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12feb10
Enemigos del periodismo
Me pregunto si Hugo Chávez y Álvaro Uribe saben cuánto se necesitan entre sí. Tontos no son y habrán comprendido que en su caso la enemistad es una alianza. Ambos se fortalecen en la controlada confrontación y ambos tienen en el periodismo que de veras investiga a un enemigo en común.
De los dos, quizá es Uribe quien saca mejor provecho de la pugna. Chávez es un dictador astuto pero también ramplón y chabacano. Su retórica tropical no necesita consistencia sino sobre todo estridencia. ¿Qué importa llamarse socialista cuando se es un oligarca petrolero? ¿Qué significa hacer rodar por la boca el nombre de Bolívar cuando se cuenta como aliados a algunos de los peores déspotas del mundo, como Lukashenko de Bielorrusia y Ahmadineyad de Irán?
Claro que la bastedad tropical tiene sus ventajas. Chávez no necesita disimular su intención de montarse en el poder por el resto de su vida, mientras que Uribe -a quien ganas no le faltan-, necesita guardar las apariencias aún bajo el riesgo de que las apariencias le ganen a él. Lo que sucede es que la trayectoria democrática de Uribe no es precisamente impoluta. En un pasado reciente, Fujimori enseñó en el Perú cómo practicar una dictadura travesti (que se viste, se maquilla y se rellena de aparente democracia, pero que en lo que cuenta, por más que se lo esconda, sigue siendo una dictadura).
No le han faltado luego imitadores, por lo general más cautos y con montesinos más pequeños y manejables. ¿Cómo econocerlos? Uno de los criterios con menor margen de error es su actitud hacia el periodismo de investigación. La revelación de la verdad de los hechos es alergénica para todo tipo de dictadura, incluyendo, claro está, a las travestis. Chávez detesta a la prensa libre, especialmente a la que investiga, pero lo mismo sucede, sin duda, con Uribe.
El uno puede dársela de antiyanqui (aunque las cajas registradoras de los grifos Citgo trinen a través de Estados Unidos recibiendo los dólares que llegarán a sus bolivarianos bolsillos) y hasta de ayatola con maracas; y el otro de tan proyanqui que hasta los representantes estadounidenses le pidieron en una ocasión que no vaya tanto a Washington; pero la vena autoritaria enmascarada en hipocresías más o menos elaboradas, se hace transparente cuando el periodismo de investigación los amenaza.
Aunque en otros aspectos ha de ser más cauto, la hostilidad de Uribe hacia los periodistas que investigan los hechos de las guerras antidrogas y contra las FARC, ha sido vitriólica, desbocada y en ocasiones hasta incitadora de violencia.
Digamos que en el país de los falsos positivos y de una brutal contrarreforma agraria que ha construido nuevos latifundios mediante el despojo armado, hay mucho que investigar.
EN diciembre pasado, la revista Semana descubrió y publicó una "guía de instrucciones", un minimanual sobre cómo amenazar a periodistas. Sus autores anónimos eran funcionarios del DAS (Departamento Administrativo de Seguridad), la policía secreta colombiana, que depende directamente de la presidencia de la república. El objetivo de las amenazas fue, en el caso revelado, la periodista Claudia Duque. La amenaza en sí no fue contra ella sino contra su hija, que entonces tenía 10 años. Duque investigaba, en 2004, el crimen del humorista Jaime Garzón, especialmente la forma en la que el DAS había desviado la investigación policial.
Años después, la Fiscalía colombiana encontró, entre varios documentos recogidos en allanamientos en la sede del DAS, una guía con instrucciones precisas sobre cómo amenazar eficaz e impunemente a la periodista. El documento subraya que Duque podía identificar las llamadas y que grababa sus conversaciones. Luego, recomienda llamar desde una cabina cercana a una instalación de la Policía colombiana, para desviar las sospechas hacia ella. Instruye que no se debe tartamudear ni hacer una llamada de más de 49 segundos. Llamar desde un teléfono de tarjeta por si esa llamada es devuelta. Constatar que aunque sean de tránsito. Llegar solo y en autobús hasta el lugar de la llamada.
Poner mucha atención en las medidas de seguridad, dado que Duque llamaría de inmediato a un oficial de la Policía colombiana encargado de los derechos humanos quien, según los del DAS, "en otras oportunidades nos ha afectado institucionalmente").
LA llamada empezaba muy educadamente: "Buenas tardes. Por favor, ¿la doctora Claudia Julieta Duque se encuentra?" Continuaba la brusca transición entre el tono de cortesía relamida y la intimidación brutal: "Señora, es usted la mamá de María Alejandra… Pues le cuento que no nos dejó otra salida… Nos tocó meternos con lo que más quiere, eso le pasa por perra y por meterse en lo que no le importa vieja gonorrea hijueputa". La amenaza se hizo todavía más específica. Amenazaron con violar a la hija de Duque, quemarla viva, esparcir los dedos por la casa. Duque salió de Colombia con su hija.
La amenaza, hay que repetirlo, la hizo, con dinero del Estado, un funcionario del DAS, que depende de la presidencia de la república. Poco antes de abandonar su país, cuando Duque denunció las amenazas en un programa de radio, el entonces subdirector del DAS, un tal Emiro Rojas, interrumpió para advertir que la iba a denunciar por calumnia e injuria.
En un caso relacionado, hace un año, Uribe acusó al renombrado periodista Hollman Morris, director del programa "Contravía", de ser un "terrorista", por la labor periodística que realizó en la selva colombiana. Sometido a una investigación de la Fiscalía, ésta concluyó que Morris había actuado con propiedad en su labor de periodista. A la luz de lo que se sabe, dice ahora Morris, el "terrorista' es otro.
El DAS organizó y llevó a cabo, en el caso de Morris, acciones de desprestigio y amenaza. Tanto Uribe como su ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos, lo describieron como cercano o afín a las FARC, mientras insultaban a los que investigaron a sus entonces funcionarios, el ex Fiscal Luis Camilo Osorio, el ex director del DAS Jorge Noguera y el ex subdirector Miguel Narváez, implicados ahora todos ellos por complicidad con los paramilitares. Narváez está, además, específicamente investigado por su papel en el asesinato de Jaime Garzón.
Uribe, por supuesto, no se ha disculpado.
La semana pasada, además, la CEET (Casa Editorial El Tiempo) anunció el despido intempestivo de los directores de la revista Cambio, Rodrigo Pardo, y María Elvira Samper. Cambio fue la revista fundada por Gabriel García Márquez, que hizo una especialidad de la denuncia, la investigación, el periodismo de fuerza. Era ahora propiedad del grupo El Tiempo, cuyo accionista principal es hoy una multinacional, la corporación editorial Planeta. Los dueños actuales indicaron que Cambio se convertirá ahora en una revista de entretenimiento, a tono con los tiempos, para leerse bajo la secadora de pelo, en la manicure y quizá hasta en el retrete. La castración de la revista, dijeron, obedecía solo a razones comerciales. Tienen razón, pero no por los motivos que adujeron. Como explicó el medio electrónico La Silla Vacía, es cierto que los "de Planeta tienen claro que se trata de un negocio y que lo único que importa son las utilidades".
Pero no se trata de ganar o perder en una revista, sino de "sobre todo ganarse el tercer canal, que será un negocio multimillonario, que depende en gran parte del Gobierno dada su alta representación en la Comisión Nacional de Televisión".
El gobierno de Uribe detestaba a Cambio. Ahora, Planeta le hizo un favor y probablemente espera la reciprocidad televisiva. Total, para quienes dirigen el sistema de hoy, de concentración y propiedad cruzada de los medios, la comunicación es entretenimiento y éste es plata. Y mientras se hinchen las cuentas, la verdad, el periodismo y, si mucho aprieta, la democracia, pueden irse a la mierda.
[Fuente: Por Gustavo Gorriti, Revista Caretas, Lima, 12feb10]
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