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21oct12
La economía helena ha perdido 60.000 empresas y un 17% de volumen desde octubre de 2009
El teléfono sonó hace tres años, el 18 de octubre de 2009, en la oficina en Bruselas del Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios. Poco podía imaginarse Joaquín Almunia cuando lo descolgó que la noticia que estaba a punto de recibir de boca del nuevo primer ministro griego, el socialista Yorgos Papandreu, sacudiría los cimientos mismos de la Unión Europea.
Grecia no podría aplicar la corrección del déficit a la que se había comprometido, del 3,4% al 3%, por una razón tan simple como poderosa. El país, anunció Papandreu, no tenía un déficit del 3,4%. Ni siquiera era del doble. La cifra real con la que se encontraron los socialistas al acceder al poder casi cuadruplicaba la oficial y llegaría a un inaudito 12,7% a final de año. El anterior Ejecutivo había trampeado las verdaderas cifras, ocultándoselas a Bruselas durante dos legislaturas. La realidad es que la contabilidad del país estaba en llamas.
Tres años, dos rescates financieros y tres primeros ministros después el fuego no ha remitido en la esquina del continente. Aunque algunas cifras macroeconómicas han mejorado -el país registró en 2011 un déficit del 9,1% y se propone cerrar 2012 con uno del 6,7%-, la mayor parte no han hecho más que empeorar. Hoy los salarios helenos son un 25% más bajos que hace tres años -aunque los precios hayan subido casi un 10%-, 60.000 negocios han echado el cierre y la tasa de desempleo supera ya el 25%. La economía griega ha menguado un 17,5% en tres años y la prima de riesgo, el indicador de la confianza de los mercados, no podría ser más clara; ya supera los 1.500 puntos básicos.
Cuestión de confianza
"Grecia sufre una crisis de credibilidad". Cristina Manzano, subdirectora de la Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE), resume así la situación económica del país. "Está sumida en un círculo vicioso: por un lado, el Gobierno aplica las medidas recetadas por la troika y Bruselas, con reformas estructurales cuya implementación tiene un gran coste social y económico; pero por el otro, la opinión pública europea, empezando por sus líderes, es tremendamente crítica con el país y traslada el mensaje de que no podrá recuperarse". En esas condiciones, resume, "es imposible financiarse".
El Estado griego tampoco consigue todo el dinero que debería dentro de sus fronteras, pese a sus denodados -y creativos- esfuerzos fiscales. De poco le sirvió su exótico impuesto a las piscinas; cuando entró en vigor en 2011, sólo se declararon 324 en la ciudad de Atenas, aunque se estima que hay más 17.000. El Estado tampoco ha hecho negocio en Zakynthos, más conocida como la isla de los ciegos, donde las autoridades descubrieron la friolera de 700 falsos invidentes cobrando la pensión del Estado en una población de apenas 40.000 personas. El fraude, en resumen, está en Grecia a la orden del día.
"La corrupción controla la política"
La picaresca, no obstante, es la cara anecdótica de una situación de fondo dramático. A finales de 2011 un niño de 13 años se desmayó durante una clase en un colegio de Heraklion, la capital de Creta. Ni él ni sus tres hermanos, a los que cría una madre soltera que trabaja a tiempo parcial, habían comido en dos días. La noticia se alternó en los periódicos de esa semana con el escándalo protagonizado por Akis Tsochatzopoulos, un histórico del Partido Socialista Panhelénico a quien hoy se acusa de robar del erario público casi 20 millones de euros mientras estaba al frente del Ministerio de Defensa.
La corrupción no es nueva en Grecia -en su último informe, Transparency International lo considera un mal "crónico" del país-, pero las dramáticas imágenes de pobreza, desnutrición infantil y los suicidios mediáticos de los últimos tres años están acabando con la paciencia de los ciudadanos, muchos de los cuales extienden su desafección hoy hacia el conjunto de la clase dirigente.
"Los políticos son el gran problema de Grecia", sintetiza Andria Papadaki, una joven afincada en Madrid para quien la ausencia de una regeneración política es la prueba definitiva de la "falta de honestidad" de los gobernantes griegos. Andria no se explica cómo "después de lo que han hecho con el país se sigan viendo los mismos partidos y las mismas caras que hace veinte años".
Después de tres años de crisis, esta joven licenciada en Derecho también culpa al inmovilismo de los grandes partidos de la "desesperación" en la que están sumidos muchos ciudadanos del país, que motiva, según ella, la deriva de algunos al radicalismo y su confianza en formaciones extremistas como Amanecer Dorado. La explicación que da no carece de lógica: "Si los demócratas te mienten, acudes a los extremistas. Ellos al menos no engañan a nadie".
Radicalismo al poder
La presencia institucional de los neonazis griegos ha crecido espectacularmente en los últimos 36 meses. En 2010, el 5,2% de los electores atenienses se decantó por alguno de sus candidatos en las municipales, y en las pasadas elecciones generales de mayo, Amenecer Dorado consiguió el 7% de los votos y obtuvo 21 escaños en el Parlamento nacional.
La gran promesa electoral que hizo su portavoz, Ilyas Panayotaros, fue deportar a todos los inmigrantes "criminales y parásitos", causa según él de "todos los problemas" de Grecia. "Cuando gobernemos -anunció-, los deportaremos y blindaremos las fronteras con minas y vallas electrificadas".
Los griegos, dice Andria, necesitan ver la luz al final del túnel. "Cuando vuelva la prosperidad volverá la cordura", explica. Mientras tanto, ella prefiere quedarse en España -"donde los políticos son mucho más responsables"- y confiar en que su país "no cometa los mismos errores".
Lecciones que aprender
La del tropiezo constante con la misma piedra es precisamente una de las impresiones más arraigadas entre los ciudadanos griegos, en particular en sus relaciones con la eurozona.
En 2004, la oficina Eurostat detectó otro pequeño ejercicio de contabilidad imaginativa en los números helenos, que no incluyeron numerosas partidas de gasto ni contabilizaron ingresos de fondos estructurales en los años anteriores a 2001. Incluso el apelativo que le dedicó al asunto el presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet -que habló entonces de "un enorme problema"- resultó eufemístico respecto a la valoración que hicieron la mayoría de analistas cuando conocieron las cifras reales: de haberlas presentado, es probable que Grecia no hubiera entrado en la moneda única.
La experiencia helena y sus funestas consecuencias demuestran así que la necesidad de transparencia institucional va mucho más allá de la retórica. "Apostar y reforzar los mecanismos de control" es fundamental en los países más castigados por la recesión, que son "precisamente los menos transparentes". Así lo resume Victoria Anderica, portavoz de la plataforma para la transparencia Access Info Europe, que cree "menos probable" que los gobernantes griegos hubieran podido trampear los libros de cuentas si el país contase con mecanismos legales para garantizar su visibilidad. "La transparencia tiene un efecto disuasorio sobre las mentiras", sentencia. "Cuanto más información se publica es más difícil mentir".
Mientras tanto, a los griegos les resta esperar a los resultados de las reformas. Un plazo que podría dilatarse hasta cuatro o cinco años, según Cristina Manzano, "sólo para salir de la espiral y que la mejoría de las cifras macroeconómicas empiece a notarse en la calle". Esta experta cree que Grecia no recuperará "el ritmo económico" en al menos una década, "y tardará algo más en verse en la situación económica en la que estaba antes de 2009". Y eso, advierte, en el mejor de los escenarios. "Si el país llegase a abandonar el euro, la recuperación plena no llegaría antes de veinte años".
[Fuente: Por Rubén Díaz Caviedes, El Confidencial, Madrid, 21oct12]
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