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18mar02


Mercenario condenado


A los 55 años el coronel retirado Yair Gal Klein, veterano de la guerra de Yom Kippur y ex instructor de oficiales del ejército israelí, tuvo que retirarse de la vida aventurera que le dio fama más allá de las fronteras de Israel y no puede volver a salir de su país. Si este militar de 1,75 metros de altura, 90 kilos de peso, pelo canoso y ojos azules, pone un pie en el extranjero corre el riesgo de ser extraditado a Colombia. Aquí lo espera la cárcel porque hace unos meses el Tribunal Superior de Manizales lo condenó a 10 años y ocho meses de cárcel, más el pago de 22 salarios mínimos, por el fortalecimiento y adiestramiento en prácticas militares y de terrorismo a grupos paramilitares. Junto con Klein fueron condenados dos de sus hombres: Tzedaka Abraham y Terry Melnik, quienes actuaron también como instructores. Klein saltó a la fama en junio de 1989 cuando un noticiero de televisión mostró imágenes de los cursos que había dictado, junto con sus compañeros, a las autodefensas que operaban en el Magdalena Medio.

Sin embargo el militar israelí le respondió a SEMANA desde su residencia en el puerto de Jaffa, donde hoy día vive en una vieja casa árabe de cuatro pisos, que su propósito inicial no era ese. El sostiene que cuando llegó al país en 1987 su intención era lograr que la Policía contratara a su empresa, Speardhead, para entrenar a sus miembros en asuntos de defensa y seguridad personales. Su contacto en ese primer viaje fue Izhack Shoshany Meraiot, el representante de una firma de equipos de seguridad de Israel. En esa oportunidad Klein dice que se alojó en el Hotel Country 85 y se entrevistó con el general de la policía Carlos Arturo Casadiego y con unos representantes de la compañía Atlas Seguridad. En sus dos primeras visitas permaneció sólo una semana en Colombia. Las otras dos, dice, “fueron más largas porque fue cuando me contrataron para dictar los cursos en Puerto Boyacá”.

El entrenamiento que dictó el equipo de Speardhead, que además de los personajes ya mencionados incluía también a Arik Piccioto Afek, fue demasiado ‘profesional’. En el sumario de la investigación para condenar a los israelíes consta que los cursos se llevaron a cabo en la escuela La Cincuenta, en la ciénaga Palagua y en zonas rurales del municipio de Puerto Boyacá. Klein dice hoy desde la comodidad de su hogar que “los entrenamientos eran militares y de defensa y de ninguna manera de crímenes o asesinatos (…) Entrené a campesinos y gente de las fincas a quienes atropellaban continuamente las guerrillas sin que el Ejército pudiera hacer algo por sus derechos”.

La versión de las autoridades colombianas, según consta en el sumario del proceso, es muy diferente. El primer curso que dictó este israelí, de ascendencia rumana, sí fue de defensa personal. El segundo fue mucho más ofensivo y el tercero convirtió a los 20 ‘alumnos’ que lo tomaron en expertos en el manejo de explosivos. Los alumnos más aventajados eran lugartenientes de los grandes capos y en el expediente son mencionados por sus alias: ‘Trampas’, ‘Salchichón’ y ‘Fercho’. En los documentos de la investigación se concluye que “existe certeza en cuanto a que ese personal que ellos capacitaron han cometido atentados graves en nuestro país gracias a los conocimientos recibidos por sus instructores, como el atentado al Departamento de Seguridad, DAS, el atentado que le costó la vida a Antonio Roldán Betancur, gobernador de Antioquia, al periodista Jorge Enrique Pulido, al diario El Espectador y muchos otros graves acontecimientos de tinte terrorista en el país”.

Después de entrenar a algunos de los hombres que luego sembraron el terror a diestra y siniestra en Colombia, Klein trabajó con panameños que querían tumbar al general Augusto Noriega y al final su errancia aventurera lo condujo a Africa. Allí quería comprar una mina de diamantes y hacerse rico. Algunas fuentes periodísticas dijeron en 1999 que el militar había intentado negociar con piedras y maderas preciosas en Zambia y Namibia. Se volvieron a tener noticias suyas en Sierra Leona, donde finalmente cayó preso a mediados de 2000. Las autoridades lo encerraron en Freetown, la capital de este país, acusado de tratar de estafar al gobierno en la compra de un helicóptero de guerra a los rusos. El dice que salió vivo de milagro, pero perdió todo, incluida su mina de diamantes.

Hoy este hombre, que nació en el kibutz Nizanim y se separó de su mujer Hava, es socio de una compañía de blindaje de carros y sueña con crear una escuela de supervivencia en condiciones extremas. “Una especie de parque recreativo”, dice este soldado de fortuna que pese a todo su pasado se define como un hombre de familia, preocupado por sus cuatro hijos, quienes tienen entre 21 y 35 años. La escalada de la guerra que enfrenta a Israel con Palestina hizo que aumentaran las ganancias de su empresa, pero ya no tiene manera de disfrutarlas afuera de su nación. El pasado que intentó dejar atrás lo alcanzó en el puerto de Jaffa y lo convirtió en prisionero de su propia tierra.

“Yo no sentí que hacía nada contra la ley”

SEMANA: ¿Cuál fue el motivo para volver a Colombia a finales de 1988 o principios de 1989?
YAIR KLEIN: Estuve en Bogotá con el fin de encontrarme con Izhack Shoshany Meraiot, quien era representante de una firma de equipos de seguridad de Israel y desde hacía tiempo vivía en el país. Me había hablado de unas personas de los grupos bananeros de Urabá que se encontraban asediados por las guerrillas y querían hacer una cadena de seguridad en los establecimientos bananeros y por su intermedio fundar un complejo de seguridad en la zona. Esta reunión finalmente no se llevó a cabo. Meraiot organizó otro encuentro, entiendo que sugerido por ellos, en Puerto Boyacá, con unos ganaderos de Acdegam que también estaban sufriendo por los mismos motivos. Y fue así como llegué a esta región a preparar grupos de autodefensa. Ganaderos y campesinos que no aguantaban más la guerrilla.

SEMANA: ¿Tenía permiso de su país para compartir información militar a civiles en otros países?
Y.K.: Mi equipo solicitó autorización del Ministerio de Defensa israelí y les informaron que no había necesidad alguna de autorización dado que los entrenados serían civiles en defensa de sus propiedades y lugar de trabajo y no fuerzas militares. Sin embargo, luego el gobierno de Israel tuvo miedo por la posibilidad de represalias de la guerrilla contra familias judías en Colombia.

SEMANA: ¿Era consciente de que estaba entrenando a grupos paramilitares ilegales?
Y.K.: Ni yo ni mis compañeros podemos afirmar a ciencia cierta que a quienes entrenamos no pertenecían a grupos paramilitares. Sólo sabemos que había muchas víctimas de las guerrillas.

SEMANA: ¿Conoció a miembros del cartel de Medellín, personajes como Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha o alias ‘Vladimir’, mientras realizó los cursos?
Y.K.: No conocí a ninguno de ellos. La única persona con la que tuve relaciones y estaba conectada con el tráfico de drogas tenía apellido Bita. De Israel me informaron que estaba por ese camino y entonces corté todo vínculo con él. Tampoco soy consciente de haber conocido a ‘Vladimir’. El Ejército y la Policía estaban informados de lo que estábamos realizando y el lugar estaba rodeado por bases militares. Durante los fines de semana los alumnos jugaban fútbol con los soldados. Desde una de esas bases llegó una vez una solicitud de ayuda de uno de los cursos a fin de contener un ataque de la guerrilla. Yo no sentí que hacía nada contra la ley, como usted entenderá yo soy extranjero y además no hablo la lengua, es así como no podía saber en profundidad cómo funcionaban las cosas en ese país.

SEMANA: Lo acusan de haber entrenado a las personas que provocaron la explosión de un avión de Avianca en Cali…
Y.K.: Supe que me hacían responsable de esto pero es una locura. Se dice que los partisanos de Bosnia ayudaron e inclusive participaron en el atentado. A Israel llegaron investigadores españoles para hablar conmigo. También me acusaron de la muerte de un señor (Luis Carlos) Galán, candidato a la presidencia de ese país. La primera comisión investigadora dijo que Galán fue asesinado con balas calibre 9 mm, y la segunda comisión descubrió después de dos meses que las balas salieron de un fusil Galil y eran de calibre 5.56 mm. El arma en cuestión estaba en Antigua preparada para prestar servicio en la invasión a Panamá. Aparentemente el arma llegó a Colombia a manos de traficantes de armas panameños.

SEMANA: ¿Entonces a qué atribuye usted la reacción que suscitó su presencia en Colombia?
Y.K.: El asunto estalló y se dio a la publicidad por los norteamericanos. Por aquella misma época me contrataron para apoyar al gobierno en el exilio en Panamá a fin de hacer caer el régimen de Noriega. Eduardo Herrera que era el comandante en jefe de Panamá antes de la revolución, fue también embajador de Panamá en Israel y ministro de seguridad del gobierno en exilio con el presidente destituido. Estados Unidos se hizo cargo de la parte económica, prueba de ello son los dos primeros cheques que obran en mi poder y que llegaron de Washington. Lo cierto es que en el momento en que el Senado le dio el O.K. a los soldados para la invasión a Panamá ya no necesitaron de mis servicios. Yo no renuncié a mis honorarios y estaba en Miami cuando estalló el caso de Colombia. A los estadounidenses les resultó muy cómodo perjudicar los intereses israelíes en Colombia dado que los colombianos empezaron a comprar armas israelíes, alrededor de 250 millones de dólares anuales.

SEMANA: ¿Cómo está su situación jurídica en Israel?
Y.K.: Yo nunca tuve un proceso en Israel por esta razón, porque nunca llegó una prueba que en realidad pudiera probar que yo entrené al cartel de Medellín. Sin embargo fui convicto por usar conocimiento militar sin permiso y tuve una multa. Israel enjuicia a las personas que no cumplen con la ley en otros países del mundo. No destierra a sus ciudadanos que están fuera de la ley pero los juzga internamente. Yo estoy dispuesto a ser juzgado en Israel y estoy dispuesto a declarar ante las autoridades colombianas en la sede de la embajada de Colombia. No tengo nada que ocultar. No creo que haya en Colombia ninguna prueba que me pueda inculpar ni allí ni en ninguna otra nación del mundo.

[Fuente: Revista Semana, Bogotá, Col, 18mar02]

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