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16mar15


Francia concede la Legión de Honor a los deportados españoles.
¿Y aquí? Mirando para otro lado


El Gobierno francés ha decidido otorgar la más alta condecoración del Estado a los supervivientes españoles que pasaron por los campos de concentración nazis. Ha tenido que ser un país extranjero, una vez más, el que reconozca como héroes a esos andaluces, catalanes, gallegos, valencianos, castellanos… que lucharon por la libertad de España y de Europa. No es un gesto casual e improvisado. Es un acto de Política con mayúsculas que deja en muy mal lugar a los negociantes y burócratas que dirigen las riendas de nuestro país.

Suena el teléfono en una pequeña casa de las afueras de París. La anciana que atiende la llamada nota como su mano comienza a temblar mientras su interlocutor le da la noticia. Aunque trata de evitarlo, las lágrimas recorren su rostro curtido por una larga y durísima vida. Tras un breve silencio consigue recuperar su voz, lo justo para responder con un escueto: «Merci». La emoción y el llanto contenido dan paso a una amplia sonrisa. Pierrette se siente profundamente feliz. Desde que murió su marido, el deportado español José Sáez Cutanda, ella colabora activamente con la Amicale française de Mauthausen. Uno de sus compañeros acaba de anunciarle la buena nueva: el Gobierno francés se ha puesto en contacto con la asociación para comunicarle que ha decidido conceder la Legión de Honor a todos los deportados españoles que permanecen con vida.

«Estoy muy ilusionada preparando el dossier con los nombres y direcciones de todos nuestros deportados. En cuanto lo tenga, se lo enviaremos al Gobierno francés» me dice Pierrette. «Son pocos porque la mayoría ya ha muerto. Pero más vale tarde…». La anciana no olvida que otros españoles ya fallecidos recibieron en su día esta misma distinción o alguna otra condecoración por parte del Gobierno y el Ejército galo. «En España, en cambio, son los grandes olvidados. Mi José nunca tuvo ni siquiera un homenaje. En 2006 hicieron un acto en Albacete para recordar a los deportados de esa provincia, pero él ya había muerto».

Víctimas de la transición, de la cobardía y del pragmatismo

En artículos anteriores ya he hablado sobradamente de cómo los deportados españoles, junto al resto de exiliados, fueron víctimas colaterales de la llamada Transición. La derecha (los hijos, nietos y herederos políticos del franquismo) presionó con todo, hasta con la amenaza de un golpe de Estado, para que se les mantuviera en el olvido. Y la izquierda tragó, como reconocía Alfonso Guerra en el prólogo del maravilloso libro El exilio español: «Corresponde aquí señalar la carencia democrática que aquella transición tuvo: el olvido del pasado. El poeta y novelista José Manuel Caballero Bonald afirma (...): "El final del franquismo supuso el despertar de una esperanza y la entrada en un futuro, incierto, pero distinto. Era, pensando en todo lo que había pasado, el final de una historia con culpables. Ese borrón y cuenta nueva de la transición a muchos nos parecía injusto. Nos parecía que, de alguna forma, el franquismo debería haber sido juzgado. Y no lo fue. Yo, personalmente, me sentía muy poco satisfecho con ese proceso hacia la libertad y pensaba que todos los culpables estaban actuando en plena transición". Estas palabras me parecen acertadas, también estas otras: "Opino que en la transición se omitió el pasado y se hizo que la historia de aquel tiempo fuera una historia sin culpables. Aunque quizá no había otra manera de hacerlo, yo no estoy de acuerdo. El franquismo exigía un juicio"».

Guerra consideraba «acertada» esa feroz crítica de Caballero Bonald a la transición, pero, a continuación, justificaba su actuación y la de los suyos: «¿Cometimos un error con el consenso de la transición? No lo creo. Pienso que la presión psicológica que ejercía en nosotros la guerra civil primó sobre una visión a plazo corto. Pensábamos más en nuestros nietos que en nosotros mismos. Que ellos no vivan nunca aquellas experiencias fue el móvil en el que se apoyó la paciencia y la generosidad de las víctimas de la dictadura. Pero aquella visión de futuro supuso olvidar a los exiliados, a los defensores de la democracia. Tan injusta laguna la estamos pagando los españoles con una reescritura de la historia». En conclusión, según Guerra, esos españoles que lucharon por nuestra libertad eran víctimas necesarias de aquella «exitosa» transición.

Es posible que en aquellos años se pudiera hacer poco más. Los padres de la Constitución tenían una pistola en la nuca que amenazaba con acabar con la incipiente democracia si no se mantenía la verdad histórica del franquismo. Ya es menos comprensible que Felipe González no aprovechara sus 15 años de mandato y amplias mayorías para acabar con ese inaceptable chantaje. Eso es, al menos, lo que piensan la mayoría de los deportados supervivientes. El barcelonés Marcial Mayans, a sus 94 años, lo explica con claridad: «La derecha no hizo nada, eso ya sabíamos que iba a ser así. Pero ha habido otros gobiernos más favorables, socialistas, porque hay que decir las cosas por su nombre, que no hicieron nada. Ni González ni otros, nada de nada. Eso es lo que me sabe más mal. Que nos ignorara la derecha, que son los hijos de los que mandaban con Franco, no deja de ser normal. Pero los otros...».

Ley de Memoria sin memoria

En 2005, algo pareció cambiar. José Luis Rodríguez Zapatero se convirtió en el primer presidente del Gobierno español en visitar Mauthausen y homenajear a sus compatriotas víctimas del nazismo. Varios deportados le acompañaron ese día y aún hoy recuerdan el momento con una mezcla de alegría pero también de amargura. El hispanista Jean Ortiz explica que la decepción volvió a instalarse entre ellos cuando la prometida Ley de Memoria Histórica quedó completamente devaluada: «España sigue sin tener una política de Memoria. La famosa Ley de Memoria está muerta. Es muy limitada y ni siquiera se ha llegado a aplicar. Hay un dato que no podemos pasar por alto y que es muy relevante. España, con los gobiernos del PP y del PSOE, se ha comportado como un delincuente internacional. Se han desobedecido las leyes internacionales. La legislación obliga, por ejemplo, a abrir las fosas comunes y recuperar los cuerpos de los desaparecidos. Pero España no cumple y sigue permitiendo que, como mínimo, 136.000 desaparecidos yazcan como perros bajo toneladas de tierra».

Fue el propio Zapatero el que consintió que se descafeinara la Ley de Memoria Histórica. Los consejos demoscópicos de algunos de sus asesores («este tema no da votos») y el disfraz de "Hombre de Estado" que acaban enfundándose todos los presidentes, le hicieron evolucionar hasta el punto de que hoy su discurso en este tema es irreconocible. Hace ahora un año el expresidente se enfrentó dialécticamente a Baltasar Garzón que defendía la necesidad de crear una Comisión de la Verdad que zanjara de una vez por todas este asunto. Zapatero se opuso y defendió la necesidad de mantener «un punto de templanza». Pero su afirmación más grave fue asumir que era negativo intentar reconstruir una «verdad institucional». Zapatero ha acabado asumiendo el discurso de la derecha de que no hay una verdad única respecto al franquismo y, por tanto, mejor dejar las cosas como están. ¿Qué habría ocurrido si los alemanes hubieran pensado eso mismo? Seguirían teniendo calles y estatuas dedicadas a Hitler y sus escolares estudiarían episodios ambiguos en sus libros de texto. ¿Qué pasaría hoy en Francia si los colaboracionistas de Pétain y los resistentes antinazis permanecieran al mismo nivel? Quizás Marine Le Pen no tendría que maquillar tanto su verdadera ideología y podría llenar de esvásticas sus multitudinarios mítines políticos. ¿Qué pasa hoy en España por haber permitido que fascistas y demócratas permanezcan equiparados en nuestros libros de Historia? Que nuestro Gobierno hace homenajes a la División Azul; que algunos medios de comunicación ensalzan a asesinos y genocidas; que nuestros escolares piensan que Federico García Lorca murió de un resfriado; que nuestras calles y plazas están repletas de símbolos que representan el totalitarismo, la dictadura, el genocidio y la muerte.

La verdad puede tener y tiene muchos matices, pero verdad solo hay una. 40 años después de la muerte del dictador se nos sigue negando el derecho a decir que la República, con todos sus defectos, era un régimen democrático que terminó fruto de un Golpe de Estado apoyado por la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Hay matices, pero esa no es una opinión, es la única verdad.

Como verdad es decir hoy que Francia nos saca los colores condecorando a los españoles que lucharon por la libertad de todos, mientras aquí seguimos mirando para otro lado. ¿Se atreverá algún grupo o partido político a paliar esta injusticia histórica? Como dice Pierrette, «más vale tarde…» Fue el propio Zapatero el que consintió que se descafeinara la Ley de Memoria Histórica. Los consejos demoscópicos de algunos de sus asesores («este tema no da votos») y el disfraz de "Hombre de Estado" que acaban enfundándose todos los presidentes, le hicieron evolucionar hasta el punto de que hoy su discurso en este tema es irreconocible. Hace ahora un año el expresidente se enfrentó dialécticamente a Baltasar Garzón que defendía la necesidad de crear una Comisión de la Verdad que zanjara de una vez por todas este asunto. Zapatero se opuso y defendió la necesidad de mantener «un punto de templanza». Pero su afirmación más grave fue asumir que era negativo intentar reconstruir una «verdad institucional». Zapatero ha acabado asumiendo el discurso de la derecha de que no hay una verdad única respecto al franquismo y, por tanto, mejor dejar las cosas como están. ¿Qué habría ocurrido si los alemanes hubieran pensado eso mismo? Seguirían teniendo calles y estatuas dedicadas a Hitler y sus escolares estudiarían episodios ambiguos en sus libros de texto. ¿Qué pasaría hoy en Francia si los colaboracionistas de Pétain y los resistentes antinazis permanecieran al mismo nivel? Quizás Marine Le Pen no tendría que maquillar tanto su verdadera ideología y podría llenar de esvásticas sus multitudinarios mítines políticos. ¿Qué pasa hoy en España por haber permitido que fascistas y demócratas permanezcan equiparados en nuestros libros de Historia? Que nuestro Gobierno hace homenajes a la División Azul; que algunos medios de comunicación ensalzan a asesinos y genocidas; que nuestros escolares piensan que Federico García Lorca murió de un resfriado; que nuestras calles y plazas están repletas de símbolos que representan el totalitarismo, la dictadura, el genocidio y la muerte.

La verdad puede tener y tiene muchos matices, pero verdad solo hay una. 40 años después de la muerte del dictador se nos sigue negando el derecho a decir que la República, con todos sus defectos, era un régimen democrático que terminó fruto de un Golpe de Estado apoyado por la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. Hay matices, pero esa no es una opinión, es la única verdad.

Como verdad es decir hoy que Francia nos saca los colores condecorando a los españoles que lucharon por la libertad de todos, mientras aquí seguimos mirando para otro lado. ¿Se atreverá algún grupo o partido político a paliar esta injusticia histórica? Como dice Pierrette, «más vale tarde…»

[Fuente: Por Carlos Hernández, El Diario, Madrid, 16mar15]

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Impunidad y crímenes franquistas
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