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09sep14
Cuba: mover la economía, mover el pensamiento
Desde el año 2008, cuando el general Raúl Castro se convirtió en el sustituto oficial de su hermano Fidel, el Gobierno cubano comenzó un proceso, todavía en marcha, que ha sido bautizado como "actualización del modelo económico cubano".
La esencia de este proceso es clara y su necesidad resultaba evidente para muchos cubanos: se imponía buscar alternativas que desestancaran la economía de la isla, se propusieran aumentar la magra productividad de la empresa socialista estatal, intentaran equilibrar la balanza de importaciones y exportaciones, encontraran soluciones para la necesaria modernización de la infraestructura y, en última instancia, se empeñaran en buscar otras alternativas de producción en las que podían jugar un papel menor, pero de alguna forma considerable, la pequeña empresa privada y la creación de cooperativas de trabajadores, de muy magra existencia hasta entonces en Cuba, y un papel mayor la inversión extranjera como forma de obtener capital fresco del exterior, en medio de un sostenido contexto de embargo comercial norteamericano a la isla.
El proyecto económico del nuevo presidente se enfrentó entonces con otros muchos retos que pesaban como fardos para la economía, entre ellos el sobreempleo (cantidad excesiva y sobrante de trabajadores contratados por el Estado), la existencia de dos monedas que deformaban desde los cálculos hasta las esencias económicas de todo el país (incluida la economía doméstica), o la existencia de llamadas "gratuidades indebidas" y subsidios que sostenían el equilibrio social pero desfondaban la contabilidad. Además, debía crear mecanismos confiables de control para aclarar las "cuentas" de un país, donde -como se ha demostrado- se ejercitaba la alteración de datos económicos y se practicaba la corrupción administrativa incluso en niveles elevados de decisión.
El proceso de cambios o reformas emprendidos implicaba, por supuesto, no solo riesgos económicos, sino seguras consecuencias en las estructuras sociales igualitarias alentadas por cinco décadas de sistema socialista ortodoxo y posibles consecuencias políticas a mediano o largo plazo. Con nuevas formas económicas de producción y servicios muy pronto se hizo patente que la sociedad homogénea se desbalanceaba, pues mientras unos ciudadanos (los que trabajaban para el Estado) debían sobrevivir con salarios de alrededor de 20 dólares mensuales, otros podían ganar mucho más dinero. Para tratar de regular esa desproporción se dictó entonces una nueva ley tributaria destinada a impedir grandes acumulaciones de riquezas en manos de los emprendedores, lo cual es justo socialmente pero complicado en el plano económico del crecimiento empresarial tan necesario para el país.
Seis años después de iniciado el proceso de reformas económicas y de adoptadas muchas medidas empeñadas en agilizar la estructura productiva cubanas, los resultados obtenidos no llegan a ser satisfactorios. En el primer semestre de 2014 el crecimiento económico alcanzó apenas un 1,6%, una cifra que los especialistas consideran insuficiente para desestancar la economía y emprender planes más ambiciosos, encaminados a generar prosperidad. O, como se hubiera dicho en la década de 1960, para dar el salto y salir del subdesarrollo.
A pesar de ese tímido crecimiento, todo parece indicar que las reformas económicas continuarán el curso previsto, con la misma cautela mantenida hasta ahora. El último gran movimiento fue la promulgación de una ley de inversión extranjera, al calor de la cual han mostrado algún interés por trabajar en Cuba empresas y hombres de negocios de Brasil, China, Rusia y países de Europa como España, ya bastante presente en el ámbito económico de la isla del Caribe. Se especula que el próximo paso trascendente será la unificación monetaria mediante la eliminación de la moneda convertible cubana y el reinado en solitario del peso cubano. Pero este objetivo entraña tantas dificultades económicas, sociales y hasta políticas que su implementación se ha dilatado en el tiempo pues, cuando entre en vigor, producirá efectos conmovedores en la macro y en la microeconomías, con tantas consecuencias que sería imposible intentar realizar aquí un inventario, pero entre las que se cuentan el precio que tendrán en los mercados locales los productos de primera necesidad (gravados con altísimos impuestos) que muchas veces los cubanos deben adquirir en moneda fuerte, aunque sus salarios sean devengados en pesos cubanos.
En algunos de sus (pocos) discursos el presidente Raúl Castro advirtió que los cambios económicos introducidos y los por llegar no tendrían el carácter de terapia de choque -medidas extremas que podrían ser catastróficas para el equilibrio social a pesar de todo existente en el país-, pero que necesitaban ser acompañados por un cambio de mentalidad en todas las estructuras de la nación: desde los dirigentes estatales, partidistas, gubernamentales, hasta los ciudadanos de a pie. Si el país cambiaba, había que modificar la forma de entenderlo, percibirlo, aceptarlo, pero sobre todo por quienes deciden (los de arriba), más que por quienes perciben (los de abajo).
Pero, como era de esperar, si bien es relativamente sencillo decidir que un peluquero deje de ser un empleado estatal y se convierta en un empresario privado, o incluso, que se modifiquen leyes tan pesadas y onerosas como las que regulaban la migración y posibilidad de movimiento de los cubanos, no es lo mismo cambiar las mentalidades. Ni siquiera por orden o deseo presidencial.
Existe en Cuba una estructura que se solidificó en varias décadas de práctica que será difícil de modificar: la del Estado paternalista encargado de decidirlo todo. Esa estructura generó, como en todos los países socialistas, la existencia de una abultada burocracia cuya existencia depende, en buena medida, del reinado absoluto del Estado en las cuestiones públicas, tanto las económicas como las sociales. Movilizar hacia delante a toda esa burocracia es una labor necesaria pero complicada, pues como todo movimiento, el de los cambios en Cuba no solo provoca aceleraciones, sino inercias y… hasta retrocesos.
Sean más o menos profundos, más o menos eficientes, lo cierto es que los cambios existen. Al menos en el plano material, tangible. Pero las formas de entender y expresar el nuevo contexto no parecen ir al mismo ritmo. Muchos años de un sistema vertical de dirección, de sustitución del pragmatismo y el realismo por la solución política y la retórica, han permeado hasta la médula la forma de pensar de mucha gente en el país, desde la más humilde base hasta la superestructura dirigente. Solo que si los ciudadanos de a pie no deciden, los burócratas sí lo hacen, opinan, y pueden frenar muchas cosas. Su acción no solo se puede ver en la viabilización de soluciones o experimentos económicos, sino también en la percepción que tienen de la sociedad, en la cual muchos de ellos prefieren mantener a todo trance las viejas estructuras y formas de pensar asociadas a la unanimidad, la aceptación, la gratitud ciega hacia el Estado propia del modelo paternalista, y hasta la precariedad económica generalizada en lugar de la prosperidad debida al esfuerzo.
Resulta complejo mover el cuerpo de un país sin que se movilice su espíritu. Y aunque mucha gente en Cuba expresa un pensamiento progresivo, también hay muchos otros que manifiestan una actitud retardataria, con miedo a lo nuevo, acallando el debate, tratando de sostener un pensamiento único sobre una economía y, en especial, sobre una sociedad que comienzan a ser diversas, heterogéneas, portadoras de nuevas dosis de independencia y de necesidades.
[Fuente: Por Leonardo Padura, Ria Novosti, Moscú, 09sep14]
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