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30mar10


Las FARC liberan a Pablo Emilio Moncayo, el rehén más antiguo


Mientras Pablo Emilio Moncayo se hizo hombre en la selva, arrastrando una cadena como rehén de la guerrilla de las FARC, en Colombia han gobernado tres presidentes y uno, Álvaro Uribe, alcanzó a repetir mandato.

Gobernaba el liberal Ernesto Samper (1994/98) y era un año de recia ofensiva insurgente. A la madrugada del 21 de diciembre de 1997, centenares de guerrilleros, tal vez 300, del Bloque Sur de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia FARC, al mando de alias Joaquín Gómez, se tomaron la estación de comunicaciones del Batallón de Infantería del Ejército, en el cerro andino de Patascoy, 4.100 metros sobre el nivel del mar, en límites de los departamentos de Nariño y Putumayo, frontera sur de Colombia con Ecuador.

Estallido de bombas camufladas en tarros de leche en polvo, sobresalto y confusión entre los soldados que parecían abandonados a su suerte por las precarias condiciones de dotación. Según relató un sobreviviente, a la par con las ráfagas de metralleta oían gritos de 'ríndanse chulos'. Al final de los 15 minutos que dicen que duró el ataque, 10 muertos y 18 rehenes. De los cautivos, 16 fueron liberados y en poder de la guerrilla quedaron Pablo Emilio Moncayo y Libio José Martínez, quien ahora seguirá siendo el rehén más antiguo de las FARC.

Los padres

En los últimos años, mientras el profesor Gustavo Moncayo, padre de Pablo Emilio, dejaba la huella de sus pies en las carreteras, en campaña que le valió el mote de 'caminante por la paz', muchas veces acompañado de Yuri Tatiana, una de las tres hijas del matrimonio, María Estela Cabrera, la madre, se refugiaba en la filosofía para sobrellevar la pena. Licenciada de la Universidad de Nariño, estudiosa de los clásicos griegos, buscaba claves en las tragedias pero siempre encontraba malos augurios. "Sus personajes están sujetos a un destino fatal, ineludible", decía, a la espera de un desenlace.

"La mayoría de los días, el dolor no conduce a la depresión sino a la lucha. Tengo que estar aquí, para cuando llegue Pablo Emilio", declaró hace un año, al diario El Tiempo, que la entrevistó con ocasión del Día de la Madre. Contó que infinidad de veces, cuando miraba a través de la ventada del salón de clases, y veía el bosque y la montaña, imaginaba a su hijo "en un cambuche, con hambre, soledad y frío" y, entonces, pedía perdón a sus alumnos y lloraba.

Como su esposo, María Estela dice que no tiene lugar para el odio aunque reconoce que ese sentimiento, de vez en cuando la amenaza; "soy una madre que lleva en su alma un terrible sufrimiento, y veo cómo a los gobernantes les interesa a veces más la guerra, por razones políticas, que salvar una vida, por razones humanas". De la guerrilla afirma "no es que justifique lo que hacen, pero sé que debo perdonar, para liberarme también de la maldad".

Los tropiezos

Muchas veces se desvaneció la ilusión del regreso. Bajo el gobierno de Andrés Pastrana (1998/02) fueron liberados 300 soldados pero ente ellos no estaban los dos muchachos de Patascoy. Hoy, el profesor Moncayo en conversación con Radio Nederland recuerda que una vez, en la zona de despeje del Cagüan, determinada entonces por el gobierno como sede de los fallidos diálogos de paz, estuvo frente al entonces máximo jefe de las FARC, Manuel Marulanda. "No pude decir nada, no me salían las palabras de la boca, se me atropellaron los sentimientos de rabia e impotencia frente al victimario", dijo.

Tampoco llegó Pablo Emilio en 2007, cuando la intermediación del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y de la senadora Piedad Córdoba, condujo a la liberación de seis ex legisladores y políticos secuestrados en diversos episodios. La resonante Operación Jaque con la que el Ejército rescató, a mediados de 2008, a la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, tres contratistas estadounidenses y once agentes de la policía y el ejército, fue otro trago agridulce para la familia; la llegada de unos era signo de esperanza pero también de frustración.

La definitiva

En mayo de 2009 a los Moncayo no les cabía el corazón en el cuerpo cuando supieron que las FARC habían decidido liberar a Pablo Emilio sin exigir canje de prisioneros o condición distinta a que la senadora Córdoba fuera la intermediaria y asistiera a la entrega junto con el profesor. La emoción duró poco. El gobierno fue reticente, impuso al Episcopado católico como gestor y dijo que sólo la Cruz Roja Internacional podía estar en la entrega; no habría despeje militar si no liberaban a los más de veinte soldados aún en poder de la guerrilla. "Nos lo quieren entregar y no lo queremos recibir. ¡Por Dios!," escribió la madre en una carta que nunca le envió a la esposa del Presidente Álvaro Uribe. "Será porque somos gente humilde, sencilla, porque no pertenecemos a las clases dominantes, de alta alcurnia", reflexiona, ahora, el padre, mientras traza, a lápiz, el croquis de Colombia y señala los lugares en los que cree que su hijo ha pasado la tercera parte de su vida, en cautiverio.

El niño, el hombre

Radio Nederland.- ¿Cómo recuerda a Pablo Emilio y como imagina que llegará?

Gustavo Moncayo.- Pablo Emilio salió de su casa siendo un niño. Terminó su bachillerato, quería estudiar ingeniería electrónica, pero por entonces yo cursaba un postgrado y tuvimos que optar porque él hiciera el curso de suboficial. Fue cuando lo enviaron en comisión al cerro de Patascoy. Hoy lo miro con el aspecto de un hombre que ha madurado en las condiciones de la selva, privado de lo más elemental, del cariño de su familia, de su hogar, y del fundamental derecho a la libertad. Es el mayor pero lo seguimos considerando nuestro niño, el niño consentido de la casa, porque es el único varón.

Atravesada por la guerra y el destino la familia siguió la transformación del adolescente en hombre a través de esporádicas pruebas de supervivencia. A veces fotos, en ocasiones videos y cartas llenas de ternura en las que se intuía su mimetismo con la selva, pues, se dirigía a su padre como 'el tigre'; 'búho' era la madre, y liebres y pajaritos sus hermanas.

En el video más reciente, en medio del follaje, Pablo Emilio aparece sereno, la voz firme y el mensaje efectista: toc, toc, retumban los nudillos de su mano. "Señor Presidente, abra las puertas de mi liberación", exige.

Un charango para el tío

El cautiverio trastocó la vida familiar. En la tienda vecina crecieron las cuentas al fiado y las raciones se redujeron. Del caldo y café con leche, pan y huevos, al desayuno se fue pasando a café negro, no siempre con pan. En la tarde arroz, plátano y, si acaso, carne. Todo lo que entraba se iba en viajes a Pasto, la capital de Nariño, y a Bogotá, en gestiones y campañas. Las niñas aplazaron sus planes de ir a la universidad.

Ahora con él de regreso todo parece poco sacrificio. Durante su ausencia, Pablo Emilio se hizo tío. En su casa recién pintada de Sandoná, lo esperan Santiago Nicolás y Mateo Alejandro. También un charango, una guitarra eléctrica y, por encima de todo, "el amor, el amor más grande del mundo", dice su padre.

[Fuente: Por María Isabel García, Radio Netherlands Worlwide, 30mar10]

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