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18may14


La cruda inutilidad del parlamento europeo


Lo peor que le puede suceder a un político es perder su credibilidad. El axioma sirve para cualquier profesión, incluida la periodística. Pero en el caso de quienes se dedican a la función pública hay una diferencia. Se puede malgastar la confianza en un determinado líder por acción -algo comprensible- pero también por omisión.

Eso no ocurre, por ejemplo, con otras actividades. Nadie acusaría a un arquitecto de haber levantado un edificio horroroso si no lleva su firma. Como tampoco se puede culpar de una mala defensa a un letrado que no hubiera participado en el juicio. Ni a un fontanero por una chapuza que no ha cometido. Pero en el caso de los políticos sucede lo contrario. Los silencios son cómplices, y ese es un lastre que deben llevar sobre sus espaldas.

Este es, en realidad, el problema de fondo de las elecciones al parlamento europeo. Es verdad que la cámara de Estrasburgo tiene más competencias legislativas que nunca. Pero su papel durante la mayor crisis económica que ha sufrido Europa desde 1945 ha sido irrelevante. Algo que explica su escasa credibilidad ante los ciudadanos. Y ya Hobbes dejó escrito, como recordó el eurodiputado Sosa Wagner en uno de sus libros, que si una realidad no se encara puede tener perturbadoras consecuencias. "Las obligaciones del súbdito con el Estado duran lo que dura la capacidad de éste para protegerle. Ni un minuto más", sugería el filósofo inglés.

Algunas encuestas prevén una participación que apenas llegará el 40%. Sin duda, porque su espacio político ha sido pisoteado por eso que se llama la Troika. Hasta el punto de que hoy nadie identificaría las decisiones que se han tomado en los últimos años en Bruselas con una posición del Parlamento Europeo. El único parlamento del mundo que no representa la soberanía popular, toda vez que continúa residiendo en los Estados miembro. De lo contrario, lo que sucede en Cataluña sería una cuestión europea, y no lo es.

La causa es obvia. La Unión Europea -guste o no- está construida a imagen y semejanza de los Estados, y, por lo tanto, son los gobiernos nacionales -en este caso Alemania y el bloque centroeuropeo- quienes toman las decisiones en su calidad de acreedores, por lo que el papel de la Eurocámara tiende a ser marginal. Entre otras cosas porque quienes allí acuden -desde luego en el caso español- lo hacen en listas cerradas y sin un perfil político propio. De hecho, los candidatos suelen ser los descartes nacionales.

Es aterrador pensar qué hubiera sucedido con Europa si durante los años más duros de la crisis -cuando el euro estaba al borde del precipicio- hubiera que haber esperado a que el Parlamento Europeo tomara alguna decisión. Afortunadamente, fueron las negociaciones entre Estados -independientemente de la correlación de fuerzas- quienes sacaron las castañas del fuego.

La caspa política

Es por eso que Estrasburgo no interesa y en parte se nutre de la caspa política (antisistema, euroescépticos o frikis) que circula por Europa. Basta un ejemplo. Hace apenas un par de meses, el Pleno del Parlamento aprobó dos informes sobre el papel de la Troika en la crisis del euro. Una de sus conclusiones -presentada por el eurodiputado socialista Alejandro Cercas- era obvia, pero no menos terrible: "Las medidas impuestas por el BCE, el FMI y la Comisión Europea han aumentado el desempleo y la pobreza, además de haber puesto en peligro los objetivos sociales de la UE al implementarse rápidamente y sin evaluar su posible impacto en los grupos sociales más vulnerables".

¿Ha sucedido algo después de tan duro juicio? No. Simplemente, porque ese tipo de informes son un brindis al sol por una razón evidente. El Parlamento Europeo -pese a los avances- continúa sin ser un parlamento. De hecho, es inimaginable que el gobierno de cualquier país pudiera sacar adelante un paquete de reformas o de recortes sin el apoyo expreso y formal de la cámara legislativa.

Los gobiernos lo saben mejor que nadie. Y por eso la Eurocámara europea sólo preocupa cuando hay que convocar elecciones o hay que hacer frente a algún escándalo sobre las retribuciones de sus señorías. Es lo que sucede cuando se diseña una democracia escasamente participativa en la que determinadas élites políticas con apariencia de tecnócratas toman las decisiones.

Para el Gobierno español, incluso, es una especie de engorro que en mitad de la legislatura -"cuando todo va tan maravillosamente bien", que diría Arias Cañete- haya que convocar unas elecciones en las que el PP tiene más que perder que ganar. Algo que explica la estrategia de desmovilización diseñada por Rajoy y su mediocre equipo de campaña. Con razón Simone Weil decía hace muchos años que cualquier poder, independientemente del partido que lo ejerza, es siempre y sustancialmente conservador y por lo tanto intentará frenar las demandas del pueblo, siempre favorable a cambiar el statu quo.

Ahora, por lo tanto, se trata de pasar de puntillas y hablar poco o nada de Europa no vaya a ser que los ciudadanos se acuerden de los recortes. Y ni que decir tiene, como sostenía hace pocas semanas el economista Jean Pisani-Ferry, que cuando los partidos mayoritarios huyen de la realidad con mensajes melifluos quienes ocupan su lugar son pequeños partidos mesiánicos que canalizan la ira y el descontento social. Plenamente justificado al haberse creado una Europa que se divide hoy entre acreedores y deudores. La deuda pública de los países del sur de Europa (con el triple del paro) es hoy 50 puntos de PIB superior a la de los países del norte, que son quienes compran las emisiones de los tesoros nacionales con dinero del BCE.

A favor del Gobierno, en todo caso, juega que la memoria política es muy corta y es probable que dentro de pocas semanas ya nadie se acuerde de que el 25-M hubo elecciones Como muy pocos se acuerdan de que un personaje como Ruiz-Mateos llegó a sacar en 1989 nada menos que 608.560 votos y dos escaños, lo que revela el significado real que tiene para muchos ciudadanos la Eurocámara.

Pese a lo que pueda parecer, el hecho de que el Parlamento Europeo sea poco relevante en términos políticos -más allá del ruido mediático- no es ni bueno ni malo. Es coherente con el modelo de construcción de Europa, cuyo edificio se ha levantado sobre unos pilares tan sólidos como son los propios estados europeos. Y así seguirá siendo durante mucho tiempo.

Un error histórico

Europa es y será una suma de naciones-estado con su propia idiosincrasia. Y el mayor error histórico que puede cometer es avanzar de forma suicida en la construcción europea. Si algo ha enseñado la crisis del euro es que los saltos en el vacío son extremadamente peligrosos. Y avanzar en la unión monetaria si contar con un entramado institucional adecuado fue un error demasiado grande al que Europa ha tenido que enfrentarse.

Es preferible caminar hacia un modelo federal en el que cada país defiende sus intereses -la esencia del Estado federal es la cooperación y la lealtad institucional- que avanzar de forma temeraria en la construcción de superestructuras burocráticas que sólo retrasan, y en muchas ocasiones entorpecen, la toma de decisiones. Entre otras razones porque el propio Tratado de la UE reconoce de forma expresa el principio de subsidiariedad, que insta a tomar las decisiones en la instancia política que resulte más eficaz. Y querer convertir a la Eurocámara en un verdadero parlamento sería la mejor forma de alejar a los ciudadanos de la cosa pública.

Son los gobiernos (legitimados por los parlamentos nacionales) los que toman las decisiones, y no puede ser de otra manera porque la soberanía nacional sigue residiendo en cada Estado miembro por muchas competencias que se hayan transferido.

La Comisión Europea -guste o no- tiene todavía poderes muy limitados, mientras que el presidente del Consejo Europeo no es más que un portavoz cualificado de los gobiernos nacionales. ¿O es que alguien es capaz de identificar las posiciones ideológicas de Barroso o Van Rompuy?

Asuntos como las legislaciones laborales, la presión fiscal o la política de pensiones -los asuntos que más preocupan a los ciudadanos- son competencias nacionales, aunque la UE pueda sugerir (incluso con amenazas) en qué dirección deben caminar las reformas. Y esa es una restricción demasiado fuerte que explica el escaso interés por el Europarlamento, aunque por primera vez su composición vaya a determinar la presidencia del Consejo y la Comisión.

Es por eso que suena verdaderamente jocoso que se siga planteando el debate electoral en torno a dos figuras -Juncker y Schulz- que se presentan como antagonistas. Cuando es indudable (afortunadamente) que la UE se ha construido ladrillo a ladrillo sobre un pacto estratégico entre los partidos conservadores y liberales, de un lado, y la socialdemocracia, de otro. Y así seguirá siendo durante mucho tiempo si el bipartidismo asimétrico -que tan buenos frutos ha dado en los últimos 60 años en Europa- no se rompe por la eclosión del desencanto y la falta de respuesta a los problemas reales. Desgraciadamente, ausentes en la campaña de Arias Cañete, una verdadera calamidad.

[Fuente: Por Carlos Sánchez, El Confidencial, Madrid, 18may14]

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