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02dic16


¡Vergogna in Italia! La colosal explosión que provocó un terremoto y asesinó al mayor juez antimafia


En medio de la cruzada contra la Mafia italiana una frase se repetía en las calles de Palermo, epicentro de la Cosa Nostra: «Lo que necesitamos es un millar de Falcones». Aquella frase no terminaba de gustar al aludido, el juez antimafia Giovanni Falcone, porque daba la impresión que su guerra contra los ganster fuera una batalla personal, y no, como hubiera sido en cualquier otro país desarrollado, una necesidad. Su respuesta en una entrevista iba a ser premonitoria: «Solo me gustaría decirle a esta ciudad que los hombres vienen y pasan. Pero que más tarde sus ideas y las cosas por las que se esforzaron en términos éticos, esas permanecen y seguirán caminando con las piernas de otros».

Para entender la situación en la que estaba la lucha contra la Camorra, la Cosa Nostra y la Ndrangheta en Italia en los años 80 basta con decir que ni siquiera se había logrado demostrar en un juicio la existencia de estos grupos criminales. Tanto Giovanni Falcone como su amigo de la infancia Paolo Borsellino, también implicado en la lucha contra la Mafia, emergieron como respuesta a este fracaso y a los diez años de matanzas indiscriminadas a cargo del capo siciliano Toto Riina, quien implantó una dictadura militar en su organización. Ambos se alzaron como los símbolos de la lucha contra la Mafia y los representantes de una generación de mártires italianos. Y es que la noche es más oscura justo cuando empieza a amanecer.

Representante de una nueva cruzada

Bajo su rostro ancho y su habitual sonrisa, Falcone era un hombre reservado, de carácter férreo y adicto al trabajo extremo. Sus avances en la investigación del tráfico de heroína en Sicilia en la década de los ochenta empezó a poner nervioso a los socios de la Mafia: «Acabará arruinando la economía de la isla».

Entre ellos se encontraban algunos de los superiores del juez que obstaculizaron sistemáticamente sus investigaciones, sobrecargándole con casos corrientes. El juez, no en vano, encontró un arma crucial en la ley número 15 del 6 de febrero de 1980. Aunque pensada para combatir el terrorismo de extrema izquierda en la península, Falcone y otros magistrados se valieron de la reducción de sentencias, contemplada en esta ley, para obtener los testimonios de miembros que declararan contra su organización. Los pentiti (arrepentidos) abrieron desde dentro las puertas de estos grupos criminales.

Los años de plomo orquestados por Toto Riina dieron lugar a los primeros arrepentidos. Tras sufrir la persecución de los lugartenientes de Riina, Tommaso Bucetta, en otro tiempo «el jefe de dos mundos» y un importante narcotraficante en América, se refugió en una hacienda de Brasil. Se trataba de una de las víctimas más representativas del sangriento ascenso de Rinna. Como explica John Dickie en «Historia de la Mafia» (Debate), cuando la policía brasileña en 1984 lo atrapó, lo torturó (le arrancaron las uñas del pie y le dieron descargas) y lo extraditó a Italia, Bucetta pidió hablar a solas con Falcone. «Pretendo revelar todo lo que sé del cáncer que es la Mafia, para que las nuevas generaciones puedan vivir de una manera más digna y humana», le dijo.

Organizados en un «pool» antimafia, varios jueces de Palermo (Falcone, Borsellino, Giuseppe Di Lello y Leonardo Guarnotta) empezaron a compartir información y a preparar un caso general contra la cúpula de la Cosa Nostra basándose en el testimonio de Bucetta. Con cuatro décadas de experiencia como mafioso a sus espaldas, el narcotraficante reveló la estructura interna de la organización, sus ritos, su mentalidad, sus reglas y, por supuesto, su existencia.

Falcone conocía gran parte de esta información, como muchos antes que él, pero nunca lo había podido demostrar hasta entonces: la Cosa Nostra no era un conjunto de bandas sino una organización unificada y jerárquica. Y no es que fuera el primero en hablar en la historia de la organización, sino que fue el primero en ser escuchado de verdad y al que se le dio ciertas garantías por hablar. El hecho de que la actividad de Bucetta estuviera presente tanto en Italia como en EE.UU, le permitió acogerse al puntero programa de testigos de este país. Siguiendo el ejemplo del arrepentido, otros se animaron a testificar, lo que devino en órdenes de arresto contra 366 mafiosi. Aquel día de San Miguel de 1984, la Policía se quedó sin grilletes, literalmente.

El caso preparado por Falcone, de izquierdas, y Borsellino, de derechas, (jueces instructores) se extendió hasta las 8.607 páginas y duró varios años. Ambos fueron trasladados con sus familias a una prisión en la isla de Asinara, planteada a modo de fortaleza para proteger al pool antimafia. La prisión, además, serviría de juzgado para celebrar la acusación contra 475 individuos, miembros y líderes de la Cosa Nostra, a su vez, custodiados por 3.000 policías. El resultado final fueron condenas de cadena perpetua para 19 individuos, incluidos tres líderes, y condenas menores para muchos otros mafiosos que alcanzaban los 2.000 años.

Una victoria demasiado cara: todos contra Falcone

Si bien faltaba la interminable apelación y había 114 mafiosos que se fueron de rositas; para la justicia italiana aquello resultaba una victoria histórica. Entre otras cosas porque se había podido demostrar por primera vez judicialmente la existencia de la Mafia. Durante el testimonio del mafioso Giovanni Bontate se le escapó una frase clave en su tediosa intervención: «Nosotros, la Cosa Nostra...». Aquella metedura de pata devino en una condena de muerte: tras el juicio fue asesinado a tiros en su casa junto a su mujer.

«Se lo advierto, Falcone. Usted se convertirá en una celebridad, pero intentarán destruirlo física y profesionalmente», le aseguraría Buscetta al iniciarse el proceso judicial. Instintivamente la Mafia movía sus numerosos vínculos en estos casos para dejar aislados profesionalmente a sus enemigos. Así le había pasado al general Carlo Alberto Dalla Chiesa antes de ser brutalmente asesinado; y así le ocurrió a Falcone tras el éxito del macrojuicio.

El juez italiano, hoy héroe nacional, fue acusado por algunos periódicos de exagerar la influencia de la Cosa Nostra, cultivar su imagen y tener afán de protagonismo para ascender en la carrera judicial. (Lo cual es una acusación grave e injusta, dado que esa clase protagonismo eran de los que costaban vidas). En consecuencia, el Consejo Superior de la Magistratura empezó a obstaculizar su trabajo y el de otros jueces antimafia. Este organismo denegó la solicitud de Falcone de reemplazar a Caponnetto, superior inmediato del pool, y eligió a un hombre hostil a la cruzada contra la Mafia. Se empezó a sobrecargar a Falcone y sus colegas con casos corrientes, a lo que el popular juez reaccionó pidiendo su traslado.

Aunque siguió finalmente en su cargo, la campaña de desprestigio se intensificó. En junio de 1989, la prensa publicó una serie de cartas, filtradas probablemente desde el Palacio de Justicia, que le acusaban de utilizar a arrepentidos para matar a algunos líderes mafiosos. Asimismo, se sucedieron las traiciones incluso entre amigos suyo. El alcalde Leoluca Orlando utilizó una tertulia política para acusar al juez de mantener alejado de los casos importantes a varios políticos. «Trabajar aquí es imposible. Un paso adelante, tres pasos atrás: así es como avanza la lucha contra la Mafia», sostendría en su momento de mayor abatimiento.

El manual del buen mafioso decía que el siguiente paso tras el aislamiento era liquidar directamente a sus enemigos magistrados y policías, «cadáveres ambulantes», definiría el propio juez. Mientras la prensa enfangaba el nombre de Falcone, apareció una bolsa de deportes con 58 cartuchos de dinamita en su interior bajo la casa de veraneo del juez. Las intenciones y autoría de este plan fallido nunca quedaron claras, siendo posible lo que apuntó sibilinamente el magistrado: componentes de los servicios secretos trabajaban en ocasiones mano a mano con los mafiosos. Sus avances suponían un problema para muchas personas.

En medio de la guerra mediática, Falcone logró un puesto en el Ministerio de Justicia, desde donde prometió sentar las bases para una nueva ofensiva contra la Mafia. Los escasos meses del juez en Roma permitieron al Estado italiano armarse de las herramientas legales hoy vigente para luchar contra esta lacra.

La suya, no en vano, fue una obra inacabada. El 23 de mayo de 1992, una colosal explosión atrapó de lleno al convoy donde el juez Giovanni Falcone, de 53 años, y su esposa volvían a Palermo. El observatorio geológico de Monte Cammarata registró un fuerte movimiento sísmico en una franja de la autopista entre el aeropuerto de Palermo y la ciudad. Tras un fin de semana de descanso en Palermo, el matrimonio, que no tenía hijos para «no dar al mundo un huérfano», regresaba a la capital cuando el suelo se abrió. El Fiat Croma blanco donde iba el juez quedó al borde de un cráter de cuatro metros de profundidad causado por una bomba de 500 kilos de trinitrotolueno (TNT).

Giovanni Falcone y Paolo Borsellino

Uno de los guardaespaldas llamó a Falcone, situado en el interior del coche, a la desesperada. «Él se movió hacia mí, pero tenía una mirada vacía, resignada», describiría. Giovanni Falcone y su mujer murieron en la mesa de operaciones ese mismo día. Tres guardaespaldas fallecieron también en el atentado.

Aunque Falcone era consciente de que ese era su probable destino, la confirmación de que tenía razón resultó una vergüenza nacional para Italia. «¿Por qué no huyó de ese destino?», se preguntaron muchos. Los familiares apuntaron como respuesta el patriotismo, la educación y la determinación de Falcone, un siciliano harto de los problemas estructurales de su tierra.

«Él será primero, después me matarán a mí», afirmó repetidas veces el magistrado Paolo Borsellino, otro de los impulsores del macrojuicio. Por desgracia, no se equivocaba. Dos meses después de la muerte de su amigo y compañero, el 19 de julio, un Fiat 126 cargado de explosivos estalló frente a la casa de la madre del magistrado cuando éste acababa de llamar a la puerta. Él y cinco de sus escoltas murieron. En ambos casos se terminó hallando la firma de la Cosa Nostra en el escenario del crimen.

[Fuente: ABC, Madrid, 02dic16]

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Corruption and Organized Crime
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