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22mar10


La última lectura de Clodomiro Castilla


Clodomiro Castilla leía en la terraza de su casa y ni siquiera tuvo tiempo de atisbar su muerte, de escuchar el sonido de las balas que en medio segundo interrumpieron su vida y su última lectura. Los sicarios que lo mataron este fin de semana usaron un silenciador para no despertar sospechas, para huir a tiempo, para no llamar la atención de los oficiales de policía que hacían guardia a un par de metros del escenario del crimen.

Clodomiro era periodista y trabajaba en Montería, uno de los santuarios del paramilitarismo, la patria chica de algunos de sus grandes capos, como Salvatore Mancuso. Durante años Clodomiro encendió el ventilador de la parapolítica, y aireó con nombres y apellidos los nexos, los lazos podridos entre los políticos de la región y los paramilitares de ultraderecha. Así que todo el mundo sabe o se imagina quién está detrás del crimen, quién pagó al par de sicarios adolescentes que apretaron el gatillo y huyeron a cara descubierta y en moto, como manda la ley del buen sicario. Todo el mundo lo sabe o lo imagina, pero nadie lo dice en público, porque en Montería respetar la ley del silencio es casi un mandamiento si quieres llegar a viejo.

Clodomiro ya no deslizará su pluma afilada por las páginas de El Pulso del Tiempo, el periódico que regentaba y dirigía. Y sus palabras dejarán de oírse en La Voz, la emisora que durante años fue también una caja de resonancia contra los desmanes de los paras y el cinismo cómplice de buena parte de la clase política.

Se fue Clodomiro, y con él son ya doce los periodistas asesinados en los últimos seis meses en esta parte del mundo sin que nadie haga nada para evitarlo. Llega la hora de las quejas, de los lamentos y de los buenos propósitos, como la millonaria recompensa que ha anunciado el presidente Álvaro Uribe por pistas que den con los asesinos. Demasiado tarde para Clodomiro, un hombre valiente que fue por la vida con la verdad por delante, y al que la vida y sus enemigos no le han perdonado que llevara a rajatabla precisamente eso: contar la verdad.

De su muerte me enteré por Pedro Cárdenas, otro hombre valiente, otro periodista independiente, con pocos medios, que prefiere pasar hambre y penurias para contar lo que está pasando sin someterse al bozal y a la censura de los grandes medios. Pedrito me habló con la voz entrecortada, sabiendo como sabe que él también está en el punto de mira de algún sicario por la misma razón que llevó a la tumba a su amigo Clodomiro: por destapar la escandalosa relación entre políticos y paras en muchas zonas de este país. Cuesta escuchar a Pedro, cuesta creerle cuando te cuenta convencido que tarde o temprano lo matarán, porque airear determinadas verdades sale muy caro en Colombia. Cuesta creerle cuando te cuenta que el periodismo, para él, es como una enfermedad terminal, como una droga a la que está enganchado y que irremediablemente -sostiene - acabará con su vida.

Pedrito Cárdenas conocía bien a Clodomiro, un hombre íntegro y honesto que hace un tiempo renunció a la escolta del Gobierno porque estaba harto de vivir con la esclavitud de las sombras. Su esposa dijo que Clodomiro se cansó, y que su única escolta -según decía- era Cristo. Y algo va rematadamente mal en este país-debe pensar Clodomiro- cuando ni Cristo puede ahuyentar a los sicarios para salvarte la vida.

[Fuente: Por Luis Pérez, Bogotá, 22mar10]

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