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16abr11
El ocaso de la familia Polanco
Javier Díez Polanco siempre tuvo habitación en la finca de la familia en Huelva. Una cercanía al núcleo duro que avalaba su candidatura a tomar las riendas de Prisa cuando su todopoderoso tío dijera basta. Pero el sobrinísimo salió por la puerta de atrás de la compañía hace dos años. Jaime Polanco, hijo de un hermano del fundador, se pateó Latinoamérica durante más de una década. Sus años de servicio y su impagable agenda en el continente de expansión natural de Prisa se fueron con él hace doce meses. Ambos toparon con el factótum de la compañía, Juan Luis Cebrián (66). Al consejero delegado no le gustó la boda de Jaime. Ambos discrepaban abiertamente de su gestión.
“Ya se libró de altos ejecutivos históricos como Javier Baviano, Eugenio Galdón, Ele Juárez, José Vicuña o Carlos Abad”, hace memoria un ejecutivo de larga trayectoria en la casa, ahora víctima de las salidas. Sin embargo, era la primera remesa de polancos. Los primeros que, pese a su ilustre apellido, tenían que empacar. Jaime visitó a su primo Ignacio (56), el presidente, un día antes de la última tangana con Cebrián. De poco sirvieron los lazos familiares; Nacho se lavó las manos. Él -y con él su hermano Manuel- habían firmado su capitulación el 5 de diciembre de 2008. Ese día la compañía comunicaba a la CNMV que Cebrián asumía la presidencia de la Comisión Ejecutiva. En román paladino, los hermanos le entregan en bandeja todo el poder y comenzaba un proceso de demolición doméstica que vivía esta semana su momento más simbólico: Ignacio, todavía presidente de Prisa, desaparecía de la mancheta de El País para dejar paso al atila Cebrián.
El viejo sueño del académico, llegar al top en el organigrama de su periódico, se hacía realidad sobre el cadáver de Ignacio. Manuel, que por ahora se mantiene en la Comisión Ejecutiva, tampoco rechistó. Una actitud ya demasiado habitual. Ninguno ha levantado la voz mientras pasaban de tener un 70% de Prisa a caminar hacia un 18% con la entrada en la compañía de los hedge funds y las firmas de Liberty. Ignacio, el mayor, es un hombre reservado y de back office, casi no se deja ver en actos públicos. Manuel, que se prodiga algo más, es exquisito en el trato, siempre accesible. “Son bellísimas personas, pero en esto han sido un poco huevones –lamenta coloquialmente quien se dice amigo personal de uno de ellos-. O será que siempre lo han tenido todo muy fácil, la situación de la compañía les ha venido grande y se han puesto en manos de Cebrián”.
Y es que en el entorno de la familia sorprende esa entrega sin condiciones al consejero delegado. “Manuel hablaba a veces con una sumisión que daban ganas de recordarle que Cebrián era su empleado”, se lamenta. Más cuando se ha dado el báculo a un hombre que, como primer ejecutivo de la firma, acarrea en su mochila decisiones empresariales que llevaron a la compañía al borde de la ruina con una deuda que superaba los 5.000 millones. “No le gusta que se le pregunte por la opa de Sogecable”, explican fuentes internas de la casa. La operación, que terminó de asfixiar al grupo, no planteaba sino tomar el 100% de una compañía de la que ya se tenía el control. Los números cantan. Telefónica hizo una caja de 650 millones al ir a la opa con su 16,79%. Alierta compraba un 22% de Digital+ dos años después por 180 millones menos.
Opas, ternera y tormentas perfectas
“La opa sólo se explica desde el conocimiento del personaje -explicaba a este periódico durante una comida quien fuera próximo al consejero delegado-. Tú y yo pediremos hoy un entrante y media ración de ternera porque no tenemos demasiada hambre. En la misma situación, él pediría tres entrantes y dos raciones de ternera por cabeza. Es un hombre excesivo, que te puede deslumbrar en los primeros diez minutos. Luego…”. Cebrián se defiende del affaire Sogecable. “La enfermedad y muerte de nuestro presidente y primer accionista, Jesús Polanco, retrasaron algunos meses aquella operación, bien diseñada por nuestros bancos y en gran medida solicitada por los inversores. Apenas dos meses después de ponerla en marcha, en enero de 2008, se cayeron los mercados internacionales”, dixit a sus accionistas.
Y es que como asegura Octave, alter ego de Jean Renoir en La Règle du Jue (1939), “lo malo de este mundo es que cada cual tiene sus razones”. Y el también consejero de Le Monde no es una excepción. Argumenta ante quien quiere escucharle que no puede ser visto como un outsider cuando ha hecho todo el camino de la mano de Jesús Polanco; que no hay nadie más de la casa que él. Sobre los problemas con los bancos, Prisa ha sido víctima de la “tormenta financiera perfecta”. Y tampoco ve como un desatino la dilución accionarial de la familia. “Si se quier ser global hay que tener tamaño y eso es imposible con una familia o un grupo de amigos”, dice. Sostiene que siempre es mejor un porcentaje pequeño de una compañía que cotiza en EEUU y aspira a entroncar con Univisión que el 70% de un paquidermo reducido al negocio tradicional.
Convicción esta última que no deja mucho recorrido a Ignacio y Manuel en el futuro de Prisa. El flamante presidente de El País, siempre voluble, ya corteja otros escenarios que le son golosos. Admite ahora que no sabe ejercer de consejero delegado y que hay que profesionalizar la gestión en Prisa. Una reflexión asumida con hechos tras la llegada a la casa como su segundo de Fernando Abril Martorell, ex Credit Suisse y banquero de nivel. El que fuera primer ejecutivo de Telefónica ya ha debido pedir ayuda a algún operario que no esté en huelga para que retiren los vídeos y las teles de tubo del despacho de Díez Polanco. A partir de ahora será el lugar donde pase más horas. A él le corresponderá en seis meses, en cuanto se familiarice con la casa, llevar a buen puerto el día a día de la empresa. Esto es, las tareas de un consejero delegado.
¿Y Cebrián? Él sugiere a sus allegados que ya ejerce de presidente y consejero delegado. No hay más que acercarse a una Junta de Accionistas para detectar el cartón piedra del que está hecho el trono de Ignacio Polanco. Nacho se perfila como uno de los presidentes de honor más jóvenes de la historia. Claro que ya no manda en su casa. Para ello necesita las bendiciones de quien fuera su empleado. Y los dos, el plácet de Liberty.
[Fuente: Por David Toledo, El Confidencial, Madrid, 16abr11]
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