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02sep18


Luís Pasqual renuncia por mezquinas presiones urdidas por feministas nacionalistas


Sorpresa mayúscula en el teatro catalán. Lluís Pasqual se va, dimite de la dirección del Teatre Lliure que él mismo cofundó en 1976. Un teatro que cambió radicalmente el panorama escénico catalán y de toda España y se convirtió en ejemplo a imitar. A Pasqual, que ha sido también director del Centro Dramático Nacional de Madrid, del Odéon-Théâtre de l’Europe de París o de la Bienal de Teatro de Venecia, y que desde hace siete años había vuelto a dirigir el Lliure, se lo ha llevado por delante una polémica originada en julio en las redes sociales: tras el anuncio de su renovación al frente del teatro, una joven actriz, Andrea Ros (Terrassa, 1993), afirmó en Facebook que “Pasqual me ha gritado, me ha ridiculizado, me ha puesto en evidencia y le he visto hacerlo impunemente porque ‘es un genio’ y los genios gritan y tratan mal a la gente”. Se refería a un incidente en los ensayos de El rei Lear hace cuatro años. Y reivindicaba alguien joven al frente del Lliure.

El post no pasó de la red pero fue el inicio del incendio porque días después un grupo de Facebook llamado Dones i Cultura acusó a Pasqual de tratar despóticamente a algunos trabajadores del Lliure y pidió su dimisión. La polémica –en la que se mezclaba el sentimiento de las generaciones más jóvenes del mundo teatral de que hay un tapón para ascender y el hecho de que ninguna mujer haya dirigido hasta ahora ni el Lliure ni el Teatre Nacional de Catalunya–, saltó a los medios. Hubo un contramanifiesto firmado por grandes nombres del teatro a favor de Pasqual, desde Emma Vilarasau, Vicky Peña, Rosa Maria Sardà y Núria Espert a Mario Gas y Josep Maria Pou, pero el incendio caló en el Lliure: el comité de trabajadores pidió un informe de salud laboral y hubo una gran división interna.

En todo este tiempo Pasqual ha guardado silencio y ahora habla para explicar su visión de lo sucedido y el porqué de su dimisión. Está sereno, parece aliviado tras la decisión tomada. Considera mentiras las acusaciones pero admite que no puede seguir dirigiendo el Teatre Lliure con la división interna que reconoce que se ha producido. Además anula, por lo menos en el Lliure, su gran proyecto para la próxima temporada, El sueño de la vida, un estreno a partir de una obra incompleta de Lorca concluida por el dramaturgo Alberto Conejero.

¿Por qué hablar ahora y no cuando estalló la polémica?

Desde un cargo público cuando hay un problema se han de dar explicaciones. Pero como las cosas tienen unas consecuencias y las consecuencias comportan decisiones importantes, quería tener el corazón caliente pero la cabeza fría. Me he tomado un mes y medio para pensar sobre ello, para verlo con distancia y tomar la decisión que le convenga más al teatro y a mí. Esa decisión es que presento mi dimisión.

¿Por qué?

Durante estos años como director he intentado mantener vivo un espíritu que estuviera a la altura del nombre del teatro: Lliure. Pero en los últimos meses a través de las redes sociales se ha decidido que he de ser sustituido con urgencia y que quien me sustituya tiene que ser mujer y joven. Me parece impensable que las bases para elegir al responsable de un teatro público del tamaño del Lliure sean la edad y el sexo. Ahora parece que es así. Lo grave es que esta idea haya calado entre el personal de la casa, o puede incluso que alguien la haya provocado. La realidad es que hay una división de pareceres en el equipo humano del teatro. Y no puedo ni ser joven ni ser mujer ni trabajar con un equipo que no esté plenamente comprometido conmigo en un proyecto. No sé trabajar sin esa complicidad. Aunque haya tenido el apoyo del patronato del teatro. Una cosa es decidir el menú y otra cocinarlo. Vivimos en la sociedad crispada de la acusación permanente, del conmigo o contra mí. Pero un teatro es un espacio de encuentro dialéctico, no de confrontación. Y si soy el motivo de esa confrontación lo mínimo que puedo hacer por respeto al teatro y a mí mismo es dejarlo. No me interesa el poder, lo tuve desde muy joven y siempre me ha parecido un peaje ingrato que permitía sacar adelante proyectos artísticos. Nunca he creído ser un tapón generacional. Más bien al contrario. Pero si ese fuera el problema, ya no existe.

¿La acusación de una actriz joven en Facebook ha podido con usted? ¿Qué sucedió con ella?

No sucedió nada extraordinario que yo pueda recordar y menos aún de un ensayo de hace cuatro años. Pero un post de cualquiera, mal gestionado, puede hacer mucho daño. Las redes sociales pueden destruir cualquier reputación. A partir de lo que una exactriz de la Kompanyia Lliure escribió en Facebook, un colectivo feminista llamado Dones i Cultura, que afirmaba estar formado por 800 personas, exigió mi dimisión por maltrato, misoginia, abuso de poder y otras lindezas y mentiras en un manifiesto que podría haberse quedado en las redes pero que consiguió saltar a las páginas y secciones de Cultura de televisiones y diarios sin que casi ninguno contrastara esa información ni la legitimidad del colectivo. Y el debate pasó a ser público. Como demostró Montse Barderi en un artículo, Dones i Cultura era sólo un grupo de Facebook con 800 seguidoras de las cuales la mayoría no tenían noticia del manifiesto y a la asamblea que organizaron, con el título inequívoco de Operación Pasqual, asistieron sólo una veintena. Pero el daño a mi imagen ya estaba hecho. Recuerdo un tuit de apoyo a la denuncia de la joven actriz que decía: “No te conozco de nada, no sé quién eres, pero cuenta conmigo...”. El poder de las redes sociales es tan indiscutible como altamente peligroso por la impunidad con la que se llega a extender una calumnia.

Pero fueran o no en las redes sociales, ante las acusaciones los trabajadores del Lliure han pedido un informe de salud laboral.

Es lógico, pero lo que tiene menos lógica es la base y los fundamentos ilegítimos en los que se basa la petición. Esos informes se hacen regularmente en las empresas. Durante mi mandato ya tuvimos uno. Y en estos siete años no ha habido ninguna denuncia contra mí ni contra nadie del teatro. La estructura del Lliure permite proteger tanto a los trabajadores como a la propia empresa. Lo curioso es la coincidencia en el tiempo de esta crisis con el momento en que el patronato vota y decide mi renovación. Àlex Rigola, por ejemplo, como patrono vitalicio, podía haber trabajado con el resto de miembros del patronato para cambiar los estatutos y evitar mi renovación en lugar de trasladar su disconformidad a las redes sociales y denunciar, en el más puro estilo soviético, al representante de la asociación de actores por no haber votado como él contra la renovación. No me parece una actitud excesivamente democrática. Otras voces que han pedido mi cabeza desde el primer minuto en que el patronato votó mi renovación podían haber propuesto otro modelo de gestión a las administraciones públicas, todas están representadas en el Lliure. Pero eso supone trabajo y pérdida de protagonismo, que es lo que se encuentra en las redes, que satisfacen los egos y tienen impacto inmediato.

Reconocerá que el anuncio en junio de su renovación fue extremadamente confuso.

No tenía que haberlo anunciado yo. Debería haberlo hecho el patronato, explicando que había que cambiar los estatutos y que la renovación sería por dos años y no cuatro. Pero en la rueda de prensa de presentación de la temporada en junio noté que la pregunta estaba en el aire y decidí explicarlo sobre la marcha. Está claro que me equivoqué.

Además le han acusado, como ya sucedió el año pasado, de escasa paridad en la programación.

En la programación de esta temporada han aumentado sensiblemente las directoras y dramaturgas, es decir, el porcentaje, que parece que es lo único que interesa a ciertos colectivos feministas. Como también parece que a nadie le importe el contenido de la programación, la poética que propone un teatro ante las muchas cosas que nos ocurren. Hay 12 directoras en la próxima temporada del Lliure. Tenemos una programación extensa y puede que eso las oculte, pero ignorar a 12 mujeres dirigiendo en el Lliure me parece un menosprecio hacia ellas.

También han sido recurrentes estos años las quejas por programar poco a las nuevas generaciones teatrales.

No conozco otro teatro público en Catalunya que haya tenido estos años dos compañías jóvenes estables. Cuando no teníamos medios para montar esas compañías acogimos otras. Y hemos programado muchas más durante estas temporadas en el Espai Lliure. Pero mientras haya quien afirme que el Espai Lliure es una sala de segunda porque es más pequeña que las otras del teatro vamos mal. Volvemos a los protagonismos y a los egos del “yo estoy en la sala grande”. Cada sala requiere una energía. Si haces Medea con más de treinta funciones seguidas en la sala grande se necesita una actriz con el talento y la experiencia de Emma Vilarasau. Y no entender eso demuestra desconocimiento del oficio y falta de respeto por el proceso que cualquier carrera ha de seguir y que requiere sacrificio. De hecho, falta respeto en Catalunya por los grandes nombres del teatro del país. A Núria Espert, que fue testigo de la situación que denunció la joven actriz, la machacaron cuando dio una entrevista en la que salía en mi defensa. Incluso la llamaron mentirosa. Lo mismo ha pasado con los más de doscientos actores, técnicos, responsables de festivales y teatros que se añadieron en pocas horas a las palabras de Núria: “Nunca, en cuarenta años, he visto a Lluís faltarle el respeto a nadie”. Agradezco infinitamente su respaldo. Muchos quedaron inmediatamente descalificados por no ser suficientemente jóvenes o suficientemente catalanes. Demencial.

¿Cree, como algún medio ha llegado a apuntar, que en el caso ha tenido algún peso el ‘procés’?

Si no recuerdo mal, TV3 y el diario Ara fueron los que difundieron el manifiesto de Dones i Cultura con más alegría. Y a raíz de esos primeros titulares el resto de medios se tuvieron que apuntar al carro. Quizá para algunos la posición del Lliure ante el procés no esté muy clara, porque parece que hay que estar sí o sí, claramente a favor o en contra, tanto del procés como de las cuestiones que se producen todos los días en la sociedad. Vivimos instalados en la irracionalidad de la respuesta inmediata, que acostumbra a ser de cintura para abajo, sin reflexión. El pensamiento crítico aparece como una tara de seres débiles e indecisos. Hay que pasar obligatoriamente a tomar partido. En el procés como teatro público el Lliure facilitó los medios y el espacio para que los creadores se expresaran. En eso consistió el ciclo En Procés, con una docena de dramaturgos. Ningún otro teatro lo ha hecho. Algunos calificaron ese ciclo de justificación por mi parte. Así que no es tan raro que otros puedan ver en eso un interés en eliminarme por motivos ideológicos encubiertos tras un supuesto maltrato o una supuesta corrección política.

¿Querer prolongar su mandato en el Lliure ha sido un error?

Si acepté la propuesta de la junta de gobierno y luego del patronato de seguir dos años más fue porque, como muchos sectores de la sociedad, hemos vivido unos años de enormes dificultades, con una economía de supervivencia, aunque por supuesto seamos unos privilegiados, y quedaban tres proyectos importantes por afianzar: una nueva compañía joven con un programa pedagógico que pudiera incorporar la transmisión de conocimiento de los maestros surgidos en estos cuarenta años de democracia; una plataforma residente dedicada exclusivamente al teatro inclusivo; y un programa sobre teatro y memoria que empezamos a elaborar con distintos teatros y universidades de todo el mundo. Ya es pasado. A veces los teatros necesitan un cambio brusco de timón. Quizá sea el caso.

¿Qué pasará en el Lliure ahora?

La Fundación posee sus propios mecanismos, un magnífico presidente, Ramon Gomis, y un patronato y unos órganos de gobierno. Y la temporada próxima está asegurada, excepto en las obras que iba a dirigir yo, y en manos de personas muy competentes: la subdirectora Clara Rodríguez Serrahima, la adjunta a la dirección artística, Aurora Rosales, y el director técnico, César Fraga. El Lliure es un teatro muy sólido, aunque ahora se haya producido una grieta tal vez en los propios cimientos. El tiempo lo dirá. Por cierto, aunque mucha gente pueda pensar que dirigir un teatro público es un premio a algo o una distinción, se equivoca: es una profesión muy difícil.

Entonces, ¿no va a dirigir el Lorca esta temporada?

Mi relación con el Lliure ha terminado y mis compromisos artísticos con él también. Es mucho más sano, tiene que ver con la higiene mental y la libertad. Y me voy profundamente satisfecho con los muchos logros de estos siete años. Hemos producido espectáculos importantes, hemos superado crisis, hemos conseguido premios y reconocimientos. Hemos acompañado a la sociedad en sus dudas y sus vaivenes. Y la sociedad nos ha premiado con su asistencia. Que nadie lo olvide: el Lliure no es propiedad ni de los artistas ni de los políticos ni de los trabajadores de la casa. Es, por voluntad propia desde sus inicios, un teatro público: pertenece al público. Es quien lo paga y nos juzga y de su complicidad depende su existencia y legitimidad. Y haber ganado la confianza del público para mí es lo más importante. Querría expresar mi profundo agradecimiento a los equipos artísticos y técnicos que han hecho posible la aventura y sobre todo a los miles de espectadores y abonados. Sus muestras de complicidad y afecto, aunque para algunos no cuenten, han sido muchas y me producen inmensa alegría. Puede que no lo haya hecho tan mal.

[Fuente: Por Justo Barranco, La Vanguardia, Barcelona, 02sep18]

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