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17abr11
Columna de citas
Súbitamente dos columnistas de 'El Tiempo', María Isabel Rueda y Mauricio Vargas, se muestran preocupados por la soberanía colombiana. Dicen sentir "un tufillo de imperialismo" en los nuevos condicionamientos que en materia laboral acaba de exigirle el gobierno de los Estados Unidos al de Colombia a cambio de aprobar, o de anunciar que intentará hacer aprobar en el Congreso, el Tratado de Libre Comercio, que durante tantos años, infructuosamente, el de Colombia ha suplicado. Son exigencias, la verdad sea dicha, bastante elementales: proteger la vida de los sindicalistas, garantizar el pago de prestaciones a los trabajadores prohibiendo el "ardid", la "ficción" (las palabras son de otro columnista de El Tiempo, Abdón Espinosa) de las criminales cooperativas concebidas para eludir esas obligaciones legales. Y es curioso. No habían notado ni María Isabel ni Mauricio el mismo olor en ninguno de los otros puntos del TLC firmado "rapidito" (la palabra es del expresidente Álvaro Uribe) y de rodillas hace cinco años por el lado colombiano, gobierno y Congreso a una, y negociado (es un decir) por el actual jefe de Planeación (¿de qué?) del gobierno del presidente Juan Manuel Santos. Solo cuando el punto resulta por casualidad beneficioso para alguien de Colombia, en este caso los trabajadores y sus representantes sindicales, olfatean el tufo, y se molestan.
Insiste María Isabel Rueda en una entrevista al embajador de Colombia en Washington, Gabriel Silva, sobre la "imposición" imperial. Y Silva asegura que, por el contrario, "el término imposición no le parece correcto" porque "lo que hay ahí es un reflejo de la filosofía del presidente Santos sobre temas laborales", y "cuando uno está haciendo lo que le dictan sus propias convicciones eso no se puede llamar imposición". Ah, sí. Es como aquella frase de Ernesto Samper cuando era presidente y hacía su acto diario de abyección para que el embajador Frechette no le quitara la visa: "No es por coacción, sino por convicción". De creerle a Silva ahora, los nuevos compromisos del lado colombiano son un favor que este le hace a los Estados Unidos: "Le estamos dando al presidente Obama el espacio político de coincidir con Colombia porque llegó la hora del TLC".
Por otro parte, el columnista de SEMANA León Valencia exulta: "El sindicalismo colombiano ha logrado que el presidente Obama obligue al país a proteger y extender los derechos laborales y a combatir la agresión contra los sindicalistas". Y recuerda el dato de que, de todos los de esa ocupación asesinados en el mundo en los últimos veinte años, un 63 por ciento han sido colombianos. Pero eso fue así. "En el pasado", acepta Abdón Espinosa, lo cual creó una "atmósfera desfavorable en el exterior".
Creo que se equivocan los tres, Espinosa, Silva y Valencia, que se arrullan los tres con falsas ilusiones. ¿Desde cuándo dejaron de matar aquí sindicalistas? ¿Desde cuándo el embajador de Colombia en Washington es quien maneja la agenda del presidente de los Estados Unidos? ¿Desde cuándo logran imponer su voluntad o sus derechos sobre la Casa Blanca los trabajadores de un país extranjero? En cambio estoy de acuerdo con Vargas y con Rueda: se trata de una cruda y descarada imposición imperialista de los Estados Unidos. Y ojalá todas fueran para evitar asesinatos y no, como ha sido la norma, para propiciarlos.
Aunque, llevando la desconfianza a su extremo lógico, no sobra observar que la nueva obligación en principio humanitaria que le impone el TLC a Colombia la priva en buena parte de su única ventaja competitiva en ese acuerdo desigual, que es el bajo costo de su mano de obra. Ese costo sube, si hay que pagar prestaciones y dejar de amedrentar con la amenaza de muerte a quienes buscan mejoras salariales. ¿Qué tal que los Estados Unidos se empeñaran encima en obligar a que en Colombia se paguen salarios justos? Se hundiría el país. Y su población entera tendría que emigrar en masa para buscar empleo decente en los Estados Unidos.
Aunque tampoco creo que eso pudiera suceder, por esa misma suspicacia. Observo que en sus cuentas León Valencia señala que los sindicalistas con más frecuencia asesinados son -aparte de los maestros, peligrosos por naturaleza: porque enseñan- los del banano y los del petróleo. Y no creo que sea casualidad que esos sean los sectores en donde hay en Colombia más empresas norteamericanas. Como dije unas líneas más atrás, el imperialismo de los Estados Unidos no se ha distinguido por su inclinación a proteger vidas ajenas, sino más bien por su tendencia a exterminarlas.
Me asombra que los columnistas de 'El Tiempo' nunca se hayan dado cuenta.
[Fuente: Por Antonio Caballero, Revista Semana, Bogotá, 17abr11]
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