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27ago14


El final del socialismo: una gran paradoja política amenaza con borrarlo del mapa


La crisis del socialismo francés, que va por su cuarto gabinete ministerial en dos años, tiene algo de déjà vu. No por la dimisión en pleno del Gobierno, que es algo inusual, sino porque esa sucesión de promesas electorales, llegada al poder, olvido del programa y reacción de los seguidores decepcionados nos es cada vez más familiar.

A otros socialistas europeos les había pasado antes (Blair inició una tercera vía que le llevó directamente a los brazos de George Bush Jr., Zapatero negó la crisis hasta que puso en marcha una tupida red de medidas que garantizaron a los inversores que la deuda iba a ser devuelta), pero el caso de Hollande es especialmente llamativo porque había alcanzado el Elíseo precisamente por significarse como el líder que iba a combatir la fiebre austericida de Merkel y Alemania y el que iba a indicar a Europa cuál era el nuevo camino económico. Sin embargo, tras las recientes recomendaciones de Draghi y el Banco Central Europeo y las previsiones de déficit del Estado francés para 2014, Hollande se ha visto obligado a dar marcha atrás por completo, reforzando las tesis del más neoliberal de los suyos, Manuel Valls, y despidiendo a los ministros díscolos que se atrevieron a criticarle en público.

Pero la crisis francesa es doblemente significativa porque refleja de manera precisa la encrucijada en la que está situada la política contemporánea. En una carta dirigida al presidente francés en la que exponía su intención de no ser candidata para el próximo gobierno, la ya exministra de Cultura Aurélie Filippetti ponía de manifiesto su insatisfacción en dos terrenos. El primero se refería a su gestión, ya que se había visto obligada a hacer frente a una rebaja "sin precedentes" en el presupuesto de su ministerio durante dos ejercicios consecutivos, mientras que el segundo iba referido a un hartazgo político, ese que lleva a que "el realismo sea siempre sinónimo de renuncia". En otras palabras, Filippetti no había podido contar con el presupuesto que necesitaba y al mismo tiempo había tenido que tomar medidas que iban en dirección contraria a sus ideales. Por eso, y como forma de ser responsable con sus votantes, "quienes nos han hecho lo que somos", había decidido marcharse sin mirar atrás.

La paradoja de la política contemporánea

Lo que habría que preguntarse, sin embargo, es si ambos problemas no son el mismo. Porque el compromiso con los electores y el llevar a cabo lo prometido tiene mucho que ver con disponer de los recursos para hacerlo, algo de lo que casi nadie puede presumir hoy en Europa. Eso es lo que le ha ocurrido al Gobierno de Hollande y a su ministra de Cultura, que llegó pensando que iba a cumplir una función elevada y se encontró con que debía gestionar la escasez, y esa es también la gran paradoja de la política contemporánea: para llegar al poder, los políticos deben convencer a los votantes de que van a hacer lo que después no harán porque no tendrán dinero para ello.

A estos efectos, no importa demasiado el signo político: si eres un político de derechas, puedes prometer que aumentarás la seguridad y bajarás los impuestos, pero cuando llegues al poder tendrás que subirlos y recortar las partidas presupuestarias destinadas a policía y ejército, como bien hemos visto en España. O puedes afirmar, si eres de izquierdas, que defenderás con uñas y dientes la sanidad y la educación públicas, pero luego llegarás al Gobierno y sacarás las tijeras de podar mientras pones cara de póquer. Con estas reglas de juego económicas, poco parece que puedan hacer nuestros políticos, salvo cumplir las órdenes de los mercados y sentarse a esperar que pasen los malos tiempos.

Sin embargo, esta situación está afectando de forma muy distinta a los diferentes partidos. Los más perjudicados son los de centroizquierda con opciones de gobernar, que están sufriendo las contradicciones de un modo mucho más intenso. Si perteneces a un partido conservador, puedes hacer ver las políticas de austeridad como una medida responsable y no perder demasiados votos; si eres de Podemos, puedes argumentar que lo primero que harás cuando llegues al Gobierno es auditar la deuda, e incluso impagar parte de ella, y ganar adeptos. Si eres del PSOE, no puedes hacer ni una cosa ni otra.

El populismo: la nueva vía

Los socialistas terminan moviéndose, pues, en una fina línea en la que tratan de compatibilizar las políticas que combaten la desigualdad con medidas económicas que la acentúan, lo que les lleva a decepcionar a su electorado con mucha frecuencia. Filippetti subraya en su carta una verdad evidente, como es que, tras desilusiones varias, muchos de sus votantes han terminado por descreer de la política "o, peor, se han echado en los brazos del Frente Nacional".

Esa nueva opción es importante, porque por primera vez en Europa aparece una posibilidad de gobierno que no es la del bipartidismo, y que deja a los socialistas encerrados entre los recortes de los conservadores y la pujanza de los nuevos movimientos. El populismo se ha convertido en una tercera vía real que amenaza con llevarse por delante a los partidos que más han desencantado a sus electores, y esos suelen ser, como se ha demostrado en Grecia, en Reino Unido, en Portugal o en España, los de la izquierda moderada.

El caso francés viene a subrayar esa situación porque cierra la puerta a la última esperanza socialista de convertirse en un actor relevante. Arnaud Montebourg, el exministro de Economía, defendía un proteccionismo nacional y patriótico y priorizaba la creación de empleo sobre el déficit, abogando por aparcar las políticas de austeridad. Ese nuevo espacio era significativo, porque permitía a los progresistas resguardarse en un lugar desde el que era posible defenderse con posibilidades tanto de los recortes conservadores como del atrevimiento populista.

[Fuente: Por Esteban Hernández, El Confidencial, Madrid, 27ago14]

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