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19jun11
Un bochornoso episodio
Desde que el ex presidente Álvaro Uribe pidió hacer pública su versión libre sobre el escándalo de las 'chuzadas' y los seguimientos ilegales del DAS se supo que el proceso se politizaría.
Era la consecuencia forzosa de tener a una de las más altas figuras política del país al micrófono. Se esperaba, no obstante, que la ganancia en trasparencia compensara los riesgos del espectáculo; al final del día, han sido muchas las investigaciones frustradas tras las puertas de la históricamente inoperante Comisión de Acusación. Tanta publicidad, sin embargo, en lugar de transparencia, rebasó a los actores y llevó, en el más irresponsable juego político, a revivir la nefasta polarización del pasado reciente en un renovado discurso de víctimas y victimarios. Sinsentido que ni siquiera logró ocultarse tras la andanada de insultos y protagonismos del pasado jueves.
¿Qué pretendía el expresidente Uribe con su parada en la Corte Suprema de Justicia para pedir hacerse parte civil en el proceso contra la exsenadora Piedad Córdoba? Ser parte civil en un proceso significa, todas las veces, ser parte afectada. Incluso suponiendo que los vínculos de Piedad Córdoba con las Farc fueran ciertos, ¿cómo podría ser el expresidente un afectado directo? Absurdo. Como absurda fue también la presencia de las víctimas de las ‘chuzadas’ en la sala de la Comisión de Acusación. En una versión libre sólo el investigador puede hacer preguntas. Es tan útil estar presente como leerse años después las actas. De hecho, la versión libre es tan personal, que el interrogado, en virtud de la “rendición de cuentas sin apremio”, puede solicitar que los presentes se retiren. Nada tenían que hacer los “opositores” en ese escenario. Tampoco la comitiva de adalides de la administración Uribe que llegaron, alineados, en su apoyo.
Como si tal escenificación no fuera ya de por sí vergonzosa, los abogados de las víctimas, disfrutando de la transmisión en directo, presentaron una recusación, esto es, una solicitud de verificación de la imparcialidad de los investigadores. Lo que está bien. Incluso si las sospechas ni siquiera estuvieren bien justificadas. Pero, ¿pedirla el mismo día? ¿Por qué no ocho o 15 días antes? Fue tan lamentable el espectáculo que, paradójicamente, los impreparados investigadores, sobre quienes mayor desconfianza había, terminaron saldando el imprevisto con altura: ante la encrucijada en que los pusieron las víctimas con la recusación, decidieron lo único sensato: suspender el proceso para darle trámite a la misma. Podían haberla rechazado, cierto, y más cuando el delegado de la Procuraduría había dicho que la presentación de la recusación había sido irregular, pero tal decisión no hubiera logrado sino avivar más los ánimos por un alegado sesgo.
Con todo y la acertada decisión, el espectáculo continuó. Las agresiones verbales atravesaron la sala y, a la salida, el expresidente Uribe fue escoltado por sus seguidores a lo largo de la carrera Séptima, en una manifestación política a todas luces programada. Y el espectáculo continuará seguramente, lo cual resulta lamentable y acaso peligroso. El petardo aquella misma noche contra el busto de Laureano Gómez en Bogotá no amerita conjeturas, pero sí es ilustrativo de lo que nos puede deparar el escenario político si quienes se ubican en sus extremos, en lugar de contrapesos, se convierten en lastres de la democracia. Si bien la justicia, para avanzar, debe volver a lo que pasó, tal regreso no puede arrastrar al país de nuevo a la polarización. El Estado entero debería resistirse. Y eso mientras se repiensa qué hacer con la Comisión de Acusación.
[Fuente: El Espectador, Editorial, Bogotá, 19jun11]
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