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04may13


Una pata coja en la mesa de La Habana


Las Farc siguen al ritmo que quieren, y el Gobierno en uno que no quiere.

La tensa despedida que protagonizaron el Gobierno y las Farc el viernes de su octava ronda de conversaciones en La Habana, fue apenas el estallido de un malestar contenido durante seis meses. Desde cuando abrieron el camino para la negociación de paz, el 18 de octubre, en Oslo, con un paso disparejo.

"Una paz exprés solo conduce a precipicios", dijo ese día 'Iván Márquez', de la delegación de las Farc. "Si las conversaciones no avanzan, el Gobierno no se sentirá rehén de este proceso", respondió el jefe del equipo oficial, Humberto de la Calle.

Y como todo volcán en efervescencia, algún día eso iba a explotar. De la Calle se despidió de La Habana el viernes afirmando que "el ritmo de las conversaciones ha sido insuficiente e inconstante". A 'Márquez' se le oyó decir que la delegación de las Farc "se siente satisfecha con los logros" que está "concretando".

Traduciendo, seis meses después de oficializada la negociación para ponerle fin al conflicto, las Farc siguen al ritmo que quieren, y el Gobierno en uno que no quiere.

En palabras de una de las personas que están en la mesa, "Las Farc dan dos pasos adelante y uno atrás". Al Gobierno, que camina al lado, le toca detenerse.

Más allá de que De la Calle tenga razón cuando afirma que la "opinión púbica reclama resultados", o de que las Farc también la tengan cuando dicen que "la paz estable y duradera" no puede hacerse a las carreras, es literalmente imposible la meta que se pusieron juntos, el acuerdo para terminar el conflicto, si siguen con el paso disparejo.

En otras palabras, llegó la hora de decidir si, en coherencia con ese objetivo, caminan a la par. Por supuesto, lo primero es desligar el proceso de los tiempos electorales.

El Gobierno recordó el viernes que el Acuerdo General de La Habana habla de "conversaciones expeditas y en el menor tiempo posible". Pero la campaña electoral ha despertado una sospecha inevitable en las Farc, y ellas, que a simple vista no tendrían razones para ayudar a una eventual reelección del presidente Juan Manuel Santos -aunque tampoco para perjudicarla-, se empeñan en que caminar un poco más rápido es atar el proceso de diálogos a los agites electorales.

Esto puede ser sensato, pero razones distintas a la electoral pesan hoy sobre la suerte del proceso de paz. Que la opinión pública exige resultados no es un invento de De la Calle. El país está bombardeado por mensajes de los críticos de los diálogos, que repiten que las Farc no tienen voluntad de paz y están apenas en un juego político.

Esta guerrilla no tiene que correr, pero dar dos pasos y no devolverse ninguno, para mostrar con hechos que quiere un acuerdo de paz, no es claudicar.

Prueba de esto es que está sentada en una mesa con el Gobierno, reconocida como contraparte en el conflicto.

Y negociaciones largas no son garantía de éxito. En Guatemala duraron seis años y el pueblo no refrendó luego los acuerdos.

El perdón no disminuye

Pedir perdón tampoco es disminuirse y le da credibilidad a la guerrilla frente a la opinión que hoy la rechaza.

Las Farc reclaman, con razón, un acto de contrición del Estado, pero deben tener en cuenta que la Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras es parte del reconocimiento de los errores de este lado.

Y así como los pedidos públicos de perdón y los hechos que demuestran el arrepentimiento son necesarios de lado y lado para hacer creíble el proceso de negociación, también es indispensable que las partes sincronicen los tiempos.

Esa es hoy la pata coja en la mesa de paz de La Habana y los únicos carpinteros capaces de arreglarla son los que están sentados en ella.

[Fuente: Por Marisol Gómez Giraldo, Editora del El Tiempo, Bogotá, 04may13]

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