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24mar18
Robert Mercer, el verdadero dueño de la Casa Blanca es matemático
Robert Mercer (71) no recuerda haber tenido nunca una pesadilla. Su carácter es tan frío que su jefe en IBM, la empresa en la que trabajó durante dos décadas y en la que creó el metro patrón en el que se basan hoy la práctica totalidad de los sistemas de traducción online del mundo, le llamaba "el autómata". Apenas habla, y cuando lo hace es con monosílabos.
Pero, cuando habla, Mercer (Bob, para los amigos) debe ser escuchado. De hecho, en agosto de 2016, logró que le hiciera caso Donald Trump. Aunque el hoy presidente de Estados Unidos acababa de ganar la nominación republicana, tenía su campaña en quiebra. Y allí llegaron Robert Mercer y su hija mediana, Rebekah. Ella, literalmente, en helicóptero.
Porque Rebekah tomó uno desde la mansión de su padre, a las afueras de Nueva York, a los Hamptons, donde se celebraba un acto de recaudación de fondos de Trump en la casa de otro heredero de peso: Woody Johnson, nieto del fundador de la farmacéutica Johnson & Johnson, y dueño del equipo de fútbol americano de los Jets.
Se plantó allí y le transmitió un mensaje claro a Trump: debía despedir a su equipo y contratar a Steven Bannon como máximo estratega electoral y a Kellyanne Conway como su número dos. Los Mercer habían apoyado al candidato evangélico Ted Cruz. Pero éste acababa de tirar la toalla. Y, si Trump accedía, el dinero y los recursos de Bob y Rebekah serían suyos. Pocos días antes, Trump había accedido a que su campaña contratara los servicios de Cambridge Analytica, la empresa de datos de los Mercer que había jugado un papel clave en la campaña en favor del Brexit en Gran Bretaña hacía dos meses, y que esta semana se ha visto salpicada en un escándalo gigante después de que el New York Times y el Guardian desvelaran que había recolectado datos personales de 50 millones de personas en Facebook sin su consentimiento. Era un guiño. Trump quería el apoyo de los Mercer. Y éstos querían el control de su campaña.
Tres meses y medio después, Trump declaró que había hecho caso a Rebekah porque su padre habla tan poco que, cuando lo hace, uno tiene que escucharle. Cuando lo dijo, era el 3 de diciembre de 2016. Hacía cuatro semanas que había ganado las elecciones. Y estaba en la mansión de los Mercer, justo de donde había partido el helicóptero de Rebekah. Junto a él estaba Bob, disfrazado de El Mago Mandrake, un personaje de cómic. Rebekah iba vestida de Viuda Negra. Y Kellyanne Conway, de Superwoman. Era la fiesta de disfraces de Navidad que los Mercer celebran desde 2009, y por cuya asistencia hay poco menos que bofetadas entre los líderes republicanos.
Ese año, el tema era Héroes y Villanos. La única persona que no iba disfrazada era Donald Trump. "Voy de mí mismo", dijo a la prensa. Daba igual de lo que fuera. Donald Trump había ganado las elecciones. Ése era su disfraz. Literalmente, la familia de ese matemático excéntrico convertido en multimillonario cuando aplicó sus conocimientos de estadística en Wall Street, se había convertido en la dueña de la Casa Blanca. Trump, Conway y Bannon: su triunvirato estaba en el 1.600 de la Avenida de Pennsylvania.
La historia de cómo Bob y Rebeakah Mercer se han convertido en los personajes más influyentes de Estados Unidos es tan contradictoria e improbable como la de su candidato Donald Trump.
Es la historia de una familia judía que ha hecho una fortuna especulando con derivados en Wall Street y ha forjado una alianza férrea con Steve Bannon, un hombre que admira a Mussolini, y con Donald Trump, que no cesa de atacar a Wall Street y que dijo que, entre los manifestantes que coreaban "¡Los judíos no nos echarán!", en los disturbios raciales de agosto que "hay algunas muy buenas personas".
Y es también la historia de un científico como Bob Mercer y su hija, una heredera que no ha trabajado en su vida, que se han convertido en lo que los anglosajones llaman kingmakers, o sea, los que ponen y quitan al rey de la mayor potencia del mundo. Con su ideología ultranacionalista, los Mercer se han convertido en las personas con más poder en el Partido Republicano y acaso en Estados Unidos, eclipsando a los Hermanos Koch y a Sheldon Adelson y destruyendo en gran parte su agenda.
Poder con consecuencias
Los Mercer son los dueños de la Casa Blanca. Su adhesión al ideario republicano es total. Rebekah -calificada por quienes la conocen como "una colgada de la política"-, educa en su tríplex situado en una Torre Trump del Upper West Side a sus tres hijos para que no vayan a la escuela y no se vean expuestos a ideas o a gente perniciosa. Bob fue despedido del hedge fund Renaissance Technologies en noviembre, debido a la controversia que habían desencadenado sus actividades políticas. Unas actividades políticas que le habían hecho famoso en RenTech, que es como se conoce en Wall Street al hedge fund. Sobre todo a la hora del almuerzo. Porque los aproximadamente 90 empleados de la empresa temían que Mercer se sentara con ellos en las adustas mesas en las que devoran la comida, propia de un restaurante barato, que les da la empresa. Si Mercer se ponía al lado de uno, cuentan, el siempre discretísimo jefe iba a experimentar una mutación y empezar a describir desde los presuntos crímenes de Bill y Hillary Clinton hasta cómo Barack Obama estaba deslizando Estados Unidos hacia el comunismo.
Lo de Mercer son las matemáticas. Gracias a esa cualidad, él es uno de los creadores de los sistemas de traducción online que hoy existen en Internet. Y, por esa misma razón, Jim Simons, el fundador de RenTech, que es demócrata (y tiene a gala decir que no habla de política con Bob) le fichó en 1993. Su trabajo era encontrar correlaciones entre los diferentes tipos de activos que sirvieran para diseñar estrategias de compra y venta en el mercado. Así es como amasó una fortuna que nadie conoce, pero que parece superar los 1.000 millones de euros, lo que probablemente le ponga por delante del propio Trump, cuya tendencia a exagerar todo es lo opuesto de Mercer.
Incluso hoy Mercer padre tiene un papel secundario en política. Es su hija Rebekah quien decide a dónde va el dinero, y quien participa en foros de estrategia republicanos. Rebekah, de 44 años, traza sus planes desde su casa y también desde el yate de su padre, el Night Owl, una espectacular embarcación cuyo interior está construido íntegramente en caoba importada de la selva amazónica de Perú.
El Night Owl es bien conocido en, por ejemplo, Cannes. Allí estuvo atracado en 2016, durante el Festival de Cine, en el que se estrenó Clinton Cash, una película financiada por los Mercer contra Hillary. Porque ésa es la clave del éxito político de esta familia. Otros grandes donantes -como los Koch o Adelson, o, en el lado demócrata, George Soros o Mark Cuban- dan dinero a los candidatos. Los Mercer, no tanto. Lo que los diferencia a ellos es que han creado un vasto imperio de medios de comunicación y organizaciones que diseminan sus puntos de vista: Breitbart, el sitio web de ultraderecha, xenófobo y antiglobalista al que Trump dio su primera entrevista como candidato, es de ellos. Como también lo es Cambridge Analytica. Glittering Steel, la productora de, entre otras, Clinton Cash. Retake New York (Retomar Nueva York), un grupo pro republicano en ese estado. Y así sucesivamente. Hasta su ruptura con Trump -y, por consiguiente, con Rebekah y Bob- en enero, con motivo de la publicación del libro Fuego y Furia, del periodista Michael Wolff, Stephen Bannon fue su mano derecha en esas operaciones.
Relación intacta
Esa red de organizaciones es el mayor activo de los Mercer. Aunque otros lo ven como una debilidad. Hay una versión cínica de los Mercer que circula por Washington y que dice que en realidad no son tan listos como parece. Esa teoría dice que lo que un político con aspiraciones debe hacer es contratar a Cambridge Analytica o hablar de Breitbart para que éstos le den dinero y le abran las puertas de su red de donantes.
Pero ése no parece ser el caso. La quiebra de su relación con Bannon y el escándalo de Cambridge Analytica no ha disminuido en lo más mínimo la influencia de los Mercer. El jueves, la Casa Blanca anunciaba el nombramiento de John Bolton como consejero de Seguridad Nacional. Bolton es un neoconservador -es decir, un defensor de la invasión de Irak y de atacar a Irán y a Corea del Norte- que recibió 4 millones de dólares de los Mercer y a su vez pagó 1,1 millones a Cambridge Analytica por servicios de consultoría. Bob y Rebekah Mercer siguen reinando. Donald Trump, el empresario inmobiliario, es el inquilino. Ellos son los dueños del edificio del número 1.600 de la Avenida de Pennsylvania, conocido por el resto del mundo como la Casa Blanca.
[Fuente: Por Pablo Pardo, El Mundo, Madrid, 24mar18]
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