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04abr20


La necesidad de Nuremberg


Que nadie se rasgue las vestiduras. El juicio o, mejor dicho, los juicios de Nuremberg han quedado en el imaginario popular como la idea exacta de que no hay nada ni nadie que se libre de rendir cuentas ante la justicia. Es una idea sublimada claro, porque aquello no fue impedimento para que miles y miles de culpables se escurrieran entre los agujeros excesivamente grandes de la red judicial. Empezando por los mismos Estados Unidos y su conocida Operación Paper Clip para "utilizar" a los nazis que más les convenían -de Von Braun en su programa de cohetes a Reinhard Gehlen en el contraespionaje- no se cumplió que todos quienes tuvieran responsabilidades lo pagaran.

Pero sirvió como metáfora. Y por eso creemos que habrá que celebrar un Nuremberg aquí, sentando delante de la justicia a los responsables de esta masacre social que va a cobrarse miles de muertos y millones de damnificados económicos. Habrá que acusarlos formalmente de alta traición a todo un pueblo, de haberle mentido, de negarle auxilio en trance de muerte, de cobardía, de malversación de fondos. Habrá que señalarles con el dedo acusador en nombre de nuestros ancianos, a los que se está dejando morir en las residencias; habrá que acusarlos de permitir la muerte a sangre fría de nuestro personal sanitario, a quien se le deniegan los medios de protección necesarios; por tener información acerca de la gravedad de la pandemia y ocultárnosla, con tal de mantener sus fines políticos; por ser causantes de millones y millones en pérdidas económicas, de millones de puestos de trabajo, de millones de empresas cerradas, de autónomos hundidos, de tejido productivo que difícilmente será recuperable en todos los sectores; los acusaremos de incompetencia, y ya veremos si de algo más, en lo que respecta a la compra de material sanitario que llega tarde y mal cuando. Si no se hubiesen enrocado en sus mentiras, podría haber llegado pronto y bien.

No quisiera ser exhaustivo. Todos sabemos el abismo que separa la versión oficial que dan a diario los medios comprados por el Gobierno y lo que está pasando realmente en la calle. Por eso será imprescindible sentar en ese banquillo a los periodistas a sueldo, a los tuiteros pagados, a los difamadores, a los propagadores de odio, a los inquisidores de la libertad, a los pésimos titiriteros. A esos ofendiditos profesionales me anticipo diciéndoles que exigir un Nuremberg para esta tropa de politicastros no es banalizar al nazismo. Esa ideología, en el fondo, ¿qué era? La creencia de un grupo en su superioridad ante la inferioridad del resto. La indiferencia ante la muerte del prójimo. La propaganda intoxicadora masiva. La consagración del privilegio para los líderes en detrimento de los demás. El delirio ante la realidad, el totalitarismo frente a la democracia, el egoísmo ante la generosidad.

Quiero que se sienten en un banquillo, repito, porque en este país hay responsables políticos que no permiten abrir un hospital montado por la Guardia Civil porque son españoles, o dan instrucciones a sus servicios sanitarios para que a los mayores de ochenta años se les dé un tratamiento especial. Quiero que se sienten en un banquillo quienes preferirían tener el parlamento cerrado, las ruedas de prensa pactadas con sus lameculos, la oposición silenciada y las cifras de muertos guardadas en un cajón. Quiero ver sentados en un banquillo a los que apoyaron siempre a los asesinos y ahora organizan caceroladas contra el ejército o el rey. Lo queremos muchos, lo exige nuestra democracia, lo demanda el mínimo sentido ético.

No podría entenderse que, cuando salgamos de este túnel, no pidamos cuentas a quienes nos han llevado hasta aquí. A todos. Hay que exigirles responsabilidades penales, porque si dejásemos pasar todo esto en blando abriríamos una peligrosísima puerta de cara a futuras situaciones que no deseo ni imaginar. Confinamientos obligatorios, internamientos en centros por orden gubernativa, fallecimientos de personas mayores, control social de los medios de producción. Repito a los ofendiditos, un Nuremberg, por lo que de ejemplaridad tiene ese símbolo, no es banalizar nada. Es profilaxis democrática.

Y hacer justicia a nuestros muertos.

[Fuente: Por Miquel Giménez, Vozpópuli, Madrid, 04abr20]

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