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05nov14
Palabras al recibir el reconocimiento en el día internacional sobre la impunidad de los crímenes contra periodistas
Buenas tardes,
Es un honor recibir este reconocimiento en el Primer Día Internacional para poner fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas. Un honor que, confieso, llevaré con gran orgullo, pues si algo ha definido mi vida y mi trabajo son las palabras impunidad, memoria y periodismo.
Contra la impunidad me comprometí desde los 14 años, cuando mi padre me contó que a esa edad había sido torturado por la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.
Con memoria nací y con memoria seguí el camino de "los que recordamos siempre, de los que no olvidamos nunca", frase que es la traducción de la palabra Nizkor, Equipo al que pertenezco desde hace varios años.
Con el periodismo me casé -hasta que la muerte nos separe- en 1993, y en el ejercicio de esta profesión me decidí por la investigación y la denuncia sobre violaciones a los derechos humanos como vía para contar las verdades incómodas y ocultas sobre las cuales se ha consolidado un modelo de desarrollo y de nación excluyente, autoritario, inequitativo e injusto.
Desde entonces y también desde antes, muchos muertos han marcado mi carrera profesional. Con todos y cada uno de ellos ha sido asesinado un género periodístico, una forma de contar el mundo, una mirada a una realidad que hoy se nos presenta cada vez más unanimista, homogénea y prediseñada.
El primero de ellos, Guillermo Cano, silenciado cuando yo tenía 16 años. El segundo, Jorge Enrique Pulido, de cuyo crimen se cumplen ya 25 años en total impunidad. Su muerte fue uno de mis primeros cubrimientos como practicante en la Agencia Colombiana de Noticias Colprensa. El tercer dolor fue Silvia Duzán, asesinada en 1990 por cubrir para la BBC las noticias que en Colombia muy pocos se atrevían a contar.
El cuarto, Julio Daniel Chaparro, asesinado el 24 de abril de 1991 cuando yo cursaba séptimo semestre. Casualmente el día que lo mataron yo había alzado la voz con orgullo para contarles a mis compañeros de clase lo mucho que admiraba y había aprendido de la narrativa poética del cronista de "lo que la violencia se llevó". Recuerdo que conservaba los recortes de periódico con los artículos de Julio Daniel, pero cuando supe de su asesinato y el del fotógrafo Jorge Torres Navas escribí una columna para la clase de Opinión Pública titulada "La antítesis de Descartes", que terminaba diciendo "en Colombia no se existe si se piensa: se muere", y rompí mi colección.
Cuando mataron a Jaime Garzón, aquella madrugada de hace ya 15 años, escribí un artículo titulado "nos mataron el derecho a reír", que sólo circuló entre mis amigos, pues para entonces no trabajaba en ningún medio de comunicación. Fueron el dolor y la indignación los que me llevaron a pedir en una reunión entre colegas convocada por la FLIP que nos hiciéramos parte en el proceso penal e investigáramos el caso, pues tanto ayer como hoy siempre he pensado que el único seguro de vida posible para un reportero es el del fin de la impunidad en los asesinatos contra periodistas.
En el año 2004, tras mi investigación y un trabajo conjunto con el abogado de la familia Garzón, logramos -por primera vez en Colombia- una sentencia condenatoria contra un autor intelectual por el crimen de un periodista y tumbamos el montaje con el que DAS pretendió garantizar la impunidad del caso.
Infortunadamente, esa investigación hizo que mi situación de seguridad se tornara insostenible durante más de ocho años, a tal punto que las cartas que escribí para denunciar lo sucedido hoy son un expediente de más de 25 mil folios, convertido a su vez en un hito jurídico contra la impunidad en delitos contra periodistas en América Latina.
Los años transcurridos desde entonces me han demostrado que la impunidad es la estrategia de Estado en la que están involucrados más funcionarios, tanto civiles como uniformados, y que sobre ella se cimienta el poder de muchos de quienes llegan al poder.
Sea ésta una oportunidad para renovar mi compromiso con ese otro periodismo que no se transa, que no se vende ni se acomoda, que sigue a pesar del silenciamiento, los ataques, la censura y el miedo, y muy en particular en contra de la impunidad de las graves violaciones de derechos humanos que se cometen en Colombia, incluidos los crímenes contra periodistas.
Quiero por último recordar a Luis Carlos Cervantes, asesinado hace tres meses en Tarazá, cuya muerte es la trágica constatación de que a los periodistas nos matan de muchas maneras. Las primeras balas contra Luis Carlos fueron disparadas mucho antes del pasado 12 de agosto a través de una aguda campaña de descrédito y desprestigio que terminó por costarle el esquema de seguridad y, finalmente, la vida.
Agradezco a la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, la FLIP, el CPB, la Alta Consejería para las Víctimas de la Alcaldía de Bogotá y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación por este reconocimiento, y hago mías una vez más las palabras de George Orwell en su ensayo "¿Por qué escribo?": porque mi punto de partida es siempre un sentimiento de injusticia.
Muchas gracias,
Claudia Julieta Duque
5 de noviembre de 2014
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