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05ago12


El bienestar español se deshilacha y la tensión crece


Un grupo de chicos está jugando en una playa de Portugal. Son las diez de la mañana de un día atlántico y diáfano. Son españoles, de Canarias. Les pregunto qué hacen en la vida, cuál es su expectativa. Los tres tienen la misma edad, treinta años, y todos estudiaron alguna carrera. El ingeniero industrial se irá a Alemania en septiembre. El farmacéutico no consigue cobrar las facturas. El único que sobrevive gracias a su oficio es el dentista. Viven en una tienda de campaña y van saltando de pueblo en pueblo. Forman parte de lo que Javier Bardem, el actor de cine más famoso de España, considera que es ya una de las generaciones perdidas en el océano de los recortes que han convertido a este país en una especie amenazada. Bardem tiene un hijo que nació a principios del año pasado. Es probable que incluso a ese crío le lleguen los ecos del recorte masivo cuando tenga la edad de aquellos muchachos que jugaban con la arena y con el porvenir en la Praia do Amado, en el Algarve.

La crisis ha dejado a un lado casi todo lo demás, es el asunto del que se habla en los ascensores y en las guarderías, en las colas del cine pero sobre todo en las colas del paro. Ni siquiera el fútbol, que fue la gran alegría del siglo este año otra vez, ha sido capaz de darle gracia a la mirada sobre el porvenir. La sublevación ha ido por barrios, o por sectores. Se han levantado, reclamando respeto para las líneas rojas del antiguo estado del bienestar, los médicos y los enfermos, los estudiantes y los maestros, los científicos y los obreros, los actores y los espectadores.

En el mundo de la cultura se ha recibido como una herida de muerte la decisión de incrementar el IVA de los espectáculos (el teatro, el cine, los musicales) hasta el 21%. Para protestar contra esa invasión del recaudador en el bolsillo del espectador, cada vez más huidizo, ese ámbito cada día más disperso de los protagonistas de la cultura se juntó como una piña en la Plaza del Rey, donde está el ahora devaluado Ministerio de Cultura. Fue ahí donde Bardem dijo que los recortes (en la cultura y en todo) iban a acabar con una generación y con muchas generaciones.

"La generación perdida" es una denominación de origen norteamericano que sirvió para otro tiempo, pero que ahora se usa en España como un paño de lágrimas. Aún no funciona el IVA que se ha instalado como una espada de Damocles sobre el entretenimiento, pero ya las estadísticas asoman con su oscuridad impenetrable: el 21% de las salas de cine están amenazadas de cierre. 21%, como el IVA. La simetría gélida del azar que los números llevan dentro.

España ha vivido toda la vida comparándose para sentirse mejor. Desde Calderón de la Barca, que regaló la metáfora en La vida es sueño. El sabio se dolía de su desgracia, pero miraba al lado y encontraba consuelo en el mal de muchos. Claro, ese ahora es (también) un consuelo de tontos. En la liga de los que van mal (en Europa y en el mundo), estamos por encima, dicen, de Grecia y de Portugal. Pero ya no sirve el consuelo: estamos igual, es decir, peor, y a pesar de lo que dice Monti, el túnel es negro como lo describía Sabato.

Hay una canción de Daniel Reguera que me viene mucho a la cabeza estos días: "Se me está haciendo la noche en la mitad de la tarde, no quiero volverme sombra, quiero ser luz y quedarme". En los mejores tiempos, que duraron aproximadamente hasta la primavera de 2008, aquella España de Zapatero vivió una quimera, un sueño, como en los versos desesperados de Reguera. La noche vino el 10 de mayo de 2010, cuando Obama y la Comunidad Europea despertaron al presidente socialista y le dijeron que se preparara para una era de oscurecimiento de lo mejor que teníamos, el Estado del Bienestar, que aún se escribía con capitulares.

Luego hemos vivido cuesta abajo en la rodada, preguntándonos, en las manifestaciones y en los editoriales, "qué noche me quitó el sueño, qué día la madrugada". España suspira, pero no se rinde, o dice que no se rinde. El día (reciente) en que el italiano Monti y el español Rajoy daban una conferencia de prensa para contar que siguen de pie y con un euro, al menos, en el bolsillo, se disputaba en Londres una medalla olímpica por la que competía una española de Donosti. Las radios abandonaron La Moncloa, donde los dos primeros ministros se intercambiaban esperanzas, para dar en directo el triunfo español, que al fin fue un bronce. Decía Joyce: "Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de asunto". Pues eso hace la gente. Cambia de asunto.

El latigazo ha sido grande, lo está siendo. Decía un periodista cultural, Toni Iturbe, en un encuentro que hubo en Santander al tiempo que el Gobierno anunciaba el ahora famoso 21% de IVA para los espectáculos, que era extraordinario que los coches fueran gravados del mismo modo que Shakespeare. Pero siempre viene Calderón en auxilio de las preguntas españolas, pues en Portugal, se dice, el porcentaje es aún muy superior.

Lo cierto es que, mordida a mordida, la cultura va perdiendo su sustancia. Y casi le queda el consuelo de Brecht, mejor que el consuelo de Calderón. Porque Brecht dijo que también había que cantar en los tiempos oscuros. Y estos son tiempos oscuros, como la tarde que se hizo noche en el verso admirable de Reguera.

[Fuente: Clarín, Bs As, 05ago12]

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