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15may18


El discurso xenófobo del nuevo presidente de Cataluña


Quim Torra es el nuevo presidente de la Generalidad de Cataluña. Hasta ahora el procés independentista catalán había producido una fractura social, la salida de más de tres mil empresas de la comunidad, la suspensión de la autonomía, el descrédito de la reputación de Cataluña y de España, el desprestigio del catalanismo y el encarcelamiento o la huida de los líderes independentistas.

El último episodio de este fenómeno, que se anunció como un experimento hiperdemocrático que reivindica "el derecho a decidir" –un eufemismo del derecho de autodeterminación– y desdeñaba las instancias mediadoras, ha conducido a que un prófugo de la justicia española nombre a dedo y desde Berlín a un supremacista.

El Parlamento catalán ha respaldado la candidatura de Torra, con los votos a favor de Esquerra Republicana y PdeCat, la abstención de la Candidatura de Unidad Popular (CUP) y la oposición del resto de las fuerzas. El ahora presidente, que como otros impulsores del secesionismo viene del mundo editorial y periodístico y dirigió la asociación nacionalista Òmnium, ha dicho que ocupará el cargo provisionalmente, hasta el regreso (improbable) del presidente "legítimo" Carles Puigdemont.

Torra sostiene que al seguir el camino de la independencia cumplirá el mandato del 1 de octubre. Este mandato no existe: aquel día no se celebró un referéndum, sino una votación chapucera y sin garantías, cuyos resultados ni siquiera avalaron los observadores que llevaba la propia Generalidad. De hecho, las cifras de las elecciones y las encuestas han mostrado de manera consistente que el independentismo nunca ha sido mayoritario. En las elecciones del 21 de diciembre, los secesionistas obtuvieron un 47,5 por ciento de los votos. Así que la estrategia unilateral escogida por las autoridades catalanas depuestas no era solo ilegal: era ilegítima.

Después de la entrada en vigor del artículo 155, una provisión de la Constitución española que protege la lealtad federal, algunos líderes independentistas parecieron recapacitar. No había, decían, un mandato social para la independencia; la vía unilateral había fracasado. Sin embargo, el tiempo de la autocrítica fue inusualmente breve. Enseguida se volvió a hablar del trayecto hacia la república catalana.

En el discurso de investidura Torra prometió seguir el camino de la independencia. Ese empecinamiento no va a facilitar una solución. Si continúa así, se producirá un nuevo enfrentamiento con el Estado. El independentismo será derrotado otra vez y la fractura social se hará más profunda. De nuevo, el kitsch y el narcisismo victimista sustituirán a la política de verdad: la gestión de los problemas reales de los ciudadanos, el esfuerzo por llegar a acuerdos y mejoras concretas. La excepcionalidad del momento lo justifica todo: por ejemplo, que fuerzas de izquierda permitan que dirija el gobierno un conservador de discurso xenófobo. Y parece que en Cataluña la excepcionalidad del momento no termina nunca.

Pero, como otros líderes secesionistas, Torra ha seguido hablando de una Cataluña unanimista: un solo pueblo. El presidente ha empleado el lenguaje inflamado que destaca la "represión" y la existencia de "presos políticos", y ha alertado de "una crisis humanitaria" en Cataluña, una de las regiones más prósperas y de mayor calidad de vida del mundo. Entre las dudas que genera la afirmación de Torra está evaluar qué insulto es más grave: el que se dirige a la inteligencia o el que menosprecia el sufrimiento de quienes padecen de verdad una crisis humanitaria. Como ha dicho la profesora de Derecho Constitucional Argelia Queralt, es un discurso "demagógico, excluyente e irreal". Defiende la construcción de una república catalana independiente que no tiene lugar en el marco legal de convivencia y que es rechazada por más de la mitad de la ciudadanía.

Conocemos las ideas que Torra tiene sobre esa otra mitad de la sociedad, los catalanes que también se sienten españoles, además del resto de los españoles. El presidente borró algunos tuits abiertamente xenófobos: en ellos los españoles hacían cosas malas –como expoliar y ocupar– y no hacían cosas buenas –como ducharse–. Pidió disculpas a quien se hubiera podido sentir ofendido: ya se sabe, hay gente que tiene la piel muy fina. Pero sus tuits no eran deslices o detalles. Indican una forma de pensar, que se puede apreciar en su admiración por movimientos filofascistas de los años treinta y en sus artículos.

Según Torra, no puede existir un "catalanista no independentista". Así, se apropia dogmáticamente de una posición y niega una importante tradición política que tuvo entre sus objetivos la modernización de España. En "La lengua y las bestias", comparaba a quienes vivían en Cataluña sin identificarse con el ideario del nacionalismo catalán con "carroñeros, víboras, hienas. Bestias de forma humana, sin embargo, que emiten odio"; puede deberse a una "cosa freudiana" o a un "estremecimiento en su cadena de ADN".

Ser catalán es hablar catalán, dice, y un catalán que aspira a ser español no es nada. "Por eso –añadía– estas cosas que debemos soportar como el PP y Ciudadanos y otros reductos protofascistas no son nada, el vacío total, la carencia absoluta de respeto al país donde se vive. Bestioletas descerebradas que presentan recursos, que gritan y amenazan". Los catalanes no son quienes la ley reconoce como tales, sino quienes defienden una opción determinada. Los primeros son el pueblo; los segundos son el no pueblo. No son nada. Y, cuando Torra escribe de ellos, muestran una peligrosa tendencia a perder su humanidad y convertirse en animales.

Un paso indispensable que debe dar el secesionismo es reconocer el error que supone la vía unilateral e ilegal para lograr el objetivo de la independencia, un fin que el Tribunal Constitucional ha considerado legítimo. Después, el Estado puede ser generoso y flexible. Eso –desilusionar a las masas que has contribuido a enardecer– es lo que realmente exige valor y responsabilidad. Son dos cualidades que no han abundado en el procés, y quizá sea ingenuo albergar demasiadas esperanzas en su aparición. Por desgracia, las entrevistas y el discurso de Torra no apuntan hacia allí.

El nacionalismo catalán ha destacado siempre su carácter cívico: el suyo, explicaban, no era un nacionalismo étnico. Y en general es cierto; el independentismo es diverso. Pero sus aliados en Europa eran la Liga Norte de Italia, el Vlaams Belang de Bélgica y otros partidos xenófobos. Y en ocasiones se podía detectar un desagradable componente supremacista. En el caso de Torra es explícito. Si dijera de los musulmanes o inmigrantes extranjeros lo que dice de otros catalanes se entendería más fácilmente: hay un racista presidiendo la Generalidad de Cataluña, y eso es algo que debería repugnar a todos los demócratas, al margen de su posición con respecto a la independencia.

[Fuente: Por Daniel Gascón, Opinión, The New York Times, Madrid, 15may18]

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