ha hecho antes. Quiere ser el primer trillonario de la historia».

Su retrato mesiánico casa con las sombras que proyectan sus resoluciones desde que en enero de 2015 el óbito de Abdalá dejara expedita la ruta de Salman hacia el trono. En mayo de aquel año, meses después de su llegada a palacio, el monarca apartó a su hermanastro Muqrin -junto a él, el último de los hijos vivos de Abdelaziz, el fundador de la monarquía- de la primera línea sucesoria. Su caída en desgracia fue un pequeño seísmo.

Desde la muerte en 1953 del patriarca de la saga, seis de sus vástagos -tuvo 42 varones y 56 féminas, fruto de su relación con más de un centenar de mujeres- habían gobernado los designios del país. La salida de Muqrin confirmó el ocaso de una generación e inauguró la controversia sobre el porvenir, controlado por los Sudairis, los miembros de la familia real que descienden de la unión del fundador con Hassa Ahmed al Sudairi, su esposa preferida.

Mohamed bin Nayef, primo y entonces poderoso ministro de Interior, fue nombrado príncipe heredero. Bin Salman fue situado segundo en una carrera que quedó finiquitada dos años más tarde. El 20 de junio de 2017, se consumó el golpe palaciego que le catapultó.

Aquella noche el monarca citó a su primo en un palacio de La Meca y le obligó a renunciar a sus cargos de príncipe heredero y ministro de Interior. Tras negarse, Bin Nayef permaneció horas incomunicado. Sus escoltas fueron relevados por la guardia de Bin Salman.

Los miembros del Consejo de Lealtad -un órgano establecido en 2006 con el fin de resolver los asuntos de sucesión- recibieron vía telefónica una carta escrita en nombre del rey por asesores de su hijo en la que se alegaba como motivo de su destitución la salud de Bin Nayef, supuestamente enganchado a los analgésicos desde que sobrevivió en 2009 al ataque de un terrorista suicida.

A la mañana siguiente, Bin Nayef claudicó y, horas después, se difundió un vídeo en el que el derrotado besaba y abrazaba a su flamante sucesor. Desde su jubilación forzada, ha abandonado la escena pública y permanece vigilado en su palacio de Yeda, a orillas del mar Rojo.

Para entonces, no obstante, Bin Salman había ido esquilmando sus prerrogativas, ampliando un poder hoy omnímodo. En 2015 su padre le puso al frente de la cartera de Defensa -desde la que ha unificado unas fuerzas de seguridad divididas hasta ahora en tres ministerios dirigidos por distintos príncipes-; le nombró viceprimer ministro; le entregó las riendas de la petrolera estatal Aramco, un gigante que prepara su privatización parcial; y le encomendó la faraónica tarea de diversificar la economía de una nación «adicta al petróleo». Su aparición ha estado ligada a la etapa más turbulenta del reino.

En marzo de 2015 emprendió una guerra contra el grupo rebelde chií de los hutíes, cuya campaña de bombardeos indiscriminados ha segado más de 10.000 vidas civiles y provocado la «mayor crisis humanitaria del planeta», según la ONU, con la propagación del cólera y la hambruna.

 

La guerra en Yemen

En junio de 2017 Riad lideró la imposición de un insólito bloqueo a Qatar que aún permanece en vigor y que no ha logrado el ansiado cambio de emir. «Su personalidad le llevó a comenzar la guerra en Yemen, dictar el bloqueo de Qatar, diseñar el secuestro del primer ministro libanés Saad Hariri u ordenar la detención de sus primos», evoca Al Faqih.

El pasado noviembre otros dos incidentes urdidos por Bin Salman sacudieron la corte. Hariri, citado en palacio, fue retenido y obligado a anunciar su dimisión en una disparatada alocución televisiva. La inusual unidad de los partidos libaneses y las presiones del presidente francés Emmanuel Macron frustraron un plan que amenazaba con desestabilizar la tierra de los cedros.

El otro sobresalto sucedió a principios de aquel mes, cuando Bin Salman ejecutó una presunta purga anticorrupción que durante semanas confinó a alrededor de 200 personas -entre ellas, decenas de príncipes y magnates- en el hotel Ritz-Carlton de Riad.

Mercenarios colombianos

Los detenidos fueron cazados en redadas efectuadas en sus domicilios durante la noche con la participación de mercenarios colombianos. «Son miembros del ejército o la policía colombianas que pertenecían a las fuerzas especiales y son experimentados en combate contra grupos terroristas. Pasaron al retiro aquí y tuvieron esta opción de trabajo», confirma a este suplemento el general Jaime Ruiz, presidente de la Asociación de Oficiales Retirados de las Fuerzas Militares de Colombia. «Son gente joven con espíritu de aventura y edades comprendidas entre los 25 y los 35 años, que allí ganan mucho de lo que podrían obtener aquí».

Ni siquiera su familia más cercana se ha salvado de su ira. Su madre Fahda, tercera esposa de Salman y progenitora de seis de sus 13 retoños, lleva más de tres años sin ver a su cónyuge por orden expresa de su hijo. Se hallaba bajo arresto domiciliario en un palacete de Riad pero recientemente fue trasladada al suroeste de Arabia Saudí, alejándola aún más de su marido, también enfermo.

Pocos datos han trascendido de la vida privada de Bin Salman, más allá de su matrimonio hace una década con su prima Sara Bint Mashur bin Abdelaziz. Tienen cuatro vástagos: los príncipes Salman y Mashur y las princesas Fahda y Nura. Se rumorea, además, que tiene una segunda esposa en secreto.

«Le gustan mucho dos cosas: las mujeres y los videojuegos», señala el opositor Ghanem Dosari. Amante de Japón y la tecnología, predica la austeridad pero no escatima en lujos propios como la compra de Serene, un superyate de 500 millones de dólares, o de un castillo a las afueras de París.

Aquella noche el monarca citó a su primo en un palacio de La Meca y le obligó a renunciar a sus cargos de príncipe heredero y ministro de Interior. Tras negarse, Bin Nayef permaneció horas incomunicado. Sus escoltas fueron relevados por la guardia de Bin Salman.

Los miembros del Consejo de Lealtad -un órgano establecido en 2006 con el fin de resolver los asuntos de sucesión- recibieron vía telefónica una carta escrita en nombre del rey por asesores de su hijo en la que se alegaba como motivo de su destitución la salud de Bin Nayef, supuestamente enganchado a los analgésicos desde que sobrevivió en 2009 al ataque de un terrorista suicida.

A la mañana siguiente, Bin Nayef claudicó y, horas después, se difundió un vídeo en el que el derrotado besaba y abrazaba a su flamante sucesor. Desde su jubilación forzada, ha abandonado la escena pública y permanece vigilado en su palacio de Yeda, a orillas del mar Rojo.

Para entonces, no obstante, Bin Salman había ido esquilmando sus prerrogativas, ampliando un poder hoy omnímodo. En 2015 su padre le puso al frente de la cartera de Defensa -desde la que ha unificado unas fuerzas de seguridad divididas hasta ahora en tres ministerios dirigidos por distintos príncipes-; le nombró viceprimer ministro; le entregó las riendas de la petrolera estatal Aramco, un gigante que prepara su privatización parcial; y le encomendó la faraónica tarea de diversificar la economía de una nación «adicta al petróleo». Su aparición ha estado ligada a la etapa más turbulenta del reino.

En marzo de 2015 emprendió una guerra contra el grupo rebelde chií de los hutíes, cuya campaña de bombardeos indiscriminados ha segado más de 10.000 vidas civiles y provocado la «mayor crisis humanitaria del planeta», según la ONU, con la propagación del cólera y la hambruna.

La guerra en Yemen

En junio de 2017 Riad lideró la imposición de un insólito bloqueo a Qatar que aún permanece en vigor y que no ha logrado el ansiado cambio de emir. «Su personalidad le llevó a comenzar la guerra en Yemen, dictar el bloqueo de Qatar, diseñar el secuestro del primer ministro libanés Saad Hariri u ordenar la detención de sus primos», evoca Al Faqih.

El pasado noviembre otros dos incidentes urdidos por Bin Salman sacudieron la corte. Hariri, citado en palacio, fue retenido y obligado a anunciar su dimisión en una disparatada alocución televisiva. La inusual unidad de los partidos libaneses y las presiones del presidente francés Emmanuel Macron frustraron un plan que amenazaba con desestabilizar la tierra de los cedros.

El otro sobresalto sucedió a principios de aquel mes, cuando Bin Salman ejecutó una presunta purga anticorrupción que durante semanas confinó a alrededor de 200 personas -entre ellas, decenas de príncipes y magnates- en el hotel Ritz-Carlton de Riad.

Mercenarios colombianos

Los detenidos fueron cazados en redadas efectuadas en sus domicilios durante la noche con la participación de mercenarios colombianos. «Son miembros del ejército o la policía colombianas que pertenecían a las fuerzas especiales y son experimentados en combate contra grupos terroristas. Pasaron al retiro aquí y tuvieron esta opción de trabajo», confirma a este suplemento el general Jaime Ruiz, presidente de la Asociación de Oficiales Retirados de las Fuerzas Militares de Colombia. «Son gente joven con espíritu de aventura y edades comprendidas entre los 25 y los 35 años, que allí ganan mucho de lo que podrían obtener aquí».

Ni siquiera su familia más cercana se ha salvado de su ira. Su madre Fahda, tercera esposa de Salman y progenitora de seis de sus 13 retoños, lleva más de tres años sin ver a su cónyuge por orden expresa de su hijo. Se hallaba bajo arresto domiciliario en un palacete de Riad pero recientemente fue trasladada al suroeste de Arabia Saudí, alejándola aún más de su marido, también enfermo.

Pocos datos han trascendido de la vida privada de Bin Salman, más allá de su matrimonio hace una década con su prima Sara Bint Mashur bin Abdelaziz. Tienen cuatro vástagos: los príncipes Salman y Mashur y las princesas Fahda y Nura. Se rumorea, además, que tiene una segunda esposa en secreto.

«Le gustan mucho dos cosas: las mujeres y los videojuegos», señala el opositor Ghanem Dosari. Amante de Japón y la tecnología, predica la austeridad pero no escatima en lujos propios como la compra de Serene, un superyate de 500 millones de dólares, o de un castillo a las afueras de París.

[Fuente: Por Francisco Carrión, El Mundo, Madrid, 28oct18]

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small logoThis document has been published on 01Nov18 by the Equipo Nizkor and Derechos Human Rights. In accordance with Title 17 U.S.C. Section 107, this material is distributed without profit to those who have expressed a prior interest in receiving the included information for research and educational purposes.