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14ene11
El ocaso de Fiat pone en jaque a la industria automovilística italiana
Fiat no es sólo una marca de coches, es el símbolo de la industria e incluso de la idiosincrasia empresarial italiana. Esta esencia, que no se ha diluido con la internacionalización de la firma ni con la reciente compra del fabricante estadounidense Chrysler, está presente hasta en su propio nombre, nacido a finales del siglo XIX gracias al acrónimo de Fábrica Italiana de Automóviles de Turín. La sigla hace referencia a las factorías turinesas del Lingotto, cerrada desde hace tres décadas, y a la de Mirafiori, la más histórica de la marca y donde trabajan hoy 5.500 empleados. En sus manos está que Fiat no pierda la "t" final de su nombre. Hoy deben votar si aceptan la reforma laboral que ofrece el consejero delegado de la empresa, Sergio Marchionne, a cambio de invertir más de 1.000 millones de euros en la fábrica. Si el plan no es aprobado por al menos la mitad de los trabajadores, Marchionne amenaza con llevarse la millonaria inversión a otro país y dejar a Turín huérfana de producción automovilística.
Las condiciones que exige Fiat a cambio de garantizar el futuro de Mirafiori suponen una merma de los derechos de los obreros. Habrá menos tiempo para las pausas, más mano dura contra el absentismo y turnos de hasta diez horas de trabajo en las cadenas de montaje, donde se repite mecánicamente la misma operación en menos de un minuto. También lo tendrán más difícil los sindicatos, a quienes con el nuevo plan les costará más representar y movilizar a los empleados en caso de una posible huelga. Según la empresa, los cambios permitirán aumentar la productividad de la planta y acercarla a los niveles de otras factorías de Fiat situadas fuera de Italia.
Pese a los recortes, han aceptado el plan propuesto por la empresa todas las centrales sindicales menos una, la Fiom, la rama metal mecánica de la Cgil, la principal organización de asalariados italianos. Ahora será cada operario quien, con su voto, decida si opta por apretar los dientes para poder seguir trabajando o intenta mantener sus derechos aun a riesgo de quedarse en el paro.
La fractura entre los sindicatos está provocando situaciones tristes e insólitas en Mirafiori. Los obreros de las distintas centrales se ven como enemigos, insultándose y escupiéndose a la cara cuando se cruzan en la puerta de la fábrica. El símbolo de la desolación que la votación está provocando entre los trabajadores lo constituye Antonio Agostino, un operario jubilado de 73 años con tres décadas a sus espaldas en las cadenas de montaje de Fiat. Estos días se presenta por las mañanas en una de las entradas de Mirafiori y trata de mediar entre los trabajadores, instándoles a que recuperen el sentimiento de clase y la camaradería obrera y aparquen sus diferencias. Hasta ahora no ha tenido éxito. Su foto con gesto desesperado y lágrimas en los ojos que se enjuga en un pañuelo azul ha aparecido en los principales diarios del país.
El conflicto de Mirafiori muestra las dificultades que está teniendo Fiat para conjugar su alma italiana con su ambición por convertirse en uno de los principales gigantes mundiales del automóvil, un sentimiento espoleado desde que cerró el matrimonio con Chrysler en 2009. A la marca impulsada por Giovanni Agnelli le pesan las factorías que mantiene en el país transalpino. Si no fuese por el conflicto laboral y social que provocaría cerrarlas, las deslocalizaría y ubicaría la producción en países con mayor productividad donde ya opera, como Brasil o Serbia.
Berlusconi respalda a la compañía
En el pulso que Fiat mantiene en Mirafiori con una parte de los trabajadores cuenta con el respaldo del Gobierno. Aunque el Estado italiano ha ayudado a la marca en momentos duros con ingentes inyecciones económicas, ahora el primer ministro, Silvio Berlusconi, no tiene empacho en respaldar su posible abandono del país en caso de que los operarios no acepten las nuevas condiciones laborales. A Il Cavaliere parece pesarle más su condición de empresario que sus responsabilidades como jefe de Gobierno.
Muy atentos a lo que ocurra en la votación de esta tarde está el resto de trabajadores de Fiat y los obreros del sector secundario italiano. La histórica marca constituye el principal grupo empresarial del país, por lo que la situación de sus trabajadores es siempre una referencia. Lo que se decida en Mirafiori tendrá consecuencias para los 7,5 millones de empleados de las industrias transalpinas.
[Fuente: Por Dario Menor, Roma, Cotizalia, Madrid, 14ene11]
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