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El retorno definitivo del Chico Díaz por Carlos Jorquera
Esta suerte de "réquiem" en memoria, de Mario Díaz Barrientos fue publicado por El Diario de Caracas, el 21 de agosto de 1988, bajo la forma de una carta al cónsul general de Chile en Venezuela:
Fíjese señor cónsul que murió Mario Díaz Barrientos, el Chico Díaz. ¿Se acuerda de él? Era muy bajito de estatura, con unos anteojos que le sobresalían de la Cara, bastante canoso y de un caminar tan pausado que delataba la gravedad de su enfermedad. Ya estaba cerca de los setenta años y, según usted, era un "peligro" para la estabilidad de un gobierno manejado por militares de buena salud. Seguramente que usted, con su consular perspicacia, se dio cuenta de 16 mal que estaba el Chico Díaz cuando le ordeñó que ingresara en su despacho.
Horas antes de que el Chico Díaz se dirigiera a Maiquetía a tomar el avión a Buenos Aires (ahí estaba viviendo últimamente, porque es la capital que queda más cerca de nuestra patria) algunos periodistas --venezolanos y chileños-- nos tomamos los rituales tragos de despedida. Porque, para nuestro gremio, el Chico Díaz era un colega del cual podíamos enorgullecemos, roda su vida desde que sé inició, nada menos que en El Mercurio de Valparaíso, el Chico no fue otra cosa que periodista.
Ese era el único "ista" que le correspondía (fuera de "antifascista", naturalmente). Todos los demás (ultrista, terrorista, tercermundista, cepalista, etc.) usted, debe saber, tan bien como nosotros los periodistas, que son puros cuentos. El único armamento que empleó el Chico en toda su vida fue la máquina de escribir.
Bueno, en esos últimos minutos con el Chico Díaz él nos relató la curiosa entrevista que, sin solicitarla, acababa de tener con usted . Estaba en el Consulado de Chile renovando su pasaporte y entonces usted ordenó que entrara en su despacho para remacharle --con energía semicastrense, pero sin insultos, hay que dejarlo claro-- que le estaba terminantemente prohibido hasta el menor intento de pisar suelo chileno.
Por supuesto que una iniciativa como la suya tenía que extrañar al Chico Díaz y también a nosotros, sus colegas de varios países. No era para menos. Porque fue la primera respuesta, aunque verbal, a las 22 (veintidós) solicitudes de ingreso a Chile que había presentado, tanto en Caracas como en otras capitales latinoamericanas.
Y algunas de ellas, nada más que por 30 días, como cuando murió trágicamente su yerno y él quiso estar al lado de su hija. Eso, cualquier padre lo comprendería.
Bueno, señor cónsul, le estaba diciendo que el Chico Díaz, horas después de hablar con usted, murió en Buenos Aires. No alcanzó a abrir la puerta de su casa. Murió en la calle.
Está demás señalar que la embajada chilena en Argentina no se dio por notificada de un hecho semejante. Pero no importa mucho porque los periodistas argentinos se hicieron cargo de sus restos, y el sábado pasado lo velaron en su sede gremial y le rindieron los honores que el Chico Díaz se merecía.
En Buenos Aires estará hasta que los periodistas que sobreviven en Chile consigan que las autoridades permitan que ingrese su ataúd tan pequeño, para que el Chico Díaz pueda ser sepultado junto a otros colegas que supieron honrar nuestro oficio.
Entonces, es bueno que usted sepa que, a lo peor, el Chico Díaz no va a cumplir las instrucciones que usted le impartiera, con funcionario placer. Porque es probable que, después de 12 años de exilio, consiga regresar a Chile. Muerto, claro está. Pero para usted, señor cónsul y para sus mandantes, nunca ha habido mucha diferencia entre la vida y la muerte. Siempre que se trate de vidas ajenas, naturalmente.
Y yo le quería decir esto públicamente porque, también como periodista exiliado, ahora tengo un miedo nuevo: que usted me ordene pasar a su despacho cuando vaya a renovar mi pasaporte".
Carlos Jorquera, periodista, amigo de toda la vida del Chico Mario Díaz Barrientos.