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Proceso de Paz
La Globalización y el Neoliberalismo son dos cosas distintas.
La superación del capitalismo únicamente tiene un nombre, el socialismo
Por Gabriel Ángel
El panorama económico mundial se caracteriza por el dominio global de las gigantescas corporaciones transnacionales dedicadas fundamentalmente a la especulación financiera. Ellas se han convertido por intermedio del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio y otras cuantas entidades multilaterales, en un verdadero gobierno de carácter planetario, que determina e impone las formas de la política, la economía, la sociedad y la cultura en todos los rincones de la Tierra. Lo único que las inspira es el ánimo de incrementar sus astronómicas ganancias para con ellas obtener a su vez más ganancias. Igual al hombre de negocios que halló El Principito en el cuarto planeta, que quería ser rico acumulando estrellas porque con ellas podría comprar más estrellas. Semejante estupidez ha sido elevada por sus propagandistas a la más importante y altruista de las actividades humanas, aunque prefiere llamársela con nombres menos dicientes como creación de riqueza o mercado de derivados.
Para hacer posible eternamente este prodigio mágico, dichas corporaciones, en gran medida conformadas con capitales estadounidenses, han inventado un paquete de medidas que imponen sus representantes a todos los países con el nombre de políticas de ajuste. El conjunto de dichas políticas, tendentes a que en cada rincón del mundo se abran las puertas y las facilidades para que sus filibusteros cibernéticos realicen los grandes negocios, se han conocido como políticas neoliberales, y han requerido siempre para poder implantarse, del más exuberante despliegue de propaganda. De acuerdo con esta, las medidas son imprescindibles e ineluctables. Porque son el producto de la globalización, del avance de las tecnologías de punta, de la revolución informática, del imperio de las telecomunicaciones y las transacciones inmediatas. Ante esas imposiciones de la historia, las sociedades no tienen más que hacer sino resignarse. Ellas significan el triunfo definitivo de la iniciativa privada, la demostración del fracaso de cualquier intento socializante, la majadería de un Estado intervencionista, la inconveniencia de los servicios públicos estatales, la conveniencia de la flexibilización laboral. Y lo más increíble que se haya escuchado jamás, que el conjuro ideal para generar empleo no es otro distinto que despedir el mayor número posible de trabajadores.
La falsedad de tan monstruosa mentira es evidente. ¿Quién ha dicho que los avances científicos son los que determinan la forma de distribuir las riquezas entre los hombres? ¿Que la mejora en los conocimientos y el dominio del cosmos tienen que traducirse en la miseria y la esclavización de la mayoría de la humanidad por un puñado de capitalistas planetarios? Una cosa es la globalización, sí, esa fabulosa conquista de la mente humana, que está llamada a ponerse al servicio de todos los hombres para su liberación definitiva, y otra muy distinta son las políticas neoliberales impuestas por la banca transnacional y que se pretenden identificar con aquella. Las formas de dominación económica, política, social, cultural, no son el resultado de los avances de la ciencia, sino de las relaciones de clase que existen en el seno de cualquier sociedad. Es bueno tener siempre presente esto, para salirles al paso a los pregoneros de la inevitabilidad del neoliberalismo.
La mejor prueba de que las contradicciones de clase siguen vivas a pesar del discurso, es que pese a la caída del llamado socialismo real en Europa oriental, de la rendición de los movimientos alzados en armas en Centroamérica, de la crisis en el espectro intelectual de la izquierda, de la sumisa abyección de la academia o de la claudicación vergonzante de varias organizaciones revolucionarias colombianas, todos los pueblos del mundo, desde el primero hasta el tercero y cuarto incluidos, han librado y continúan librando miles de batallas diarias contra las privatizaciones, las reestructuraciones, los despidos masivos, la apertura económica indiscriminada, la desregulación de las relaciones laborales y el abandono de los deberes sociales por parte del Estado.
Lo que es inevitable es que el capitalismo se torne en neoliberalismo. Eso sí lo han probado con suficiencia los desarrollos económicos de la última década en el mundo. Hasta los países europeos que alguna vez enarbolaron políticas socialdemócratas consideradas autónomas y alternativas, terminaron acogiendo, sin mucho entusiasmo, las recomendaciones de las entidades multilaterales de crédito. Y así haya sido a regañadientes las hicieron suyas. Y enfrentan en consecuencia las rabiosas protestas de sus ciudadanos, víctimas de las avalanchas de despidos, privados repentina o gradualmente de la seguridad social, del subsidio al desempleo, damnificados por el cierre de las grandes factorías y su traslado a lugares del mundo en donde la mano de obra resulta mucho más barata. Como en los días de la revolución industrial en Europa, por increíble que parezca, vuelven los desarrapados a invadir de nuevo sus calles.
Lo que hunde criminalmente sus colmillos sobre la humanidad es la ambición de mayores ganancias por parte de los grandes monopolios de la especulación financiera. Eso se llama ultraliberalismo, imperialismo exacerbado, explotación mundial generalizada. Pero no es la globalización, que repito, consiste más bien en las asombrosas posibilidades alcanzadas por la informática y las telecomunicaciones, que de verdad han convertido al mundo en un pañuelo. En consecuencia no es ineluctable. Los hombres y mujeres de la tierra, levantados en pie de lucha, pueden y deben derrotarlo en aras de construir un orden mundial verdaderamente viable y humano. Y como la historia no puede echarse atrás, aquellos que se han declarado en desobediencia contra el actual orden de cosas, están obligados a apuntar hacia la superación del capitalismo, el cual no puede subsistir sino en su fase neoliberal. Y la superación del capitalismo únicamente tiene un nombre, el socialismo, el primer paso hacia la construcción de una sociedad sin clases, sin explotadores ni explotados.
Como en el famoso cuento breve, al despertar tras la ruidosa celebración, el imperialismo percibe que el dinosaurio todavía permanece ahí, y como está cierto del peligro inminente que ello representa para sus intereses, realiza en la actualidad la más apoteósica campaña publicitaria para impedir que germine la semilla de la lucha en la mente de la humanidad entera. Y en cada uno de los países en donde se aplican al dedillo sus políticas de hambre y abandono. Dado que los grandes monopolios son propietarios a su vez de las gigantescas cadenas informativas mundiales y nacionales, nadie tan eficiente para esa labor de alineación y embrutecimiento global que los medios masivos de comunicación. Eso está visto. Pero no se contenta con ello. Se ha construido también el más impresionante aparato de dominación militar, al tiempo que promueve la militarización, dentro de formas de apariencia democrática, de todas las naciones del planeta en donde tienen cabida sus inversiones.
Si se dejara a la gente pensar por sí misma, si se le diera acceso a los inconformes en las tribunas informativas y de opinión, si se permitiera el surgimiento de expresiones políticas contestatarias, si se abriera el espacio para la organización libre de las grandes mayorías desfavorecidas, las horas del capitalismo estarían contadas. Los pueblos del mundo no tardarían en ponerlo en orden. Por eso el imperialismo es enemigo mortal de la democracia y las libertades de pensamiento y expresión. Por eso su pretensión de instaurar un pensamiento único. Como todo lo suyo, como sus transacciones de derivados, como sus especulaciones financieras, la democracia que pregona y defiende también es virtual, no existe en la realidad, aunque él, valiéndose de los medios, haga creer que existe.
Además no duda en imponerla por la fuerza bruta cuando algún pueblo se atreve a intentar su propia manera de edificarse el futuro. He allí la razón última del caos en que se halla sumido nuestro planeta Tierra. Y nuestro país Colombia. Mientras los pueblos viven terribles realidades económicas y políticas, el aparato de propaganda imperialista, del que se cuelgan los sectores nacionales dominantes encadenados a él, describe el más civilizado y feliz de los mundos posibles. Y culpa de los defectos del mismo a los tercos trogloditas que se levantan en lucha para cambiarlo. Si no fuera por ellos, no tendríamos nada que envidiarle al paraíso. En un artículo posterior me referiré a las diferentes manifestaciones de esta contradicción, entre ellas al manoseo ideológico, que tanto lastima el orgullo de los incautos cuando se los hace ver.
La Democracia, la Izquierda, la Derecha.
El gran capital demuestra su capacidad para ganar a aquellos que poseen alguna brizna de sensibilidad social o espíritu crítico
Con los antecedentes expuestos en el artículo anterior, es posible seguir adentrándonos en el oscuro y sorprendente laberinto de la confusión ideológica. Hablábamos del pensamiento único, de ese dogma según el cual globalización y neoliberalismo son una misma cosa, una especie de predestinación que augura la redención a los pueblos del mundo, a cambio de un período relativamente corto de sudor y lágrimas. Y habíamos dejado guindada la idea de la democracia capitalista, seguramente la forma más cínica de negar la democracia. Como en la antigua Grecia, los millones de esclavos que trabajan para los amos del capital, se niegan a creer en las bellezas de la democracia de la Nueva Atenas.
La propaganda oficial del imperialismo, convirtió la existencia de dos partidos políticos y la realización de elecciones periódicas en el paradigma de la democracia. Siempre que se trate de partidos democráticos, diría como si nada el documento Santafé. Es decir de partidos que defiendan y pugnen por el mantenimiento del capitalismo. Los demás son partidos antidemocráticos, que atacan a la democracia, y a los cuales hay que ir haciendo desaparecer. El ejemplo más cercano a nosotros fue el exterminio de la Unión Patriótica, que a los ojos de los apologistas de la democracia de marras en ningún modo significa la negación de la misma. A lo sumo un caso para citar en algún foro internacional sobre el trágico resultado de los militarismos de izquierda. Una lección para no olvidar.
Es que la democracia para ellos en ningún momento significa participación decisiva de los pueblos en la toma de las decisiones que atañen a su futuro. Eso de que las comunidades organizadas y reunidas elaboren un inventario de sus necesidades y se tracen un plan de gobierno que deban ejecutar quienes ellas mismas mandaten, bajo su permanente fiscalización, con rendición de informes periódicos y responsabilidad exigible de manera directa, les parece una invención de mentes enfermizas. Las comunidades sí pueden participar, pero en la ejecución de las determinaciones previas del todopoderoso imperio. Igual al pobre hombre que se jactaba de mandar en casa porque la última palabra siempre la decía él, sí mijita.
Es la democracia estilo Fondo Monetario Internacional, la más sublime de sus formas. Mientras se cumpla con las omnipotentes medidas de explotación y ruina impuestas, mientras existan bipartidismo y elecciones, la amplia sonrisa del Tío Sam se desplegará generosa para la dirección del país. Con menor amplitud, pero comprensiva también, un poco como de novia consentida que reclama a su pareja por viejos cariños olvidados, brillará aunque estos dos últimos aspectos estén interrumpidos, siempre que no se deje de obedecer fielmente el plan de ajuste. Para la América Latina no faltará nunca un Gaviria, premiado por su eficaces servicios al gran capital, repartiendo bendiciones o componendas aquí y allá en defensa de esa idea.
Así que saquemos conclusiones claras. Para las corporaciones financieras transnacionales, democracia no es otra cosa que el reconocimiento y aplicación del neoliberalismo, es decir, de la fase contemporánea del viejo y renovado capitalismo. Con pluralidad de variantes según la agudeza mental de los politólogos formados en las universidades de elite, que destilan con sapiente profusión sistemas institucionales modernos. O postmodernos. Por otra parte, todos aquellos que pretenden convertirse en personeros democráticos sin apuntar sus baterías contra el sistema capitalista, son farsantes que de una u otra manera sirven a los intereses de los avarientos acumuladores de ganancias. Son las raposas de la democracia.
Además, obviando las clasificaciones pedantes de los expertos en ciencia política, todos ellos, sin excepción, ocupan su sitial de honor dentro de lo que se denomina derecha. Así como todas las variantes del pensamiento que denuncian el carácter inhumano del sistema de apropiación individual de la riqueza producida por las colectividades nacionales o mundiales, que consideran salvaje la forma en que los arrogantes monopolios financieros explotan sin compasión al género humano, y en consecuencia luchan por su destrucción para levantar sobre sus ruinas el socialismo, sin excepción también, pertenecen a las filas de la izquierda. No hay nada más parecido a la democracia que el socialismo. Quizás en haber olvidado esa lógica reside la causa del derrumbe del llamado socialismo real en Europa. No puede existir socialismo sin democracia.
Desde luego que esta distinción cumple para los revolucionarios un propósito de deslinde ideológico, permite ubicar con precisión de qué lado se encuentran ubicados los discursos. Porque para los reaccionarios de todos los pelambres las cosas son muy distintas. Para ellos resultan ser de izquierda todos aquellos que se oponen a los métodos violentos practicados por el gran capital para hacer entrar en razón a la inconformidad. No importa si se trata de devotos del capitalismo, basta con que manifiesten su incongruencia con algunos de sus excesos. El complejo militar del pentágono, reproducido al interior de sus países súbditos mediante fuerzas armadas alimentadas en la doctrina de seguridad nacional, no se muestra dispuesto a tolerar la menor crítica ni a las políticas neoliberales ni a sus métodos, al dogma de los tiempos modernos. Es por eso que pese a la apariencia de las formas democráticas, el terrorismo de Estado también se ensaña contra los herejes. Por atreverse a poner en duda, así sea de buena fe, la única verdad permitida. Es la democracia fascista, la de los nazis vestidos de parlamento. Inocentes víctimas suyas quienes creen ingenuamente en ella.
Desde luego que la propaganda imperialista invierte las cosas y trastoca todos los valores. La academia cooptada y el terror disimulado, unidos a los más poderosos medios de comunicación, se encargan de crear la más fantástica de las realidades virtuales. Es así como los sindicatos y organizaciones de los trabajadores resultan siendo responsables de la quiebra de las empresas e instituciones públicas, en particular aquellas de índole social que se pretende privatizar. El Estado capitalista que mata por desnutrición a millares de niños anualmente, que mantiene a la mitad de la población productiva dedicada al rebusque en la economía informal, que mediante el crimen oficial y para-oficial masacra, hostiga y desplaza sin piedad a la población, que arrebata los servicios de salud y educación a millones de seres en formación y que eleva la prostitución a la categoría de profesión digna, se proclama como el Cid campeador de los derechos humanos y apellida sus instituciones y programas de gobierno con el rótulo de social.
Y al tiempo que muestra su guadaña en la mano derecha, invita con la mano izquierda a todos los medrosos, a todos los apóstatas del socialismo, a todos los que confían ciegamente en los beneficios sociales de la caridad, para contribuir con su aporte entusiasta en los programas de bienestar con los que procura enmendar en proporción mínima los efectos de su filosofía y su práctica obsesivas de lucro privado. El ingenio y la iniciativa propios del interés particular demuestran su capacidad para atraer hacia las filas del neoliberalismo a la parte de la humanidad que posee alguna brizna de sensibilidad social o espíritu crítico. Los va a hacer sentir importantes. E imprescindibles. Siempre que le marchen al capitalismo, que den pruebas fehacientes de sus antipatías hacia el socialismo. Siempre que expresen sin temores y difundan con amplitud sus críticas acerbas a los revolucionarios. Los capitalistas suministrarán los fondos y en gran medida los argumentos a usar. Siempre aparecerá la muerte para corregir las desviaciones de quienes se tomen demasiado en serio su papel de redentores. Las organizaciones sociales, ambientalistas, de derechos humanos y semejantes, con toda la respetabilidad que despiertan sus actividades, estarán sirviendo al gran capital siempre que no apunten sus denuncias y acciones contra él. Porque le resultan funcionales. Hay que decirlo. Así duela.
En una última parte examinaremos cómo se es conducido a condenar con vanidad las luchas revolucionarias de los pueblos del mundo, cómo se culmina repleto de jactancia considerándose neutral en el confrontación entre el gran capital financiero y los marginados.
Tumbemos la Torre de Babel neoliberal.
Así rabien el poder y su corte, así se persigne el Obispo, así patalee la prensa
Si la gran contradicción en el mundo capitalista de hoy se produce entre el imperio en la sombra de las grandes corporaciones financieras transnacionales y los pueblos del mundo que soportan las imposiciones del Fondo Monetario Internacional, es posible entonces buscar la manifestación de esa confrontación en el campo de las ideas. Y obviamente ubicarlas en uno de esos dos campos, según los intereses que defiendan. No faltará quien salte furioso a la palestra dispuesto a señalar que el mundo no puede verse en blanco y negro únicamente. Digámosle entonces que vamos a dejarle el negro a los explotadores y que para los marginados asignaremos la gama de colores del arco iris. Pero que se está con los unos o se está con los otros, no tiene alternativa.
Si una cosa poseen los grandes monopolios del capital y la tierra es precisamente dinero. Han hecho de su acumulación la medida de todas las cosas, con él pueden comprarlo casi todo. Si manifiestan preocupación por el deterioro del medio ambiente lo hacen pensando en el lucro que puede significarles la conservación de la naturaleza. Se les hace agua la boca pensando en las transacciones millonarias que pueden nacer de la biodiversidad. Y están dispuestos a adelantar guerras por ella. Si profesan de defender los derechos humanos no lo hacen pensando en el desarrollo de la personalidad libre de los pueblos del mundo, sino en la necesidad de restarle legitimidad a los alzamientos populares que ponen en peligro sus intereses. Así son ellos.
Por eso es tan importante tener siempre presentes y claras en la mente las dos grandes corrientes del pensamiento, examinando con mucho detenimiento en qué lado de la balanza nos sentamos. Nos hemos referido antes a la realidad virtual y cómo los pensadores neoliberales han concebido todo tipo de tretas y artilugios cerebrales, repetidos luego con insistencia asfixiante por los grandes medios de comunicación, con el fin de lograr que exista una sola versión de los acontecimientos nacionales o planetarios. Precisemos ahora que poseen además una habilidad extraordinaria para presentar camuflados los verdaderos intereses que patrocinan, hasta el punto de llegar a convencer a importantes sectores y grupos de estar librando una decisiva batalla contra ellos, cuando en verdad le están prestando incalculables beneficios.
Hasta la intromisión del pensamiento neoliberal hubo en Colombia una precisa diferenciación entre los intereses de clase. De un lado estaban los campesinos, los obreros, los estudiantes, los sindicatos, los indígenas, las comunidades marginadas, los partidos socialistas, los movimientos populares y la intelectualidad de izquierda. Del otro los grandes latifundistas, los monopolios de la banca, el comercio y la industria, las fuerzas armadas, el paramilitarismo, en pocas palabras, el Estado. Se tenía clara la percepción del papel imperialista. Estaba fuera de discusión que la guerrilla era el pueblo en armas, levantado contra el régimen por obra de la violencia oficial practicada históricamente contra éste, y que luchaba además por una patria socialista y democrática. Después todo fue la Torre de Babel.
La lucha de clases no existía, entre el capital y el trabajo había comunidad de intereses, el socialismo era una ridícula pieza de museo, campesinos y terratenientes hombro a hombro como hermanos podían rehacer el campo. A agravar la confusión contribuyó como nunca el lenguaje, había que sepultar para siempre el viejo discurso, idiotizar el marxismo, ridiculizar al Che. Las luchas deberían ser sociales, ajenas por completo a la política, repicaba la hora de la desbandada insurgente hacia el paramilitarismo, los organismos de seguridad, los taxis, los oscuros cargos diplomáticos, la burocracia, el desempleo y en el peor de los casos la muerte. Agobiada por la desilusión la intelectualidad de avanzada rendía vergonzante sus banderas ante el poder del dinero, sin siquiera murmurar entre dientes como Galileo ...Y sin embargo, se mueve.
Llegada la época de la conciliación y los consensos la neutralidad pasó a convertirse en la posición más halagada. Porque el conflicto fue descrito como entre actores violentos que tenían a la sociedad civil en el centro, víctima de los fuegos cruzados. Para la propaganda oficial la guerrilla pasó a convertirse en un despreciable grupo de empresarios de la guerra y las drogas, y los paramilitares en gente sana sublevada contra las abusivas exacciones de aquella. El Estado y sus aparatos represivos en las fuerzas legítimas que procuran poner fin a ese conflicto, para lo cual requieren del cerrado apoyo de la sociedad civil. El último grito de la moda pasó a ser convertirse en implacable depredador de las ideas y las prácticas de la rebelión armada, que perseveró a la cabeza de la lucha popular a pesar de la cacareada arenga. ¡Oh, confusión! ¡Oh, caos!
La pasividad, la inmovilidad, y la desesperanza fueron consagradas como virtudes por el nuevo pensamiento de la inteligencia privatizada. Las primeras entre las condiciones para tener derecho a la vida. La cobardía fue arropada con el manto de la imparcialidad, no estar ni con el uno, ni con otro. Pero curiosamente tal posición siempre resulta sirviendo a los explotadores que duermen tranquilos gracias a la quietud de los sometidos. El grito de protesta transmuta automáticamente al desobediente en monstruo, en guerrillero. Y lo hace merecedor de la muerte. Algo debía, en algo estaba metido desde que lo mataron. Si se somete a la crítica tal servilismo nos responderán con histeria que los estamos poniendo en la mira de los intolerantes, que somos idénticos a los criminales oficiales. Quieren que los dejemos en paz, que no los pongamos en evidencia, que los sigamos considerando altruistas, que no introduzcamos el dedo en la llaga abierta de su perjurio.
El único conflicto que existe en nuestro país y del cual se desprenden los demás, es el que enfrenta a los intereses de la especulación financiera nacional e internacional, aliada con los terratenientes, representados por el Estado e instrumentados por las fuerzas armadas, el paramilitarismo, la gran prensa y la intelectualidad vendida, con los intereses del pueblo colombiano estrangulado por el plan de ajuste y la avaricia latifundista, perseguido, asesinado y humillado por los agentes del crimen estatal. Y la única posición digna es declararse a favor de estos últimos, al riesgo que sea, alzándose en armas si es preciso, o guardando al menos un respetuoso silencio ante su coraje. Y solamente se puede ser consecuente con la defensa de los intereses populares cuando se persigue como objetivo último la desaparición del sistema capitalista y la edificación del socialismo. Sea desde una organización no gubernamental, de defensa de los derechos humanos, o de protección del medio ambiente. Aunque nos corten el suministro de fondos. Lo demás será siempre poner remiendos al traje que por viejo debemos desechar.
Sociedad civil es aquella por completo ajena al Establecimiento, al Estado, a las instituciones, a su aparato de muerte y dominación, en palabras en desuso, sociedad civil es el pueblo. Un Procurador General de la Nación que fue pionero en la promoción de la justicia sin rostro, un flamante Defensor del Pueblo que antes de serlo defendía rabiosamente desde la Corte Constitucional los intereses del sector financiero contra los deudores morosos, un Visbal que financia y promueve el paramilitarismo, un Sabas que clama por la intervención militar norteamericana, un monseñor enfurecido contra la zona del despeje en el Caguán, los congresistas, dirigentes políticos y empresariales que pugnan por el reconocimiento político de las Autodefensas criminales, nunca, jamás podrán reputarse como sociedad civil ni pretender representarla. Ni siquiera porque cuenten con el respaldo de las Oenegés que organizan junto con el Estado foros en los que se pretende ingenuamente conseguir la paz. En cambio sí tiene todo el derecho a ser considerada sociedad civil la insurgencia, que no sigue siendo nada distinto al pueblo en armas enfrentado al Estado terrorista. Así rabien el poder y su corte. Así se persigne el Obispo. Así patalee la prensa.
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