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11mar13
La deriva nazi del Partido Popular
Entiendo que este título pueda parecer provocativo, porque está claro que hay grandes diferencias entre la España del 2013 y la Alemania de 1933. Pero aquello sobre lo cual quiero llamar la atención es la semejanza que tienen, en sus objetivos, la actual política centralizadora del Partido Popular y la actuación del NSDAP (el partido nazi alemán) en 1933, en su lucha por hacerse con el poder absoluto.
La mayor de las diferencias reside en que los nazis debieron valerse de la violencia para implantar su política de Gleichschaltung o «coordinación», mientras que al Partido Popular le basta su mayoría absoluta en las cámaras, algo que no tenía Hitler al llegar al poder, para imponerla sin resistencia.
Los nazis comenzaron adueñándose del poder en los länder (los estados, equivalentes a nuestras comunidades autónomas) con una ley de coordinación de los länder con el Reich de 30 de marzo de 1933, y procedieron gradualmente a controlar o eliminar todas las organizaciones que pudieran alentar alguna forma de resistencia.
El Partido Popular ha seguido un camino parecido a partir de la reforma laboral de febrero del 2012, que mermó la influencia de los sindicatos y la capacidad de resistencia de los trabajadores, y ha continuado después debilitando las comunidades autónomas con imposiciones legales y con el estrangulamiento económico, a la vez que procedía a vaciar de capacidad política a diputaciones y ayuntamientos, reducidos a funciones administrativas, y se preparaba para controlar la enseñanza con la reforma educativa de Wert.
A medida que iba neutralizando a quienes pudieran asumir la dirección del rechazo social, el Gobierno se ha dedicado a desmantelar y privatizar los servicios sociales, en un camino por el que puede seguir todavía más lejos, sin tomar en cuenta la oleada creciente de las protestas colectivas contra el aumento incesante del paro, la disminución de los salarios, la multiplicación de los desahucios (una firma de abogados ofrece «desahucios exprés a 530 euros»), la congelación de las pensiones. Unas protestas que se limita ahora a contener con la policía, mientras se prepara para criminizarlas y prohibirlas.
Los ciudadanos están hoy alarmados ante los signos de corrupción que afectan al PP. A decir verdad, la corrupción no es un problema de hoy, ni afecta tan solo al PP, sino a todo el proceso desarrollado en nuestro país desde la transición, que facilitó los negocios turbios de las instituciones financieras y las empresas constructoras, cuyos costes se nos obliga ahora a pagar entre todos. Lo único que tiene de particular el caso del PP es que le han pillado con las manos en la masa en unos momentos en que los ciudadanos son más sensibles al problema.
Lo que debería preocuparnos más, sin embargo, es la deriva autoritaria que, al ir eliminando toda posibilidad de protesta y resistencia, refuerza la capacidad del Partido Popular para llevarnos por el camino de un desastre anunciado. Porque si, como dice Hans Werner Sinn, presidente del IFO alemán, le esperan a España «10 años más de crisis y una devaluación interna del 30%», ¿qué quedará del país al cabo de este tiempo? ¿A qué extremos habrá llegado el paro juvenil, que el propio PP evalúa en el 50%? ¿Quedarán hospitales, escuelas y universidades públicas, y si se han privatizado, dónde se educará y atenderá a una población empobrecida? Sinn opina que hay que seguir con la austeridad y que «Rajoy debe volver a bajar los salarios», lo cual me parece una excelente receta para la continuidad de los negocios de Alemania, pero suicida para este país.
Lo más grave resulta, además, ver en qué manos ha recaído este poder irresponsable. En momentos como estos sería de la mayor importancia poder confiar en un Gobierno al que los ciudadanos viesen con la capacidad suficiente para no someterse mansamente a las instrucciones de la troika para que nos dirija al matadero. Y está claro que este no es el Gobierno actual del PP. Dejando a un lado a Rajoy, sobre cuya existencia real hay dudas fundadas, el poder está en manos de los Montoro, María Dolores de Cospedal, Fátima Báñez, Ruiz-Gallardón, Ana Mato¿ que se pueden permitir incluso disparatar en público, impávidos ante la crítica y la protesta. (Los historiadores del futuro podrán entretener a sus lectores con una divertida colección de chascarrillos, comenzando con la disertación de la señora Cospedal sobre el «finiquito diferido» y acabando con la afirmación de la señora Báñez de que la Virgen del Rocío resolverá el problema del empleo).
De ahí la necesidad de resistirnos a una deriva autoritaria que amenaza con dejarnos impotentes y sin capacidad de reacción mientras nos conducen al abismo.
[Fuente: Por Josep Fontana, El Períodico, Barcelona, 11mar13]
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