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12oct07


Las pataletas presidenciales


El presidente Uribe no solo aparece contradiciendo a la Corte Suprema de Justicia, sino que como cualquier guasón de café se agarra al aire con un periodista, acusa a otro de calumniador, y entonces a éste le llueven las amenazas y se tiene que ir del país. Y ahí es cuando el mandatario comienza a parecerse más a una chalán –asunto que él practica a la perfección- que a un estadista.

Hace poco afirmó en la ONU que en Colombia no hay paramilitares. Tal vez quiso decir que los que hay son "sediciosos", que es la figura que él quiere se le apliquen a aquéllos para que puedan fungir como "delincuentes políticos". La Corte Suprema de Justicia en un fallo confirmó que el concierto para delinquir no es sedición.

Cuando el profesor Gustavo Moncayo, a quien las Farc le tienen secuestrado a un hijo, llegó a la Plaza de Bolívar, el presidente intentó humillarlo en público, pero la jugarreta le salió cara a Uribe. Moncayo, que ahora reciben en Europa mandatarios y pontífices, advirtió en aquella ocasión "que hemos sido víctimas de la politiquería del gobierno y de las Farc".

Entonces Uribe, al aire libre y como tratando de intimidar al profesor, al cual el presidente no pudo manipular, lo minimizó. Sin embargo, la multitud amontonada en la plaza abucheó al presidente, lo tildó de "títere de los gringos", lo calificó de "paramilitar" y le gritó abajos a granel. El mandatario se descompuso, desafió a los manifestantes, les dijo que a lo mejor los que lo reprobaban estaban del lado de la guerrilla.

Mejor dicho, el hombre parecía un tití, o un mayordomo desaforado porque la chiquillada está tirando piedras a los palos de mango, parecía muchas cosas, menos un estadista en sus cabales. Ya otros manifestantes, pero en Washington, cuando Uribe fue a implorarles a los demócratas que apoyaran el Tratado de Libre Comercio, lo habían puesto a prueba con sus gritos de protesta. Y lo desencasillaron.

Pero el máximo destemple ocurrió esta semana cuando el presidente le dijo a la Corte Suprema de Justicia que era parte de un complot en su contra. El escándalo y la ira presidenciales se originaron cuando recibió una carta de un paramilitar (¿un sedicioso?) recluido en la cárcel de Itagüí, en la que decía que un magistrado auxiliar de la Corte Suprema le ofrecía beneficios judiciales si incrimaba al presidente y al empresario antioqueño Ernesto Garcés en el asesinato de otro paramilitar, conocido con el alias de René.

El presidente inició una ofensiva en los medios de comunicación, los cuales a diario le abren los micrófonos y encienden sus cámaras para que Uribe se despache contra lo que a él le parezca que no está a su favor. Estalló en cólera contra la Corte. Días antes, lo había hecho contra el periodista Gonzalo Guillén, corresponsal en Colombia del Miami Herald, al que acusó de "calumniador profesional" y de ser el escritor tras bastidores del libro de Virginia Vallejo "Queriendo a Pablo, odiando a Escobar".

Ante la sucesión de amenazas (¿de paramilitares, de sediciosos?), el reportero se voló, algunos colegas advirtieron que Uribe con su encendida palabrería le había colgado una lápida al periodista en un país en el que la intolerancia es ley y en el cual hace peligrosa carrera el "pensamiento único" y aquello de "quien no está conmigo está contra mí".

El caso es que Uribe por esos mismos días estaba fuera de control porque The New York Times había editorializada acerca de aplazar la suscripción del TLC hasta cuando el gobierno colombiano mostrara auténticas intenciones de "enviar a la justicia a los matones paramilitares y a sus patrocinadores políticos". Mejor dicho, hasta cuando la parapolítica recibiera su merecido de acuerdo con la ley.

Quizá también su descompostura tuviera relación con las gestiones y el protagonismo de Hugo Chávez en la búsqueda del acuerdo humanitario en Colombia, pero lo que algunos analistas han anotado es que toda este cuadro desaforado lo propició la llamada a indagatoria que la Corte Suprema de Justicia le hizo al senador Mario Uribe, primo del presidente, por presuntos vínculos con el paramilitarismo.

Tras los recientes incidentes, la Corte ha dicho que el presidente Uribe está obstruyendo a la justicia, al tiempo que el mandatario llama a que se investiguen a los magistrados. Todo este remezón parece relacionarse con la posición de la Corte de investigar a fondo el fenómeno de la parapolítica.

Y la otra expresión de desmesura presidencial ocurrió cuando Uribe protagonizó una suerte de "pelea de comadres" con el periodista Daniel Coronell, debido a un artículo en el que el columnista recordaba una nota de 1983, aparecida en un periódico de Medellín, a propósito del asesinato de Alberto Uribe, padre de Álvaro Uribe, y relacionada con un helicóptero de Pablo Escobar.

Entre otros apelativos, Uribe llamó a Coronell miserable y cínico. Ningún bien hacen estos despropósitos presidenciales en un país en el cual la violencia (no solo verbal) ha sido el argumento para dirimir los desacuerdos. Por estos días, Virginia Vallejo, Coronel, Guillén, The New York Times y la Corte Suprema desvelan al mandatario, al cual parece ya de nada le sirven las gotitas tranquilizantes ni el yoga.

[[Fuente: Por Reinaldo Spitaletta, El Espectador, Bogotá, Col, 12oct07]

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