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17feb02
Cuando era moscorrofio.
Por Fernando Garavito.
En este país el moscorrofismo es una norma de conducta. Pero, al igual que en la rígida estratificación social que nos caracteriza, hay moscorrofios de primera, moscorrofios de segunda y moscorrofios de tercera. Yo, por ejemplo, soy de tercera. Nací moscorrofio, soy moscorrofio y moriré siendo moscorrofio. Mientras tanto, los moscorrofios de segunda son como Enriquito, Pachito, Rafael, Juan Manuel (ah, y Juanita y Beto) que nacieron en cuna de oro y, debido a sus desaciertos, comenzaron muy temprano su regresión a moscorrofios. ¿Y los de primera? Obvio. Los de primera son como Uribe Vélez, que nacieron moscorrofios y debido a sus desaciertos morirán en lecho de oro.
Uribe. Cuando era moscorrofio se convirtió sin querer en el protagonista de un libro. En efecto, en la página 72 de Los jinetes de la cocaína, escrito por Fabio Castillo, se lee que "también es oriundo de Antioquia el senador Álvaro Uribe Vélez, cuyo padre, Alberto Uribe Sierra, era un reconocido narcotraficante que estuvo detenido en una ocasión para ser extraditado, pero Jesús Aristizábal Guevara, entonces secretario de Gobierno de Medellín, logró que lo pusieran en libertad. Uribe Vélez le otorgó licencia a muchos pilotos de los narcos cuando fue director de Aerocivil". Y más adelante, en la página 76, afirma: "Álvaro Uribe Vélez hizo el lanzamiento público del programa 'Medellín sin tugurios'", sin necesidad de añadir que ese fue el plan de vivienda financiado por Pablo Escobar y sus secuaces.
Que yo sepa, nunca el implicado desmintió tal versión. Pues bien, esta sería una oportunidad única para hacerlo. No sustento la denuncia de Castillo. Digo simplemente que un candidato que se perfila como el próximo presidente de la República no puede llegar a la primera magistratura de la nación con esa sombra a cuestas. Candidato, cualquiera lo sabe, es una palabra que tiene su origen en la antigua Roma, donde los señalados para ocupar un cargo público debían cubrirse con una túnica blanca para significar que no tenían en su vida una sola mancha de qué avergonzarse. Ese debería ser el proceder de Uribe. Que desmienta tal especie, aun corriendo el riesgo de que alguien le recuerde el día en que lloró en el Senado.
¿Qué cómo es el cuento? El cuento es simple. En diciembre de 1989 el gobierno Barco presentó ante el Congreso un proyecto de reforma constitucional al que el país, una vez aprobado, debía convalidar por referendo. En ese instante vivíamos una crisis de proporciones, provocada por el magnicidio de Luis Carlos Galán, ocurrido cuatro meses antes. Fue entonces cuando en la Cámara de Representantes, un godo oscuro, Carlos Pineda Chillán, con el aval de 21 congresistas (entre ellos Jairo Ortega Ramírez, Ernesto Lucena Quevedo, Jaime Arizabaleta Calderón, César Pérez García, Tiberio Villarreal y otros de similar catadura), le colgó un mico que ordenaba incluir en el temario del referendo un punto mediante el cual se rechazaba la extradición. El ministro de Gobierno de ese entonces, Carlos Lemos Simmonds, denunció la maniobra y en un valeroso discurso sostuvo que, de aprobarse, el Congreso se entregaría a los narcos "atado de pies y manos". Pero el mico, con ponencia positiva de Mario Uribe -tenía que ser-, pasó sin problemas hasta la plenaria del Senado, donde Álvaro Uribe Vélez (y no es un homónimo) lo defendió ante sus asombrados colegas con voz quebrada y lágrimas en los ojos. ¿Qué y quién se escondía detrás de sus palabras? Hasta el momento nadie ha dicho ni pío. Sería por lo menos prudente que el candidato le diera la cara al país y contestara.
¿Y en qué para el cuento? En que ante el peligro de provocar "una carnicería", como sostuvo Lemos Simmonds, el gobierno retiró su proyecto. Y todos iniciamos de inmediato nuestro proceso habitual de perdón y olvido.
[Nota: Columna publicada en la página de Opinión de El Espectador, el domingo 17 de febrero del año 2002]
Este documento ha sido publicado el 11ene03 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights