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25feb22


Intelectuales y trepas: retrato de una generación


El espectáculo kafkiano al que llevamos más de una semana asistiendo está desviando nuestra atención de la raíz fundamental del problema. Se dice que la historia sirve para conocer el pasado, olvidando la capacidad que tiene para explicar el presente. Si se conoce a fondo la generación a la que pertenecen Ayuso, Egea, Casado, Iglesias o Errejón todo cobra sentido y, lo que es mejor, nos permite anticipar el futuro, que es al fin y al cabo lo que nos interesa pues es lo único que aún está por escribir.

Existe una brecha muy profunda entre los nacidos en la década de los 80 y sus predecesores. La mayoría fuimos niños y adolescentes en un momento de prosperidad económica, y asumimos que bastaba con trabajar para salir adelante. No hubo mejor época para ir a la universidad, entre otras cosas porque el carecer de dinero no suponía un impedimento para acceder a ella. El nivel de exigencia académica ya era paupérrimo, recuerden que somos fruto de leyes educativas nefastas. Ir aprobando asignaturas no requería mayor esfuerzo para el estudiante mínimamente espabilado que se volvía un ser inmortal: imposible pasar a mejor vida.

El único peaje que teníamos que pagar consistía en asumir que la universidad era territorio absoluto de la izquierda. Pero ¿a quién dañaba el hecho de que algunos hicieran de la ideología y la política una forma de vida? ¿por qué enfrentarse a quienes se hacían llamar intelectuales, si era más divertido burlarse en petit comité de esa panda de pringados? Al final, los pardillos resultamos ser nosotros, pues de ahí salieron Pablo Iglesias, Errejón, Montero y sus versiones regionales: Rufián, Ione Belarra o Pere Aragonés.

Se miraba con desdén a quienes se apuntaban a las Nuevas Generaciones del Partido Popular o a las Juventudes Socialistas siendo adolescentes. Barruntábamos, con razón, que lo único que buscaban era ligar y medrar. Por supuesto había a quien le movía un interés genuino y, por eso mismo, salía huyendo como alma que persigue el diablo, mientras sus colegas se reían con cariño y condescendencia: "¿Pa' qué te metes, si con ser ingeniero o abogado te basta?"

La juventud es lo que tiene, soberbia e ingenuidad en cantidades industriales, pues la política nos afecta siempre. Especialmente cuando no sólo está podrida, sino que además la manejan los más tontos de la LOGSE, tanto da si hablamos de los trepas del bipartidismo, de los fanáticos de su terruño y lengua regional o de los que se creen Lenin y no dejan de ser unos pequeño-burgueses con cuatro lecturas ridículas encima.

Recién licenciados nos comimos la crisis económica de pleno y desde entonces ahí seguimos, forcejando por llegar a fin de mes los afortunados que hemos podido formar una familia, que somos pocos. Muchos viven todavía con sus padres o comparten pisos de alquiler, por no hablar del éxodo considerable de universitarios al extranjero, algo que no se veía en España desde la posguerra. ¿Cuántos años llevamos ya con cifras astronómicas de paro juvenil?

Los especialistas en el llanto y la pataleta supieron hacer lo que tanto desprecian los creyentes acérrimos en aquello de la economía y la gestión: protestar -con toda la razón- durante el famoso 15M y tocar poder. Ya sabemos cómo acabó aquello, lo que me extraña es que sus votantes -al menos los intelectualoides- estén ahora decepcionados. Quizá el manual del buen progre no habla del gatopardismo y su lección esencial: cambiar todo para que nada cambie.

El segundo acto de esta tragicomedia generacional lo están protagonizando los niño-trepas del PP, y muchos contemplan estupefactos un panorama en el que los dos únicos Gobiernos que parecen viables estarán en manos de Sánchez o de Abascal. La sensación de superioridad moral nos vuelve ciegos a los talentos y logros de quienes desdeñamos.

De Sánchez despotricamos indignados, sin reconocer la capacidad que tiene para mantener unidos bajo su mando tal cantidad de partidos, personajes, personajillos y deshechos humanos, a cuál más dispar. Y ahí sigue, sacando adelante leyes ignominiosas o ridículas, y lo que te rondaré morena, pues con el progresivo éxito de Vox no resultaría disparatado que consiguiera repetir mandato. Le han dejado el lema electoral en bandeja: ¡que vienen los fachas!

Y, efectivamente, los fachas aumentan a velocidad de crucero su popularidad y su representación política cada vez que se convocan comicios. Lo curioso es que el pánico ante este fenómeno lo comparte también mucho analista que no es precisamente favorable a Sánchez. El analista que había puesto todas sus ilusiones en el PP no atina en sus intentos a la hora de explicar el fenómeno de la agrupación de Abascal, cuando sería tan sencillo como echar un vistazo a los nacidos en la década de los 80 en adelante.

El ya muy cansino pavor hacia el fascismo, Franco, Tejero y el hombre del saco, sumado a tener relativamente resueltas las condiciones de vida, les impide contemplar lo evidente. Y lo evidente es que somos muchos los que nacimos cuando todos estos personajes habían pasado ya a la historia. Que tenemos unas condiciones económicas deplorables y un futuro más que incierto. Que hemos contemplado atónitos un golpe de estado que no está en absoluto resuelto. Que se nos insulta por desear un país unido, aunque sólo sea por la estabilidad económica que eso implica. Que, además, nos estamos comiendo una pandemia, con todo lo que conlleva. Y que lo único que deseamos ya es poder trabajar honradamente -aunque el salario sea más que modesto- y algo de estabilidad política.

¿De verdad sorprende que un partido que tiene por lema "La España que madruga" siga subiendo en las encuestas y cosechando escaños cada vez que se convocan elecciones? Háganselo ver. O propongan una alternativa. Pero si quieren convencer a la gente de nuestra generación en adelante les recomiendo venir llorados de casa.

[Fuente: Por Mariona Gumpert, Vozpópuli, Madrid, 25feb22]

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