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DERECHOS


22sep02


Sentencia a lo Cínico Caspa

Por Fernando Garavito


El juez 7º especializado de Bogotá acaba de dictar una extraña sentencia. Para que un periodista muera en ejercicio de su profesión, dice él, es necesario que lo haga con la libreta de apuntes en la mano. O con la grabadora prendida. O con la pregunta a flor de labios. O con el esferográfico en medio de una palabra. Si Jaime Garzón hubiera tenido todo eso listo y hubiera escrito "A mí me mataron los milit", quién sabe cuál hubiera sido la decisión del juez. Pero no. Para el juez es definitivo que Jaime Garzón, el periodista más versátil e imaginativo de Colombia en los últimos años, haya muerto cuando iba manejando su vehículo. Decide entonces que el crimen no tuvo nada qué ver con el ejercicio de su profesión y descarta cualquier finalidad terrorista. Las consecuencias del dictamen son curiosas: como Garzón fue acribillado mientras conducía, no era periodista sino chofer. Y como monseñor Duarte Cancino no estaba celebrando misa sino que se encontraba en el atrio donde se paran los mendigos y los vendedores ambulantes, no era cura sino mendigo o vendedor ambulante. Y como los magistrados de la Corte Suprema no estaban reunidos en sala plena sino cada uno en su oficina, no eran magistrados sino oficinistas. Etcétera.

El juez, doctor Ballén Silva, ha sentado uno de esos principios que jamás se olvidan. Como el del fiscal Ñungo Álvarez ¿se acuerdan ustedes?, que en pleno estatuto de seguridad de la dictadura de Turbay resolvió que la presunción de inocencia se desvirtuaba cuando se dictaba una simple medida de aseguramiento. El país entero se rió de semejante absurdo. Y lo hizo porque en ese entonces todavía era posible la risa. Con Garzón se acabó

¿Qué se esconde detrás de la decisión del juez especializado? No me atrevería a aventurar ninguna hipótesis. Pero recuerdo que el actual vicepresidente de la República, doctor Pachito Santos, dijo el 22 de agosto de 1999 que el crimen había sido cometido por la "extrema derecha". Esa opinión provocó la ira del alto mando militar, que convocó a una rueda de prensa para pedir que buscaran a los asesinos por otro lado. ¿Por qué lo hizo? El doctor Pachito hablaba de la extrema derecha. ¿Por qué los militares se matricularon en ese grupo e intentaron lavarse las manos? ¿No hay un sabio refrán que dice "explicación no pedida, acusación manifiesta"? En su momento, todo eso se silenció con mano férrea. Pues bien, a esa bruma espesa se suma ahora la de esta sentencia. El caso, según el juez, debe pasar de la justicia especializada a la ordinaria. Estaría bien que así fuera, si las motivaciones fueran otras: ya es hora de que la justicia especializada desaparezca de la faz de la tierra. Pero en este crimen se trata de un exabrupto. Palabras más, palabras menos, para el juez, Garzón murió en un vulgar intento de atraco y el acto no fue terrorista porque no estalló ninguna bomba. Por favor, ¿en qué país morimos?

No es necesario recordar a Garzón. Tampoco es urgente rendirle un homenaje. Noche tras noche todos los colombianos sabemos cuánta falta nos hace en el momento mismo en que prendemos el televisor. Él solo, como dijo León Valencia, era "otro movimiento civil por la paz". Lo mataron porque una sociedad absurda como la nuestra no pudo resistir su mordacidad, su lucidez, su burla consistente, su rabia contenida. Y el país entero, que salió a la calle a protestar con una honda herida interminable en el corazón, sabe quién lo mató. Y calla.

Me he negado sistemáticamente a comentar las decisiones judiciales que no se ajustan a mi manera de ver las cosas, porque no quiero que me contagie el peligroso virus del plinio. Pero en este caso, tengo que decir, con el juez Ballén, que el asesinato de Jaime Garzón no fue el de un periodista. Y, en contra del juez Ballén, que fue el del mejor periodista. Su crimen no puede quedar impune.


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Este documento ha sido publicado el 24sep02 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights