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31mar11
Donde el horror llegó al límite
Hace tres meses que la suerte no se deja ver en Juradó. Los pescadores salen a buscarla desde las cinco de la mañana y la esperan en altamar hasta el atardecer. Los niños intentan imaginarla cuando recorren la playa desde el pueblo hasta la punta donde el Océano Pacífico recibe las aguas dulces del Río Juradó. Por las noches, sentados bajo los árboles del parque central, los hombres no hacen más que especular sobre quién será el próximo que se la encuentre de frente.
El último afortunado fue “el viejo Pitufo”, el pescador más noble y humilde de esta tierra y que, al decir de los vecinos, tuvo un bien merecido encuentro. Cuentan que esa mañana de diciembre, el viejo salió a pescar como lo hacía todos los días del año, sin más pretensiones que traer la comida para su casa. Antes del medio día, sus amigos lo vieron acercarse al muelle con el cuerpo erguido y la sonrisa de los triunfadores. En su lancha traía echada la mismísima suerte: una paca de cocaína.
Los habitantes de Juradó están tan acostumbrados a los bultos de cocaína como al pescado. Sueñan con ellos, se imaginan los sesenta millones de pesos que les pagan por cada uno y hacen largos listados de las cosas que quieren comprar. Las autoridades la llaman “la pesca blanca” y la asumen con tal naturalidad que pareciera no los incomoda. Una mañana de pesca puede dejar rico a cualquiera.
Juradó es un municipio fronterizo, el último de Colombia al extremo norte por la Costa Pacífica, y su mar es ruta de las lanchas cargadas en las costas del departamento del Valle o del Cauca y que van hacia Centroamérica. A veces la Infantería de Marina agarra a los traficantes en pleno viaje. Ellos tiran los paquetes de cocaína al mar; y ahí quedan flotan sin dueño. Muchas veces, mientras una es detenida, otras dos consiguen coronar. Es tan rutinario el asunto que a veces, los mismos tripulantes cuando se ven atrapados llaman a sus contactos en Juradó y le avisan: “Merca en altamar”.
Pero el verano de marzo parece estar terminando, la mercancía no aparece y nadie llama al celular de los lancheros. Eso significa volver a los pargos, al atún y a la sierra. De nuevo ser otro pueblo más del Chocó de ruegos insatisfechos, dicen los pescadores desilusionados.
Juradó está lleno de contrastes. Por un lado ves la selva exuberante, los delfines brincando en océano azul, aves rojas y verdes de diversas formas y tamaños. Pero cuando crees que te vas a encontrar otro pueblo más del Chocó miserable y sucio, te sorprendes. Te sientes más bien en un pueblo del oriente antioqueño: las calles limpias, los postes con canecas de basura, los niños con el uniforme blanco, planchado y con carpetas de colores bajo el brazo. Hay un asilo para ancianos que ya casi está terminado, el edificio de la Alcaldía se ve recién pintado y hay dos canchas de microfútbol impecables. En los pasillos de la Gobernación en Quibdó, la capital chocoana, me habían comentado con algo de envidia, que de un tiempo para acá, los de Juradó se creían panameños.
Los contradice la alcaldesa del pueblo, Jenny Rivas, una administradora de negocios educada en Medellín, que decidió regresar a su tierra para demostrar que no todos los políticos chocoanos van a la cárcel. No es la influencia del país vecino que queda a tan sólo 30 minutos en lancha. Y niega con vehemencia que el progreso sea fruto la “pesca blanca”.
“No te voy a negar que el problema del narcotráfico es serio pero con esa plata no se hacen asilos, ni se reconstruye un pueblo (…) la plata de las drogas se va en licor en ocio”. ¿Por qué la alcaldesa habló de reconstruir Juradó?, ¿acaso fue derrumbado alguna vez?.
Pues en cierto modo sí. Hace diez años la barbarie paramilitar sacó a casi todos sus cinco mil habitantes corriendo. Quedó como un municipio fantasma de cien habitantes. En los corregimientos de Aguacate, Coredó, Guarín, Curiche y Patajoná hubo masacres tremendas. Nadie sabe con exactitud cuántos muertos hubo, pero la gente habla de ellos en pasado porque nadie volvió a vivir allá.
Los familiares de los muertos huyeron hacia Panamá, Bahía Solano, Pizarro o Buenaventura. Tonny, el plomero de Juradó, fue uno de los pocos que se quedó no porque quisiera sino porque no tenía a dónde ir. Sentado en las graderías de una de las canchas recuerda el día en que la misma Alcadía –que por esos años despachaba desde Bahía Solano, a dos horas en lancha bimotor –contrató un barco para que sacara del pueblo a los que quisieran huir. “Fue el día del éxodo” dice Tonny y señala hacia el muelle, desde donde debió partir la embarcación en 2000.
A partir de ese momento Juradó se volvió un “pueblo del relajo”. Le cabe la descripción que hace el historiador, Jorge Orlando Melo, en el prólogo de Aguas Arriba de Alfredo Molano, sobre los pueblos en la frontera con Brasil: “Un mundo en buena parte sin Estado, sin sistemas judiciales definidos, donde las normas de convivencia se imponen o espontáneamente o por la fuerza”.
En Juradó fue esto último. Los hombres del bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia al mando de Freddy Rendón, alias “El Alemán”, impusieron el orden que les convenía para sus negocios ilícitos y lo hicieron a la brava.
Cualquier juradoceño mayor de 20 años, recuerda el sonido del avión cuando pasó por encima del pueblo: “Era la primera vez que un aparato de ese tamaño pasaba sobre nuestras cabezas –recuerda Tonny-. Ya sabíamos que adentro venían los paras”.
También se dieron cuenta de que los infantes de esa época trabajaban de la mano con los del Élmer. Varios relatos recogidos en Juradó dan cuenta de cómo los hostigamientos a los pobladores venían de parte y parte. La diferencia era que mientras las amenazas de los militares del Estado servían como advertencia, la de los paras eran partida de defunción.
Ledesma es un apellido del que Juradó prefiere no acordarse. Aún hoy, cuando alguien lo pronuncia lo hace en un tono bajito como si se tratara de un secreto. El teniente Alejandro Ledesma, se vestía como infante de marina, pero actuaba como un hombre más del bloque paramilitar. En 2002 fue secuestrado por las Farc y el 5 de mayo de 2003 cayó abaleado junto al gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y al ex ministro de Defensa, Gilberto Echeverri, cuando el ejército intentó rescatarlos de su cautiverio en Urrao, Antioquia.
Durante eso años el terror se reciclaba casi con la misma frecuencia que los gobernantes. Desde el 2004 y hasta el 2008 Juradó tuvo diez alcaldes que iban cayendo en la medida en que se iban quedando con el dinero destinado para el hospital, la escuela, la electricidad, el agua potable y las basuras. Hasta los dos alcaldes indígenas (en total son ocho comunidades Embera) que hubo también fueron destituidos.
La historia de malos gobernantes se repitió hasta que llegó la primera mujer como candidata. Las comunidades negras e indígenas le apostaron a que con ella podrían hacer un pueblo diferente. Y lo están logrando..
Cuatro mil personas han retornado a casi todo Juradó y el municipio ocupa el primer puesto en el departamento en desempeño integral, es decir, en manejo financiero y administrativo. A los únicos lugares donde aún no se animan a regresar los juradoceños es a los corregimientos donde hubo tanta masacre. Allá hoy sólo están los restos de las víctimas cubiertos por la tierra, la arena o los manglares. La segunda semana de marzo de 2011, unos pocos se animaron a volver para colaborarle a la delegación de la Fiscalía de Justicia y Paz de Medellín, liderada por Gustavo Duque, a que exhumara cuerpos de las víctimas para podérselas entregar debidamente a sus deudos, y además formalizar los cargos contra los responsables. Sacaron doce cuerpos y quedó la promesa de una segunda visita para sacar a los demás. (ver artículo)
Cuando le pregunto a la Alcaldesa, qué otra fórmula ha aplicado para que Juradó se vea tan ordenado, ella, tomando uno de sus dos teléfonos celulares, me contesta con cierto orgullo: “Yo llamo a los ministros y los canso”. Tanto que antes de que Álvaro Uribe terminara su presidencia logró que el entonces canciller, Jaime Bermúdez, visitara el pueblo y se reuniera con los habitantes para anunciarles que tendrían beneficios adicionales por ser un pueblo fronterizo, como girarles más recursos desde Bogotá.
La gente está preocupada, más aún que por la desaparición de la pesca blanca, porque no saben quién va a reemplazar a su eficiente alcaldesa. Un indígena de la comunidad de Aguascalientes, a dos horas en chalupa por el Río Juradó, me contó que el mismo día que la Fiscalía hizo la exhumación de tres cuerpos en su cementerio (ver artículo adjunto), gran parte de los hombres estaban trasnochados y borrachos porque un candidato llamado Bibiano los había visitado la noche anterior con cajas enteras de ron para darles a conocer sus propuestas. No se ve que ese sea un futuro muy prometedor.
[Fuente: Por Mauricio Builes, enviado especial, Verdad Abierta, 31mar11]
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