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23jun21


El campo de concentración que Santander quiere silenciar


Casi un siglo después de nuestra guerra civil, los episodios históricos más crudos de la contienda siguen generando enorme incomodidad. Bien lo sabe Alberto Santamaría (Torrelavega, 1976), filósofo, profesor y poeta, además de uno de los ensayistas más brillantes de nuestro país, especializado en los conflictos sociopolíticos del campo cultural. Santamaría lleva más de un lustro documentado el campo de concentración de la Magdalena, que un sector de las élites de Santander pretende sepultar en el olvido. Ha reunido en su archivo documentos del franquismo, cartas de presos y sus familiares, imágenes y formularios del campo y también material artístico, desde dibujos que realizaron los internos hasta un libro de poemas escrito por Jaume Anglada, “maestro y poeta, que escribió el campo A tot vent, en el año 1939”, comparte. Vozpópuli entrevistó a Santamaría sobre el rechazo que está recibiendo su trabajo.

Pregunta: Ha denunciado públicamente que nadie quiere hacerse cargo del archivo sobre el campo de concentración de la Magdalena, en el que usted lleva años trabajando. Explica que la respuesta suele ser el silencio. ¿Por qué cree que resulta tan incómodo el recuerdo de lo que ocurrió ahí?

Respuesta: El trabajo que comencé a realizar en 2014 sobre la memoria visual del campo de concentración de la Magdalena ha provocado reacciones diversas, algunas extrañas. La primera fue negar su existencia, cosa difícil porque casi la totalidad de mi trabajo se basa en imágenes y documentos del bando franquista. El campo de la Magdalena sirvió como eje para el desarrollo del resto de campos de concentración del franquismo, por eso es el campo del que tenemos más imágenes. Se le fotografió con el fin de usarlo como propaganda, de ahí su estetización. Otra reacción es la de confundirlo con las cárceles franquistas, que estaban sujetas a otro modelo disciplinario (también terrible). Sin embargo, no se deben mezclar. El sistema de campos servía para humillar, reeducar en “lo español como destino espiritual”, como sistema de coacción a las familias de los presos, además de ser un espacio sin control respecto a las muertes, torturas... Otra reacción es afirmar que eso pasaba en los dos bandos, cosa que es fácil de desmontar.

Todo esto ha provocado una especie de negación en la ciudad de Santander, que nada quiere saber de esto (y a nivel nacional, igual). Tan sólo la librería Gil y posteriormente La vorágine con especial empeño, han tratado de recuperar esta memoria invisible para la ciudad. Todo ese paraje hoy idílico, turístico, playero, y de estudiantes de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) fue un terrible campo de concentración y eso es lo que no se quiere admitir. Ninguna institución pública ha querido saber nada de este trabajo. Otra cuestión es la de reconocerlo, que tampoco lo hacen. Allí mismo, justo donde estaba el campo de concentración, existe una escultura en homenaje a las víctimas del terrorismo, sería fundamental que el ayuntamiento reconociese también a las víctimas del franquismo que murieron a centenares allí mismo. El campo funcionó entre 1937 y algún momento sin especificar de 1940.

Quienes sí se han interesado por su trabajo son cadenas de televisión alemanas o alguna autonómica española. ¿Cómo ha sido la experiencia de explicarles lo que ocurrió en la Magdalena?

En todos los casos ha sido una sorpresa, en la medida en que existe un verdadero desconocimiento de lo que fueron los campos de concentración franquistas. La experiencia de contar la historia del campo a gente que no es de la ciudad es distinta, ya que para ellos el espacio no está tan significado vitalmente. Sin embargo, lo que llama poderosamente la atención es, por un lado, el hecho de que estaba bien pensado el lugar como espacio de reclusión -una península de la que sólo se puede escapar a nado- y, en segundo lugar, lo terrible de las condiciones de los presos, sometidos a una vida muy dura y trágica, donde la presencia de la muerte es diaria. Había una enorme mortandad por enfermedades como el tifus, la sarna, tuberculosis... A muchos de los muertos los dejaban en la orilla del mar para que las corrientes se los llevasen, a otros posiblemente los mataban allí mismo. Pensemos que el campo estaba pensado para 600 presos y llegó a albergar a 1893 presos en algún momento. Estaban recluidos en un espacio sin condiciones adecuadas (lo que hoy es el paraninfo de la Magdalena).

En 2016, después de fuertes debates, se suspendió un festival de música en Castrillón (Asturias) por celebrarse sobre fosas comunes, pero no se aplicó el mismo criterio para el Santander Summer Fest, cuyo recinto es el campo de La Magdalena. ¿Ha tenido alguna reacción o interlocución con los organizadores del festival?

No. De hecho, creo que ese festival ya no se lleva a cabo (aunque no por este motivo, sino por pasta). Ahora mismo está el festival de saltos de hípica. Es un contraste alucinante propio de una ciudad de contrastes. Por ejemplo, junto al muro donde muchos morían en el campo, al otro lado, estaba (y está todavía) el club de tenis, que funcionaba entonces como ahora, como recinto de descanso y esparcimiento para los niños ricos de la ciudad. Desde ese club se podía ver perfectamente el campo.

Usted explica que la Magdalena tenía niveles del 266% de saturación y que el objetivo era saltarse la convención de Ginebra. ¿Se ha creado algún tipo de debate entre historiadores de la ciudad?

Ha habido algunos historiadores y documentalistas interesados y que me han echado un cable, pero en líneas generales se ha mirado para otro lado. Una ciudad pequeña como Santander (donde el caciquismo de la derecha está tan presente) tiene muchos clientelismos y este tema sigue generando miedos y recelos, y por eso nadie quiere mojarse demasiado. Un ejemplo es cuando La vorágine llevó a cabo una ‘performance’ sobre el campo, hace un par de años, y Vox puso el grito en el cielo, y lo llevó al pleno del ayuntamiento donde cobardemente el PP se abstuvo. Es triste que esto suceda. Las heridas no se cierran si antes no se enseñan, si antes no las mostramos con todo el dolor que hay en ellas. Sobre este campo (y en general sobre el tema de estos campos) ha habido un enorme silencio.

 ¿Existen protocolos jurídicos sobre los campos de concentración de la guerra civil en los que pueda apoyarse? ¿Debería haberlos?

En la actualidad la información del campo se encuentra en los Archivos generales militares, sobre todo Ávila y en el archivo de la memoria histórica de Salamanca. Su estudio es complicado pero cada vez hay más trabajos sobre este tema. El último campo cierra en 1947, que es una fecha tardía. La vida del campo se basaba en la humillación del preso, que debía someterse a verdaderas atrocidades tanto morales como físicas. El objetivo no era sólo retener al preso en un espacio, sino denigrarlo como sujeto individual para usarlo posteriormente para el nuevo régimen. Los campos se crean en julio de 1937 según el BOE, diseñándose en septiembre de 1937 desde Santander (una vez cae la ciudad con la rendición más grande de la guerra civil) toda la estructura y vida diaria del campo. En estos documentos se estipulan por ejemplo los modos de reeducación, la gestión de las enfermedades, etcétera. Hoy en día deberíamos tener todas las facilidades para conocer estos campos y su desarrollo. Los campos son tan sólo una muestra trágica de los procesos por los cuales la extrema derecha generó (y hoy en día lo intenta replicar) un modelo de país donde ciertas élites buscan que el pueblo se “acostumbre a su pobreza”, como describió Max Aub. Sólo así se puede construir el país que ellos quieren.

¿Cuáles son sus planes con el archivo hasta conseguir que alguna institución lo acepte?

No hay planes evidentes. El archivo está ahí: debajo de mi cama, para ser más exactos, en un par de cajas. Junto a La vorágine preparamos hace tiempo un modelo de exposición portátil para llevarlo por centros educativos de Cantabria, pero la respuesta fue nula. El archivo seguirá creciendo o eso espero y mientras tanto la idea es ir haciendo visible el campo, esperando que genere más reacciones y que se vaya formando un espacio de discusión. Repensar en general los campos de concentración del franquismo es importante. El silencio es la peor respuesta y es la que ha habido en este país en los últimos cincuenta años. Sobre el silencio no se construye democracia que valga.

[Fuente: Por Víctor Lenore, Vozpópuli, Madrid, 23jun21]

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