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22ene03


El exterminio de los indigenas kunas es parte del proyecto de contrareforma agraria comenzado por el gral Rito Alejo en 1997.


No olvidaré nunca la tarde en que conocí el pueblito cuna de Paya, en el Darién panameño. El día se diluía en ocres y violetas; el sol se despedía en la copa de las altas y formidables ceibas. En un río caprichoso y perezoso los niños jugaban con barcos armados con balso y hojas de platanillo, y las mujeres lavaban su ropa de mil colores. Los hombres descansaban en sus chinchorros; las mujeres viejas reavivaban los fogones. La noche caía lenta y silenciosa. Paya nació en desparramada sobre una lomita que mira al río. Los techos de sus ranchos son tejidos en palma y las paredes levantadas en bahareque. Nunca he vivido una placidez tan maravillosa como aquella vez; nunca volveré a dormir una noche tan serena. Y nunca olvidaré tampoco la desgarradora y enigmática pregunta del Jaibaná: "¿Y si hacen la carretera, por dónde caminamos?".

El viejo -brujo y sabio- temía que la construcción de la vía panamericana destruyera su pueblo. Sabía que la civilización y el progreso del blanco significan para el indio el incendio, la destrucción, la muerte. Su gente ha sufrido en carne propia el despojo de las tierras cunas de El Caimán para sembrar banano de exportación en el Urabá antioqueño, y el cerco por hambre decretado por los ganaderos de Arquía, en el Urabá chocoano.

Hoy sus miedos -que debió llevarse al otro mundo- se cumplieron paso a paso.

Los paramilitares -que gozan de una tregua otorgada al gobierno, como si alguna vez hubieran estado en guerra contra el Ejército- entraron matando. Primero asesinaron a los Jaibanás, luego incendiaron los ranchos y finalmente se fueron llevándose 18 indios y tres periodistas gringos que hacían un reportaje para el Discovery Channel.

El guión se repite.

Es la misma historia que han vivido los pueblos de toda la cuenca de los ríos Cacarica y Salaquí, cuyas cabeceras colindan con Panamá, una historia que comienza en 1997, cuando el general Rito Alejo del Río -santo de la devoción del hoy alto gobierno- desplegó la Operación Génesis, justamente sobre las regiones que atravesará la Carretera Panamericana.

Comenzó una mañana con el bombardeo y ametrallamiento de los pueblitos que están entre Puente América -llamado también Travesía-, que no es un puente sino el sitio donde se construirá el paso sobre el río Atrato. Las fuerzas militares se dieron gusto desde sus aviones.

El pueblito de Bijao, cerca de la frontera, prácticamente desapareció. Su gente -mitad negros, mitad chilapos- salió huyendo a protegerse de las fuerzas del orden entre la selva. Fuerzas que resultaron siendo, a la hora de la verdad, otras, las financiadas por los ganaderos de Córdoba y de Antioquia que amplían sus hatos sobre las parcelas de los colonos; por las compañías madereras que se enriquecen explotando aserradores, aniquilando los bosques de cativo y tumbando ceibas para hacer papel toilette; por las empresas bananeras que medran a la sombra de los privilegios del fast track y se llenan los bolsillos intimidando sindicatos; en fin, por las empresas cultivadoras de palma africana, donde se funde la plata de los ganaderos, los madereros y los bananeros.

El proyecto es claro: sacar a los campesinos de sus fincas que han hecho a puro pulso, despojar a las comunidades negras de sus tierras ancestrales -protegidas por la Ley 70- y apropiarse de los resguardos indígenas de cunas y emberás, para, hechas las grandes haciendas, aprovecharse de la valorización de la propiedad que traerá aparejada la destrucción del Tapón del Darién.

La Carretera Panamericana es para los empresarios un propósito nacional urgente: ¿Cómo podría funcionar el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas, sin una vía terrestre que las comunique y haga más fluido el tráfico de mercancías y más controlado el tránsito de trabajadores? Operaciones todas -aquellas y éstas- sencillas, baratas y, dirán los que no se rinden, de una gran proyección histórica.

A Bijao y Paya los podrán borrar del mapa, pero no de mi corazón

Bogotá, 26 de enero de 2003
Alfredo Molano Bravo.

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Este documento ha sido publicado el 3feb03 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights