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23ene21


La humillación


Hace años apareció una generación política de nacidos ya en el postfranquismo cuya representación más notoria es Pablo Iglesias Turrión (1978). Cuando vino al mundo hacía tres años que Franco había muerto, estábamos en pleno proceso de la llamada Transición y su padre tuvo la humorada de ponerle de nombre Pablo, para que así pareciese un émulo de aquel otro Pablo Iglesias Posse, ferrolano como Franco, tipógrafo y fundador del PSOE en 1879. La elección del nombre no dejaba de ser una humorada impensable unos años antes y más tratándose de un padre inclinado entonces a posiciones comunistas.

Una de las características que vienen distinguiendo a esta primera generación postfranquista no es como las anteriores que tenían el deber, no sé si freudiano o sencillamente de supervivencia ética, de "matar al padre", sino en este caso de cocinarlo hasta convertirlo poco menos que en referente gastronómico de la alta cocina política de la que se fue alimentando primero el PSOE y luego el PP. El larguísimo período franquista de cuatro décadas se achicaba ante el fulgor de los apenas siete años, siete, que duró la Transición (noviembre del 75-octubre del 82). Disculpen este tono de pedagogía escolar, pero me temo que, con tanto reduccionismo en los planes de estudio, sumado a la indolencia lectora, la gente haya perdido la implacable ruta de la cronología.

Los padres de generaciones anteriores, unos por acción y otros por omisión, es raro que se pudieran erigir en referentes, pero hete aquí que ha llegado una generación de hijos de lustrosos luchadores por la democracia, antifranquistas de pro, y hasta modelos del rigor ético. No fue de un día para otro, sino un proceso de acicalamiento. Tratándose de una generación en la que la lengua se ha convertido en profesión -no por tender a la filología sino a la siempre voraz inclinación a la tertulia y la frase contundente de un tuit-, por eso el proceso ha sido mórbido, como las curvas pandémicas de Fernando Simón.

En su currículo generacional no consta el término "lenguaraz"; poco académico, pero debería figurar porque es el comienzo de su carrera y en muchos casos la profesión que les da para vivir. Son influencers que pueden hablar de todo y preferentemente de política, para en el fondo vender productos del mercado; como los feriantes de antaño. Incluso buena parte de ellos ya se han hecho un hueco -nicho, se dice ahora- en la profesión hoy muy deteriorada de la clase política.

La última aparición de nuestro influencer por antonomasia, Pablo Iglesias, en su habitual tele adicción que desborda a cualquier cargo público que se precie, nos ha deparado dos aportaciones en ese camino de las nuevas marcas recién instaladas en el mercado. La primera, que su padre fue detenido por republicano. Esto podrá pasar por verdad de fe entre sus fervientes y atorados seguidores, especialmente a partir de su generación y posteriores, pero no deja de ser, más que una falsedad, una estupidez utilitaria. En el franquismo no se detenía "por republicano" pasados los primeros años de postguerra, entre otras cosas porque si bien se hacía un embeleco pretendidamente jurídico sobre la monarquía y la democracia orgánica y no sé qué más pamplinas, la verdad es que hasta la Falange era republicana y se podían contemplar de tapadillo sus pintadas en las paredes - "¡Viva el Rey pero lejos!"- que el tiempo iría borrando. La sociedad era republicana y así lo sigue siendo por más que prefiera a un Rey de consenso que a un presidente de la república de partido.

Dejemos por una vez de manipular el pasado y hagámoslo comprensible. El padre de Pablo Iglesias Turrión fue detenido por pertenecer al FRAP, agrupación tapadera del "PC marxista-leninista-pensamiento Mao Tse Tung", más conocidos entonces como los prochinos; una escisión del PCE que tuvo lugar en el verano de 1963 gracias a los fondos de Albania y la China Popular y que dirigieron hasta su desaparición, tras las elecciones del 77, dos oscuros personajes, dignos de Arniches. Se llamaban Raúl Marco, obrero, y Elena Ódena, funcionaria en Ginebra de la Organización Mundial de la Salud. Es obligado decir que para el PCE-ML y el FRAP los militantes del PCE y especialmente el revisionista y renegadoSantiago Carrillo constituían un enemigo a abatir, más que el propio Franco. Eran aún más dogmáticos que nosotros, lo cual ya es bastante decir, y más minoritarios en la sociedad. Dieron el paso al terrorismo individual -entonces llamado lucha armada- con el apuñalamiento de un policía en 1973, en la calle Santa Isabel, junto a Atocha. Una carnicería que ejecutaron con un cuchillo de cocina y que, como no podía ser menos, fue exaltada como gesta por sus partidarios, muchos de los cuales, como el padre de Pablo Iglesias Turrión, que no tenía implicación alguna en los hechos, fue detenido y torturado. Hoy es funcionario del Estado, jubilado.

La otra aportación de la revisión histórica es la de comparar al expresidente golpista de la Generalitat, Carles Puigdemont, con los exiliados republicanos que cruzaron la frontera tras la derrota republicana. Aquí está contenida en pocas palabras y menos ideas una humillación a quienes fueron defensores de las libertades republicanas rotas tras el Levantamiento Fascista de 1936. ¡Vaya defensores de la República que le ha salido a la causa! Un mediocre, reaccionario y xenófobo, cobarde por más señas, pasa a colocarse entre las filas de los defensores de la libertad y aliado circunstancial del neoperonismo.

Por primera vez en su corta existencia he tenido una sensación de temor ante esta gente capaz de arrollar la Historia, de aliarse con el mismo enemigo, que es el mío, el que me desterró al ostracismo y cercenó mis libertades, como a tantos, sin posibilidad de ningún Waterloo para gañanes. Por qué llaman defensa de las libertades a lo que no es más que oportunismo. Inventaron el primer partido trans de la historia política -ninguno que yo tenga noticia cambió de sexo político-, tomaron como primera medida la de instalarse bien, cómodos, y comprar una mansión, que para eso está el cargo, luego exigir que su mujer emulase a Perón y tuviera mando en plaza, "Evita-Perón, un solo corazón".

No es la mentira lo más llamativo: es la vileza de los gestos. Lo exigen las necesidades del cargo, apalancarse y gritar bien alto: "Biban los compañeros", con "b" de bienes conseguidos, y de paso torcerle el cuello al bello poema de César Vallejo. La humillación es como la cicuta que, dicen, mata lentamente.

[Fuente: Por Gregorio Morán, Vozpópuli, Madrid, 23ene21]

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