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04feb09
Defensa de Botero y Morris
No comparto la cascada de críticas que ha caído sobre los periodistas Jorge Enrique Botero y Hollman Morris en los últimos días. Las declaraciones de Botero a Telesur han rcibido palo por imprudentes y precipitadas. Pero de un error o una confusión, a los señalamientos gubernamentales a estos dos periodistas como afines a la guerrilla, hay un largo trecho.
No hay que olvidar el valor del trabajo de Botero y Morris en el pasado. Gracias al primero el país supo que existían las inhumanas alambradas con las que las Farc acorralaron a los soldados secuestrados. Un libro suyo reveló la existencia de Emmanuel y, otro, los detalles del juicio a ‘Simón Trinidad’ en Estados Unidos. Morris, por su parte, en su valiente programa de televisión Contravía, ha mostrado aspectos del conflicto que de otra forma habrían quedado en la oscuridad. Y no se puede perder de vista que el caos que se generó el domingo en la redención de los tres soldados y del policía —que pudo haber hecho fracasar el operativo— fue por el sobrevuelo de un avión militar imprudente y probablemente innecesario.
Botero y Morris han hecho una contribución apreciable al mejor entendimiento del conflicto. Es un hecho que tienen contactos con las Farc y que reciben información privilegiada, una fórmula que los marca con el INRI de una simpatía hacia la guerrilla en estos tiempos de entusiasmo en torno a la seguridad democrática. Pero sería más adecuado decir que estos periodistas se separan de la militante opinión mayoritaria para lograr datos sobre las Farc que no se conseguirían de otra forma. La experiencia en muchos países con guerra o conflicto interno es que el apego a la visión oficial es un peligro para el periodismo. Botero prepara un documental sobre la liberación de Alan Jara que puede ser muy revelador. Morris buscaba una entrevista para conocer hacia dónde irán las Farc después de estos episodios.
Desde luego, el controvertido trabajo de estos dos reporteros implica riesgos que ellos mismos deberían abocar con cautela. Como el de caer en un periodismo peligrosamente militante, que para protegerse de la manipulación gubernamental puede terminar recogiendo exclusivamente la visión de la guerrilla. O evitar censuras contundentes a prácticas atroces de las Farc que violan gravemente los derechos humanos, para no cerrar sus contactos. Creo que la confusión más peligrosa es la de asumir papeles sin fronteras claras entre el periodismo y otras funciones. ¿Qué hacía Jorge Enrique Botero en el helicóptero brasileño que iba a recoger a los secuestrados? ¿Se limitaba a terminar un documental o era un garante del proceso? No era fácil cumplir ambas tareas a la vez: Daniel Samper Pizano, discreto y mudo, fue más inteligente al concentrarse en la función de facilitador.
El enredo en las horas finales de las liberaciones vuelve a poner sobre la mesa el tema complejo de la información sobre la guerra. Detrás del regreso a la libertad de seis colombianos, el Gobierno, las Farc y los mediadores intentaban enviar mensajes diferentes. El Gobierno quería pasar como colaborador de la operación sin abrirle un espacio propagandístico a las Farc. La guerrilla buscaba espacio político: pasar de secuestradoras a liberadoras. Y Piedad quería demostrar que se pueden lograr objetivos de paz mediante el entendimiento con el enemigo.
Las sensibilidades sobre la información, en consecuencia, eran muy altas. Según los soldados ex plagiados, las Farc tienen en la mira a los periodistas porque los consideran sesgados y lanzaron indignantes amenazas contra ellos. La comunicación es parte de la guerra, lo cual no es ningún descubrimiento, y por eso sus formas, momentos y voceros tienen que preverse con transparencia y equilibrio. Aquí hizo falta una estrategia sofisticada, y los daños de no haberla tenido no se van a reparar con la estigmatización injusta de Jorge Enrique Botero y de Hollman Morris.
[Fuente: Por Rodrigo Pardo, Revista Cambio, Bogotá, 04feb09]
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