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10may15

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Discurso del escritor austríaco Erich Hackl en homenaje a los republicanos españoles de Mauthausen en el 70 aniversario de la liberación


Puede sonar extraño, incluso inapropiado, pero cada vez que nos reunimos en este lugar no pienso en los crímenes cometidos sino en los grandes y pequeños gestos de solidaridad de quienes los han sufrido, en la ayuda que se prestaron, en el consuelo que se ofrecieron mutuamente. Precisamente en el monumento a los españoles asesinados pienso también en los esfuerzos de los sobrevivientes por mantener despierta la memoria de la lucha contra el fascismo, por la libertad y la justicia social. Por eso, a todos, supongo, nos llena de satisfacción que la interpretación hegemónica de la Historia, según la cual la Segunda República dejó de ser referencia para el presente, se está resquebrajando en España. Y si el año pasado no se hubiera salvado, gracias a una modificación exprés de la Constitución, la continuidad de la Monarquía, ya no tendríamos que pelearnos por nuestra bandera. ¡Qué pena que vuestros padres, abuelos o bisabuelos no hayan podido experimentar el resurgimiento de los valores de la República en medio de la crisis capitalista! Que no puedan ver cómo los honráis al acudir año tras año a los actos de conmemoración (y no una sola vez por década como los ministros españoles y su séquito). De veras, me llena de gratitud el hecho de que seguís siendo fieles a vuestros familiares y a sus ideales con vuestra presencia en cada aniversario de la liberación. Por eso los amigos muertos me quedan tan vivos en la memoria que me siento tentado a buscarlos entre vosotros, a vuestro lado, saludándolos y asegurándome de sus experiencias y recuerdos. No olvidemos lo que escribió en su día el escritor alemán Heiner Müller: que no se debe dar por terminado el diálogo con los muertos antes de que entreguen "lo que de futuro está enterrado con ellos". Pero, ¿qué es el futuro?


Erich Hackl
 

En vez de dar una respuesta quiero contar una pequeña historia. Algunos de vosotros la conocerán, pero yo me enteré de ella en enero de este año, en la presentación del libro de Carlos Hernández de Miguel, "Los últimos españoles de Mauthausen". Es la historia de un niño llamado Siegfried Meir quien en 1943, con ocho años, fue deportado junto con sus padres de Francfort a Auschwitz-Birkenau. Su padre, un judío creyente, le había dicho que debía confiar en Dios, y por eso Siegfried le odiaba, y con él a todas las religiones, por cuanto vivió los horrores de aquel campo de exterminio. Al cabo de dos meses murió su madre, algún tiempo después también su padre, y a partir de entonces Siegfried se las tuvo que arreglar por si mismo. Él opina que su condición de niño rubio y de ojos azules, más el nombre germano y su comportamiento agresivo le sirvieron de ayuda: cuanto más embrutecía, mayores eran las oportunidades de supervivencia.

En enero de 1945, poco antes de la liberación del campo por el Ejército Rojo, Siegfried fue llevado, junto con 2.500 presos más, a Mauthausen. Aquí les iban a rapar la cabeza a todos. Pero el niño se resistió con uñas y dientes. El comandante Bachmayer se dio cuenta del barullo, se acercó, preguntó a gritos qué pasaba, y Siegfried le explicó que de ninguna manera se dejaba cortar el pelo. Bachmayer, sorprendido por la audacia del niño, dio orden de que cesaran en el esfuerzo y lo mandó a un barracón de españoles. El jefe del barracón, Saturnino Navazo, se hizo cargo del niño quien a su vez descubrió en él al padre que ansiaba tener: uno que le daba protección, confianza y ternura.

En Madrid, Saturnino había sido futbolista del club Deportivo Nacional, antes de luchar en la guerra civil contra los militares sublevados, huir después de la derrota de la República a Francia, caer allí en manos de los alemanes y ser deportado a Mauthausen. Sus capacidades deportivas impresionaron a los SS por lo cual le encomendaron que organizara los partidos en el campo, entre las diferentes nacionalidades de los presos. Durante la semana, trabajaba en la cocina y aprovechaba ese privilegio para sacar alimentos y llevar mensajes para la resistencia. Siegfried le siguió a todos los sitios, "como un perrito", dice. Porque: "Navazo me ha salvado."

Después de la liberación, hace 70 años, los delegados de la Cruz Roja ofrecieron al niño enviarle a un país de acogida, sea Suiza o Estados Unidos o Palestina. Pero Siegfried quería quedarse con la persona que había elegido como padre. Saturnino intentó hacerle cambiar de opinión. "¿Cómo nos vamos a arreglar entre los dos si no te puedo ofrecer nada? Ni aprendí un oficio a no ser pegarle a la pelota." Siegfried lloraba, pedía que se quedara con él, Saturnino se ablandó. Dijo al niño que se registrara como hijo suyo. "Recuérdalo. Te llamas Luis Navazo y naciste en Madrid, en el barrio de Cuatro Caminos, en la calle Don Quijote número 34." Nadie se dio cuenta de la mentira, le dieron papeles al nombre de pega, junto con Saturnino partió para Francia. En Revel, un pueblo cerca de Toulouse, Saturnino se casó con una joven que le dio cuatro hijos y ganó con la Union Sportive de Revel el campeonato de la Liga Regional en tres años consecutivos. Luis no volvió a usar su nombre y apellido de origen hasta que terminó la escuela, a los catorce años. Aprendió el oficio de sastre, triunfó en París y más tarde en Ibiza como cantante, diseñador de moda y gastrónomo. "Hice todo para que mi padre adoptivo se sintiera orgulloso de mí."

Siegfried Meir no volvió nunca ni a Auschwitz ni a Mauthausen. Evita hablar en alemán. Sigue viviendo en España, por ser ese país la patria de Saturnino quien falleció a fines de noviembre de 1986, de repente y sin dolores, sentado en un banco, al volver de la panadería.

He contado la historia del judío alemán que encontró a su padre en un republicano español, porque contiene ese futuro pleno de amor, ternura y solidaridad con el cual nos obsequian los muertos.

Erich Hackl
KL Mauthausen, 10may15

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Impunidad y crímenes franquistas
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