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28mar20


«No nos dejaban ponernos la mascarilla para no alarmar»


María es enfermera. Su planta del hospital de Alcalá de Henares es ahora entera de coronavirus: 35 camas, 22 enfermeros, de los que nueve se han contagiado. Están exhaustos, como todos, y enfadados. No solo por la falta de material, sino por la gestión de la crisis. «Las semanas previas cuando empezaron a llegar casos decidimos ponernos mascarilla. Nos obligaron a quitárnosla, nos dijeron que era alarmista y asustaba a los pacientes». La pasada noche murieron tres. «Hacen insuficiencias respiratorias muy agudas de golpe». La supervisora de la planta está en su casa. Le quedan dos días de trabajo para jubilarse. Es la única que se ha cogido un permiso.

Todo lo que describe con precisión sobre los equipos de protección es desastroso. «Ayer la bata azul desapareció del protocolo porque no hay». Las mascarillas habituales con filtro especial para no inhalar están agotadas también y deben usar otras cuya acreditación desconocen. Sobre esa se colocan otra quirúrgica -de las que vemos por la calle- para no manchar la de abajo. Las gafas protectoras tienen que compartirlas. Antes había una por sanitario. «De tanto uso empiezan a partirse»

Les han llegado refuerzos, pero el personal nuevo carece de formación y entre urgencias continuas a los veteranos les toca enseñarles. «No es culpa de los compañeros que ponen la mejor voluntad, el problema es que no damos abasto. Cuentan como uno más, pero no es real«.

María es enfermera. Su planta del hospital de Alcalá de Henares es ahora entera de coronavirus: 35 camas, 22 enfermeros, de los que nueve se han contagiado. Están exhaustos, como todos, y enfadados. No solo por la falta de material, sino por la gestión de la crisis. «Las semanas previas cuando empezaron a llegar casos decidimos ponernos mascarilla. Nos obligaron a quitárnosla, nos dijeron que era alarmista y asustaba a los pacientes». La pasada noche murieron tres. «Hacen insuficiencias respiratorias muy agudas de golpe». La supervisora de la planta está en su casa. Le quedan dos días de trabajo para jubilarse. Es la única que se ha cogido un permiso.

Todo lo que describe con precisión sobre los equipos de protección es desastroso. «Ayer la bata azul desapareció del protocolo porque no hay». Las mascarillas habituales con filtro especial para no inhalar están agotadas también y deben usar otras cuya acreditación desconocen. Sobre esa se colocan otra quirúrgica -de las que vemos por la calle- para no manchar la de abajo. Las gafas protectoras tienen que compartirlas. Antes había una por sanitario. «De tanto uso empiezan a partirse»

Les han llegado refuerzos, pero el personal nuevo carece de formación y entre urgencias continuas a los veteranos les toca enseñarles. «No es culpa de los compañeros que ponen la mejor voluntad, el problema es que no damos abasto. Cuentan como uno más, pero no es real«.

María sabe lo que es tratar con un virus desconocido. Le tocó el ébola en el Hospital Carlos III, también como enfermera, pero «con el ébola había un orden dentro del caos y aunque tarde se nos dio un protocolo de actuación que seguíamos a rajatabla«.

"Lo peor es ver morir en soledad"

«Con todo -dice- lo peor es ver sufrir y morir a la gente en soledad total. Es tristísimo, nunca imaginé vivir algo así. Una familia suplicando que le dejes despedirse de su padre o de su madre«.

En su planta la mayoría de los pacientes superan los 70 años, aunque hay excepciones. «Ayer bajó a la UCI un hombre de 42 años, con una insuficiencia respiratoria aguda. Tenía antecedente psiquiátrico y obesidad», explica. Una de sus compañeras, de 32 años, que dio positivo en coronavirus, tiene neumonía bilateral. Hay otros diez positivos que, de momento, están asintomáticos. «Si no ponen medios nos contagiaremos todos».

Cuando María vuelve a casa, a otra porque convivía con sus abuelos y ha tenido que cambiarse, siente impotencia. «Te vas con toda la contaminación. No tenemos ni una ducha en la planta por si hay un accidente. No se preocupan nada de nosotros. ¿A quién intentan engañar?». Lo que cuenta parece sacado de una mala película. El timbre con el que los pacientes llaman no funciona hace una semana. «Hay enfermos que dan golpes en la pared para avisarnos».

Dice que van a seguir dando lo mejor de ellos pese a las circunstancias. Su recompensa es la cara de felicidad cuando un anciano escucha la voz de su hijo -han buscado la forma de que les llamen a través de su puesto de enfermería y avisar al entrar en una habitación-. La iniciativa de las cartas y los mensajes de allegados y desconocidos que inundan en los últimos días los hospitales son un bálsamo en unas guardias que parecen sacadas de un manual de guerra. El martes, cuenta, «entregué una carta preciosa a un señor, se la leí. Ayer cuando llegué había muerto. Fue lo último que supo de su hijo».

[Fuente: Por Cruz Morcillo, ABC, Madrid, 28mar20]

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small logoThis document has been published on 23mar20 by the Equipo Nizkor and Derechos Human Rights. In accordance with Title 17 U.S.C. Section 107, this material is distributed without profit to those who have expressed a prior interest in receiving the included information for research and educational purposes.