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15ene03


Censor y piltrafa.


Por Fernando Garavito.

El domingo anterior, cuando estaba seguro de haber pasado definitivamente al olvido, el director de El Espectador resolvió rescatarme del anonimato y devolverme al chaleco y corbata de las letras de molde. De esa manera vine a saber, y vinieron a saber sus lectores, que la decisión de prescindir de mi columna, que él había presentado ocho días atrás como una "renovación editorial en las páginas de opinión", era simple y llanamente una censura. Ese laberinto no lo podría sustentar nadie que no utilizara la difícil prosa del director.

Después de romperme lo poco que me queda de cabeza, yo, que soy el primer interesado, le saqué el sentido. Es este: yo no censuro, pero censuro, por lo cual si censuro, no censuro. De esa manera, debió pensar él, quedarían incólumes los sagrados principios de la libertad de prensa, la actitud democrática del censor, el prestigio del periódico, el sabor de la cerveza, y el futuro de una actividad sobre la cual se ha dado un sonoro campanazo que por ahora sólo le ha roto los tímpanos al directamente involucrado.

Pero el periódico respeta la opinión de los demás. Para demostrarlo, ahí estuvieron las cartas de los lectores, y el artículo de Alfredo Molano y el equilibrio de Lisandro Duque y la addenda de Ramiro Bejarano. A todos muchas gracias. A pesar de lo cual haré aquí, por una única vez, unas ligeras aclaraciones.

En efecto, hablamos de algo mucho más complejo que el derecho de un individuo a expresar su opinión en un medio del que no es accionista. A los señores de Bavaria les tiene sin cuidado que el artículo de marras sea rigurosamente exacto en lo que dice. A ellos lo que les importa es que el reajuste del precio de la cerveza no se vea afectado por la actitud libertaria de un individuo indeseable. Al precio se le sacrifica todo, y en primer término la verdad. ¿O me quieren decir ustedes que el negociado del Banco del Pacífico no fue como quedó dicho en ese artículo, y que los principales implicados, que deberían estar en la cárcel, no son hoy los ministros y embajadores más destacados del régimen? Si yo llamé a esos individuos "delincuentes de cuello blanco" es porque lo son.

La denominación, con base en la cual Bavaria censuró mi artículo y prescindió de mi columna, se ajusta en un todo a la verdad. Por lo menos a mi verdad. Y era mi verdad la que yo decía en mi espacio y mi verdad la que hubiera podido ser demandada por cualquiera de los implicados. Me gustaría que hubiéramos llegado a esa instancia.

Que el poderoso mininjusticia o Morenito resolvieran llevarme ante los tribunales. Todavía hay jueces honorables en este país y ante uno cualquiera de ellos podrían aclararse muchas dudas, muchos malos pasos, muchas iniquidades. Pero Bavaria resolvió que no, y en el seno de su junta directiva señaló hasta qué punto llegaba la libertad de un periódico que, según cree, es de su propiedad. Como la tercera parte del país, porque las otras dos terceras se la reparten los otros dos poderosos grupos económicos, dado que el resto ("y el resto vale menos") pertenece a los paramilitares y el resto a los guerrilleros, y lo que sobra a los políticos. Para nosotros sólo el silencio. Y el exilio. Y el hambre.

Delincuentes de cuello blanco. Porque si fueran de ruana y pulga tampoco estarían en la cárcel. ¡Si en este país no condenan absolutamente a nadie! Por eso aquí todos somos "presuntos". Pongamos un ejemplo cualquiera: el de los violadores sexuales. ¿Cómo se les diría a los incriminados por ese delito? ¿Presuntos señores violadores sexuales? Pablo Escobar, el peor criminal que haya conocido la América Latina en toda su historia (en el norte está Kissinger), murió sin que un solo tribunal hubiera dictado contra él una sentencia condenatori

Entonces, según el director, ¿tendría que decirle "don Pablo"? Pues no. Como no es "comandante" el próximo senador Castaño, que a pesar de la reinserción, del diálogo, del beneplácito del estrato 6, y del cómplice proceso de paz del gobierno, siempre será un criminal desalmado, un narcotraficante confeso y un psicópata absurdo. Y como los violadores sexuales no son "señores violadores sexuales" sino sujetos despreciables. Ahora, me pregunto, si yo hubiera calificado a Morenito y a sus secuaces como "presuntos criminales de cuello blanco", ¿conservaría mi columna? Y, en tal caso, ¿el director conservaría su prestigio?

Les puedo asegurar que no. En todo esto importa la libertad de opinión pero también importa la verdad. El plinio tenía una opinión, pero ¿a alguien le importaba la opinión del plinio? A muy pocos, que yo sepa. Tal vez a los generales Millán y Del Río, y a Pedro Juan Moreno y a Marulanda y al chapetón Aguirre. La sola enumeración muestra algo oscuro: esa es la sociedad de la mentira. Es necesario señalar que los medios de información tienen que mantener una distancia sideral respecto de los grupos económicos, sin que ellos mismos lleguen a convertirse en grupos económicos.

Un medio de información, pertenezca a quien pertenezca, es únicamente de sus usuarios. Colombia entera se escandalizó cuando El Espectador fue vendido al mejor postor. En ese momento, Bavaria creyó comprar una tensión espiritual, una forma de ser, una historia escrita con sacrificio y con verdad. Pero no. Eso no se compra jamás. El grupo compró, tal vez, unas instalaciones, y es posible que hoy sea dueño del edificio, y que el director sea tal vez el director de un señor de apellido Lesmes.

Sin embargo El Espectador de verdad, ese que se grita por la calle y se recuerda como una antorcha encendida en los días aciagos, es tan nuestro como pueden serlo el aire o las tormentas. Lo leeremos o no lo leeremos, ese es otro problema. Pero no queremos que lo sigan convirtiendo en la última piltrafa del país que ellos emborrachan cada día.

Enero03


DDHH en Colombia

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Este documento ha sido publicado el 5feb03 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights