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17jul12


Llega el día en que el periodista debe dar un discurso


Solo un verdadero periodista entiende cuando llega el momento histórico de dar un discurso. Hay días, como hoy, en que el periodista debe abandonar las preguntas para ofrecer respuestas. Hay días, como hoy, en que el periodista entiende que llegó la hora de interpretar las partituras de todos los músicos. La misión es inconmensurable: un segundo de diferencia causará una asonada; una palabra de más dará por el traste con el horizonte institucional de Colombia.

Esto es inadmisible, dirá el periodista pausadamente (dejando escurrir ese silencio aleccionador que nos paraliza en la sala de la casa); Es tiempo de rodear a nuestras autoridades, advertirá mientras nosotros le subimos el volumen al radio.

Quisiéramos pensar que la cabina radial está repleta de humo de cigarrillo, que todo sucede en blanco y negro. Imaginamos al periodista con escasas horas de sueño, producto del insomnio, claro, y de una larga charla nocturna (dos whiskeys, uno sin hielo, algunas frases que estarán en los libros).

No sabemos lo que él sabe, pero no por eso faltaremos a nuestra cita con la democracia. Aguardamos pacientemente desde este extremo del dial. Él está del otro lado, tal vez en Bogotá o en España, perhaps in London. Él es the real skin, él es the voice of the World.

Quienes dicen que los estadistas cargan un piano jamás han dimensionado un episodio de éstos. Mañana será otro día, mañana estaremos en el centro comercial, en nuestra burbuja de hamburguesas y cerveza fría y celadores. Pero él (él y tal vez un puñado de esos hombres que forjan nuestro destino), sabrá que en el momento justo trazó la línea de lo posible, nos explicó el país y ajustó las placas tectónicas.

El periodista nos llevará de la mano por los parajes exóticos de nuestra geografía. No hace falta que veamos los mapas ni que nos dé las coordenadas. Él coloreará las montañas por nosotros y cazará un animal salvaje. Después lo cocinará y nos dará de comer. Y desde una prudente distancia, el periodista nos señalará el lugar que habitan los aborígenes.

El discurso nos dará bríos para enfrentar el futuro, afianzáremos los lazos familiares, llamaremos a esa tía que hace diez años olvidamos. Pondremos la Constitución en la mesa de la sala. Nada de esto lo verá el periodista, que recibirá abrazos de todos sus colegas, Había que decirlo, Well done. Poderosas tus palabras.

Tal vez el Ministro llame al periodista para darle las gracias, pero él no aceptará ninguna clase de dádiva. No lo hago por usted, señor Ministro, lo hago por esta Patria mía. Para entonces ya se habrá arreglado las mangas de la camisa y tendrá la corbata anudada. El discurso terminó. Nosotros nos ponemos de pie y aplaudimos.

[Fuente: Por Carlos Cortés Castillo, La Silla Vacía, Bogotá, 17jul12]

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