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25ago20


La república plurinacional y otras estafas


No pretendo fomentar ni ser partícipe del principal objetivo que tiene el populismo en nuestro país: propiciar un inútil e innecesario debate respecto a la institución monárquica. No es de extrañar que exista una confluencia entre actores políticos tan dispares como partidos que se denominan de izquierdas, separatistas, rupturistas y algún elemento ultraderechista. A todos ellos les une un objetivo común: acabar con nuestro sistema democrático y abrir así un momento constituyente en el que imponer a la sociedad modelos ideológicos anacrónicos.

A pesar de la enorme cantidad de tendencias populistas existentes en este momento, me centraré en dos de sus principales protagonistas: el populismo de izquierdas y el separatismo. Ahora bien, también quisiera hacer un apunte respecto a aquellos movimientos del centroizquierda que pretenden hacer plausible irresponsablemente y desde una posición tacticista la apertura de dicho debate. La asunción de según que marcos mentales solo está sirviendo para facilitar que la llamada ventana de Overton se ponga en marcha y lo impensable se convierta en aceptable, lo aceptable se convierta en sensato y lo sensato sea necesario.

Estamos ante una gran campaña de desinformación que pretende medrar a lomos de los graves efectos sociales y económicos de la pandemia que nos golpea. Pretenden poner en marcha una gran campaña de manipulación social. Intentarán tapar y ocultar los debates y reformas que esta crisis está exponiendo mediante la cortina de humo de la forma de nuestro Estado, cuando en realidad el problema radica en la ineficacia demostrada en campos fundamentales como la gestión económica y la sanitaria.

Parece que hay pocos actores interesados en preguntarse por qué no ha habido una coordinación eficaz entre administraciones o por qué tampoco se han aprovechado las sinergias público-privadas que hubiesen optimizado la eficacia de nuestra respuesta ante la pandemia. Y, lo que es peor a mi entender, ¿por qué no se ha empezado a debatir sobre las reformas que necesitan nuestras administraciones para afrontar el impacto económico que se nos viene encima? ¿Por qué no se visualiza que lo público y lo privado forman un todo llamado sociedad?

Desde aquí reclamo altura de miras a todos aquellos con responsabilidades políticas, reclamo que a la sociedad -que hemos soportado y soportaremos el sacrificio de lo ocurrido y lo que está por venir- se nos trate como a ciudadanos adultos y responsables, no como a cobayas de experimentos sociales que solo tienen el objetivo de mantenernos entretenidos con campañas de propaganda o que pretendan incluso hacernos partícipes de unos cambios que solo conllevarían escenarios de mayor inestabilidad, incertidumbre y pobreza.

Empeñados en desestabilizar a nuestras instituciones, tenemos a dos de los principales protagonistas de la política en nuestro país. Empecemos por el presidentQuim Torra, cuya ineficacia e irresponsabilidad ha quedado más que demostrada a lo largo de estos meses de pandemia. Pero para él y los suyos, lo que importa es promover estériles debates en el Parlament respecto a la monarquía, justo en el momento en el que volvía a arreciar la pandemia en esta comunidad autónoma. Estos juegos de distracción son de por si deplorables, pero en una situación como la actual serían inaceptables en cualquier democracia si no fuese porque la catalana es una sociedad enferma tras décadas de estar sometida al programa de ingeniería social puesto en marcha por Jordi Pujol.

Modelos periclitados

De igual manera nos encontramos aUnidas Podemos, cuyo objetivo declarado es una república plurinacional y solidaria y poner en la agenda política el estéril debate respecto a la monarquía, lo que les sirve para tapar tanto sus propias contradicciones como los casos judiciales que van emergiendo en dicha formación política.

Resulta llamativo observar cómo ha mutado la izquierda española -aquella izquierda razonable que desde los inicios de la democracia apostó por la estabilidad y antepuso el bienestar común a la ideología- en un populismo de lo más rancio con el que pretenden imponer regímenes anacrónicos e inoperantes como el venezolano o la Bolivia de Evo Morales, modelos que son los despojos y la mutación posmoderna de las dictaduras comunistas del siglo pasado.

Cinismo y manipulación

Cabría resaltar cómo estos populismos que se autodenominan de izquierdas son una contradicción conceptual en sí mismos. ¿Cómo es posible que pregonen la plurinacionalidad desde unas posiciones que deberían estar fundamentadas en el internacionalismo proletario? ¿Cómo es posible que abracen conceptos como la autodeterminación cuando este fue fomentado -entre otros- por Woodrow Wilson precisamente para acabar con dicho internacionalismo? ¿Cómo se explica que hayan abandonado la lucha de clases y el progreso para abrazar la luchas identitarias y nacionalistas? La respuesta a todas las preguntas es bien sencilla: porque no son partidos de izquierdas, son esta tipología nueva de actores políticos populistas que enrojecerían al propio Nicolás Maquiavelo por su grado de manipulación y cinismo.

Existe y avanza un programa común de todo este caleidoscopio populista: acabar con nuestras instituciones democráticas e iniciar un periodo de una enorme inestabilidad y anomia social para lograr imponer sus programas de tintes autoritarios (populistas de izquierda, de ultraderecha, ultramontanos y nihilistas). Pero para ello deben empezar por un primer paso: hacer creer que lo que necesita este país es abrir un debate sobre la monarquía y que una república aparezca como una especie de bálsamo de fierabrás político. No nos dejemos arrastrar por estos cantos de sirena y exijamos que se afronten los debates que realmente son necesarios y que refuercen la estabilidad de nuestro país.

Como decía San Ignacio de Loyola, "en tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación". Mantengamos y mejoremos la estabilidad, la concordia y la convivencia que nos dimos en 1978, es nuestra responsabilidad, empezando por la sociedad civil apartidista.

[Fuente: Por José Rosiñol, Vozpópuli, Madrid, 26ago20]

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