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24nov17
Ficción y realidad
El periodista británico colaborador de La Vanguardia, John Carlin, al ser preguntado en una entrevista en El Periódico sobre la conducta de los líderes del independentismo catalán, decía que "no sabía si era romanticismo, irresponsabilidad, infantilismo, torpeza o cinismo, o quizás una mezcla de todo". Comparto la respuesta, y añado que el compendio de todo ello es lo que ha provocado que el independentismo se haya instalado durante mucho tiempo en la ficción. Se han creído su fantasiosa y mágica realidad y han inculcado a una parte importante de la sociedad sus propias mentiras. Ya Jaume Balmes advertía que, muy a menudo, antes de engañar a los demás, el hombre se engañaba primero a sí mismo. Me asalta la duda de si todavía viven en -y de- la ficción, o si sinceramente empiezan a asomarse a la dura realidad.
El primero en mostrar cínicamente la patita fue el juez Santiago Vidal. Encargado de elaborar una Constitución catalana, explicaba que "la Generalitat tenía todos nuestros datos fiscales" y "aunque conseguidos de manera ilegal (porque tontos no somos -advertía-), al nuevo Estado no se le escaparía ninguno". ¡Todos estábamos fichados! Pues bien, el día que se aireó el contenido de las charlas donde alardeaba de tan atrevida información, el juez Vidal se despachó afirmando que "todo lo dicho pretendía crear ilusión entre los independentistas". ¿Era romanticismo, irresponsabilidad, infantilismo, torpeza o cinismo lo que alumbraba la ilusión del todopoderoso constituyente catalán, o quizás una mezcla de todo?
Esta necesidad de transmitir ilusión animó al cesado Gobierno de Catalunya a dar por sentado que la Unión Europea y la comunidad internacional avalarían la independencia y la creación de un nuevo Estado. O a sostener que no solamente no habría perjuicios económicos, sino que como la República catalana sería la nueva Dinamarca del sur, las empresas harían cola para instalarse en el nuevo Estado. O a reiterar que a España, fallida como Estado y como democracia, no le quedaría otro remedio que negociar de forma amistosa los flecos de la segregación de Catalunya. ¿Era romanticismo, irresponsabilidad, infantilismo, torpeza o cinismo lo que justificaba este ficticio relato, o quizás una mezcla de todo?
No obstante, aparentemente al menos, la ficción puede parecer ahora superada por la realidad. Así podría entenderse la sinceridad de un alto cargo de la Conselleria d'Economia i Hisenda catalana, cuando el 30 de agosto reconocía privadamente (aunque al ser grabado por orden judicial, su confesión sea hoy de pública notoriedad) que "cualquiera que tenga dos dedos de cerebro sabe que la Generalitat no estaba preparada para declarar la independencia al día siguiente del referéndum". Sinceridad que le llevó a lamentar que "en algún momento a alguien le ha de interesar este puto proceso en el mundo real".
En el mismo sentido quiero entender las declaraciones hechas en las últimas semanas por varios y diversos dirigentes independentistas. Cito, como ejemplo de ellas, las realizadas desde Bruselas por uno de los consellers fugados -que no exiliados- al reconocer que "prefirieron escuchar la parte del relato más épica, la más emocional, la más bonita… y que si ahora toca fijar límites y se requieren esfuerzos mayores, eso ya se sabía".
La duda que me asalta es si el alud de confesiones, radicalmente opuestas a lo defendido y practicado en los últimos años, es fruto de la reconversión, del arrepentimiento, de la ejemplarizante sustitución de la ficción por la realidad, de la sana autocrítica... o está simplemente motivado por una cínica conducta electoralista. Motivos para inclinarme por esta última opción no me faltan. Hace tiempo que la verdad aparece como la principal víctima del proceso. Hace años que se viene negando lo innegable. Lo que correspondería ahora, acorde con la ética de la convicción de Max Weber, sería decir la verdad independientemente de las circunstancias. Lo procedente, ante unas nuevas elecciones, sería rendir cuentas y asumir responsabilidades por el clamoroso fracaso y explicar cómo no se va a reincidir en el futuro.
Pero frente a ello, sólo intuyo el mero intento de articular un nuevo relato para intentar obtener el 21 de diciembre la mayoría que no se consiguió en "las elecciones de nuestra vida" del 27-S del 2015, ni en el frustrado e ilegal referéndum del 1-O.
La muestra más desvergonzada de que estamos ante este burdo intento, y no ante un responsable ejercicio de autocrítica, vendría ejemplarizada en las declaraciones de Marta Rovira afirmando que "el Gobierno central había amenazado con violencia extrema y muertos en la calle". De no probarse tan grave afirmación, se reafirmaría la tesis de algunos de que el proceso ha convertido a una parte de sus dirigentes en mentirosos compulsivos. La innecesaria y condenable violencia en los puestos electorales del 1-O no justificaría jamás tamaña falsedad. Al contrario, evidenciaría que la degradación moral de algunos de sus líderes sería exorbitante. Todo ello con un grave añadido. Hace días que predico más allá del Ebro que no debe confundirse victoria política con humillación, pero mucho me temo que será más difícil evitarla con mensajes de este tenor.
Veremos qué deparan las urnas el próximo 21-D. Mientras tanto, bueno será recordar el sabio consejo del presocrático Anaxágoras: "Si me engañas una vez, tuya es la culpa. Si me engañas dos, la culpa es mía".
[Fuente: Por Joep Antoni Durán Lleida, La Vanguardia, Barcelona, 24nov17]
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