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30oct05
El calvario de los pobres tras el huracán Wilma.
Casi una semana después del huracán Wilma, las calamidades e infortunios de los residentes más pobres de la región se hacen todavía más notables: gente que ya estaba mal mucho antes de la terrible mañana del lunes 24 de octubre. En el Condado Miami-Dade, 441,160 personas y 200,535 en Broward viven por debajo del nivel de pobreza. La tasa de pobreza en Miami-Dade es mucho mayor que el promedio nacional; la de Broward es levemente superior.
La tormenta ha hecho que la imagen de desesperación del sur de la Florida sea mucho peor, a medida que la ayuda se demora en llegar a algunas áreas urbanas que el huracán ha vuelto remotas, y los suministros escasean. Las víctimas más pobres de la tormenta no tienen el dinero en efectivo para comprar gasolina a precios altos para poder ir a trabajar, ni para comprar alimentos después que las pocas reservas que tenían se les acabaron. Muchos no tienen los seguros que podrían pagar por las reparaciones y cuando llegue la ayuda básica, ya sea por un cheque de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) o dinero que le den amigos o familiares, la decisión que tienen que tomar es dura: ¿Alquiler, gasolina o comida? ¿Reparar el teléfono o arreglar el techo de la casa?
''La gente que ya es pobre, que vive mal, se enfrenta en este momento a dos desastres: la tormenta y la recuperación'', dice Benigno Aguirre, del Centro de Investigaciones de Desastres, de la Universidad de Delaware. ``Simplemente no tienen cómo afrontar un desastre, y serán los que sufrirán más''.
Luego de una tormenta, los destrozos humanos y físicos son peores para el necesitado. Las casas de las comunidades pobres son más viejas y están en peores condiciones, lo que las hace más vulnerables a los daños. Y la gente que vive allí son a menudo las primeras víctimas del alza de los precios y de especialistas en reparación inescrupulosos.
Algunos residentes de las áreas pobres se quejan de que no tienen cerca ningún centro de distribución, lo cual les impide obtener los productos básicos que necesitan para volver a ponerse en pie.
''He visto los barrios ----Opa-locka, Carver Ranches, Wynwood, Liberty City---- y todo lo que se ve son encerados azules. Los ha golpeado muy fuerte'' dice el representante Kendrick Meek, demócrata por Miami. ``No disponen de los medios para arreglar las casas. Les va a costar muchísimo trabajo recuperarse''.
El día que llegó Wilma, alrededor de las 7 a.m., Jiconda Torres estaba friendo huevos cuando los vientos se llevaron el techo de su casa móvil en la Avenue A en Miami. Ella y su esposo Francisco corrieron y se refugiaron en un armario de la parte trasera de la casa. No tardó mucho para que las paredes se derrumbaran, dejando al descubierto al trailer de un dormitorio.
Ahora, todo lo que queda de una casa que una vez fue un hogar bonito, con cortinas con lazos de colores, es un estante de cocina, un horno, un escaparate, una botella de catsup, una bolsa de papas podridas, un paquete de pan que nunca se llegó a abrir y un baño destrozado. Wilma y una pandilla de saqueadores se llevaron el resto. Jiconda y Francisco no saben qué van a hacer ahora.
''Llamé a FEMA y me dijeron que vamos a tener que esperar dos semanas para que nos puedan atender. Estamos viviendo en el carro. Mi esposo acababa de salir del hospital y no puede trabajar. No tenemos ningún lugar adonde ir'', dice la mujer, abrumada por tantos problemas juntos. ``No sé cómo empezar de nuevo''.
La tormenta ha logrado lo imposible: que unas vidas miserables sean aun más miserables.
''Cuando una persona está viviendo en la pobreza, no puede cometer el menor error'', dice Daniella Levine, de la Coalición de Servicios Humanos de Miami-Dade. ``Una fenómeno de esta magnitud puede devastar por completo las vidas de personas que ya estaban necesitadas''.
El viernes, mientras hacía una larga fila en el parque Amelia Earhart, en Hialeah, en espera de agua y hielo, Marisol Verdese, dijo que la situación es todavía peor para las familias que tienen niños pequeños.
''Todo los que tenía en el refrigerador se echó a perder ----la leche, la insulina, todo---- y de contra, no podemos comprar más nada'', dijo Verdese. ''Es terrible ser pobre''. Betty Bercea ha tenido que pasar los días después del huracán, esperando que llegara el fluido eléctrico y entreteniendo a su hija de 14 meses My'ra, alimentándola con leche de lata a la que le agregaba Quik para disimular el sabor.
A veces, dijo, siente que familias como la suya, las que todos los meses pasan trabajo para sobrevivir, son las últimas en recibir ayuda.
''Es lo mismo de siempre'', dice la mujer. ''El que está bien, va a seguir bien''. La empresa para la que Bercea trabaja, Jet Printing, en Hollywood, ha prometido pagarle a los empleados la semana entera que han perdido de trabajar, pero su esposo, Razvan, que transporta víveres y suministros diversos a los minimercados de las gasolineras en West Palm Beach, no ha podido regresar a su empleo.
El matrimonio Bercea ha esperado noticias de cupones de alimento de emergencia, la única forma que podrían alimentar a sus pequeños hijos.
''Cuando uno pierde $200 en comida, el mundo se le viene abajo. No sé cómo vamos a salir de todo esto'', dice la mujer.
El miércoles, en Fort Lauderdale, en la casa de Joaquin Wright se hacía una barbacoa, en parte como una celebración, pero en parte también por necesidad. El menú no era muy atractivo: macarrones y queso; arroz y carne, huevos hervidos y una empanada.
''Lo que sucede es que estamos felices de estar vivos. Nunca hemos tenido nada, así que nunca echamos de menos la comida o la luz. La mayoría de nosotros hemos tenido cortada la electricidad más de una vez'', dijo Wright hablando de su barrio, cerca de Sistrunk Boulevard.
Unas 25 millas más al sur, en Miami, es la misma historia. Los nervios de Crystal Delo ya estaban tensos antes que llegara Wilma. Acababa de perder su empleo, y ahabía solicitado ayuda del gobierno que no había llegado, no tenía dinero ahorrado, los últimos $10 que le quedaban los había gastado en comprar cosas para prepararse para la tormenta, y no puede caminar las 55 cuadras que la separan del centro de distribución de agua y hielo. De modo que la mujer se sienta en una silla que se ha usado para fiestas del barrio, en la parte trasera de su casa y trata de que las pocas latas de comida que le quedan le sirvan de algo.
No es fácil. Hace un par de días, la cena fue una lata de puré de papa con salsa de pavo y una hamburguesa que había cocinado días antes.
Delo no tiene automóvil, dinero, ni posibilidades inmediatas de conseguir empleo, y su familia está muy lejos para ayudar. ''No tengo nada'', dice. ``Me siento perdida''.
[Fuente: Miami Herald, Miami, Usa, 30oct05]
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