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Carmen Correa:
Mi amiga, "La Correa"por Marcia Scantlebury(*)
Nombre
Carmen Correa MorenoLugar y fecha de nacimiento
Santiago, 26 de abril de 1942Especialidad
Periodista de la Universidad de ChileLugar y fecha de muerte
Buenos Aires, diciembre de 1989Actividades
Trabajó en Canal 13, radio Portales, agencia ORBE, la UNCTAD, Clarín y Editorial Perfiles de Buenos Aires. Vivió largo tiempo en Roma. En sus últimos años escribió novelas eróticas de gran éxito en Buenos Aires: bautizaba a los personajes con el nombre de sus amigos.
La Carmela, o La Correa, fue un personaje del tiempo de las utopías de los ' 60 y '70. Egresada de la Universidad de Chile e inmensamente popular, Carmen Correa Moreno brillaba en los medios periodísticos de la izquierda chilena por su pluma inteligente, incisiva y graciosa. Era también protagonista recurrente de episodios intensos y divertidos que filtraban su desparpajo y sensibilidad.
La conocí en Roma, aunque ella no formaba parte de la cotidianidad del grupo de exiliados que nos reuníamos, telefoneábamos, recortábamos, archivábamos y tecleábamos creyendo apurarla, vuelta de la democracia en Chile. Un día apareció en el superpoblado cubículo del MIR. Fue como ver entrar a "la Yayita" desparramando alegría y belleza criolla. Instantáneamente establecimos una corriente de simpatía y complicidades.
Carmen vivía en Roma con el genial dibujante argentino Haroldo Conti, Oski. Se conocieron en Buenos Aires, cuando La Correa emprendió su auto-exilio mucho antes del golpe militar. Carmen ya era una experimentada porteña cuando llegó el torrente de compatriotas, entre ellos decenas de sus amigos, a quienes ayudó a ubicarse y a alojarse. Cuando comenzaron las desapariciones y las cosas se complicaron, Carmen se fue a Barcelona para reunirse con Oski, quien se le adelantó en la partida. Luego, cambiaron Cataluña por Roma.
Risas y lágrimas
Nuestra amistad fue sólida y divertida. No nos veíamos mucho, pero cuando lo hacíamos alivianábamos la carga riéndonos juntas de los gajes propios y ajenos del destierro. Aprovechábamos las delicias estéticas y culturales del entorno romano para recorrer el centro histórico. Almorzábamos en casa de Jorge Pina, cerca de la Piazza del Poppolo, e intercambiábamos datos y anécdotas periodísticas. Un día se consiguió la dirección de Marcelo Mastroianni y, haciendo honor a su fama de reportera tenaz, fue, tocó el timbre, y cuando el actor le abrió la puerta, "la Carmela " comenzó su entrevista, así sin más, en el salón de la casona.
También compartimos días sombríos. Como una mañana de invierno en que compartimos un paseo triste y hermoso, de esos en que todo lo que se adivina y se da por sabido, se dice fuerte, en que se comparten miedos y dolores y el afecto se multiplica. Sin disimular las lágrimas, la Carmen insistió en que lo único que podría hacerla feliz en ese instante era un caldillo de congrio en San Antonio. Transamos, ella por un remedo italiano del plato añorado, acompañado de una botella de vino de tercera, y yo, una aceitosa porción de ñoquis con una lata de coca cola, en una caleta cerca de Roma.
Disfrutando del espectáculo que nos regalaba el mar embravecido y esperando que cesara la persistente y fina llovizna que azotaba los ventanales del local, conversamos hasta el atardecer. De lo que habíamos tenido y perdido y de lo que todavía queríamos tener. Supe de su tormentosa relación con el periodista Augusto Carmena, el Pelao; de lo que le había costado superarla y, más adelante, asimilar su muerte a manos de la policía de Pinochet; hablamos de su difícil y hermosa convivencia con "el Oski", como lo llamaba; de la estrecha relación que la vinculaba a su familia, y de nuestra nostálgica y porfiada identidad. A la vuelta, en una tienda cerca del Panteón, nos compramos dos polleras de franela violeta con la plata del mercado y, obedeciendo a un pacto implícito y sencillo, nunca más mencionamos ese melancólico y lloroso almuerzo invernal.
Después, Oski viajó a Buenos Aires a un encuentro de humoristas. Y a los pocos días Carmen se enteró que los médicos le detectaron un tumor maligno. Se le vino el mundo abajo. Cuando pudo partir, los pronósticos para el enfermo no eran alentadores. La despedida fue triste y angustiosa. Regresó viuda.
Muy pronto hizo sus maletas para retomar a Argentina. Su segunda partida era definitiva...
Buenos Aires, otra vez
Dos años después, viajé a Argentina desde Costa Rica para participar en un congreso. "Avisada oportunamente", Carmen me esperaba en Ezeiza. Apenas traspasé el portón de
la aduana la divisé radiante, enfundada en una sudadera azul rey y con una enorme pancarta en la mano que decía "Viva la Marcia"
"¿No encuentras que estoy picha caluga?" me dijo apenas me acerqué, girando entre risas y abrazos, para que apreciase su esbeltez. Luego, aprovechando el lento trayecto de la buseta, me proporcionó los detalles de su recién estrenada felicidad, ponderándome lo estimulante que le resultaba el amor de su nueva pareja, el laboratorista argentino Norberto Kriemkewickz.
Alojé en el lindo departamento que habían organizado los enamorados en la calle Luis María Campos. Fui testigo del éxito profesional de Carmen que entonces escribía en revistas de la editorial Perfil y luego en el diario Clarín. Colaboraba también en La Época, cuya sección cultural dirigía su gran amigo Mariano Aguirre, con cuyo nombre bautizó personajes de exitosas "novelas pomo: Y me contagié de su alegría. Nos arrancábamos, yo de mi reunión y ella de su trabajo, para meternos incansables en librerías, boliches y tanguerías.
Norberto nos acompañaba con santa paciencia, disfrutando también y sin interrumpirnos. Observaba y celebraba en silencio la espontaneidad y los arrebatos de terrorismo verbal de su mujer. Un día nos visitó un colega chileno que llegó vestido con los tradicionales pantalones de franela gris, la chaqueta azul marina cruzada y cara de tonto grave. Apenas tomamos el taxi que nos llevaría a un restaurante, ignorando el bochorno de nuestro fruncido acompañante y el desconcierto del conductor, la Carmen ordenó perentoria: "Urgente. Al Hotel Valdivia".
Carmen se asomó a la vida de Norberto Kriemkewickz a fines de 1971, paradójicamente en casa de Oski. Había llegado a Buenos Aires a fines de los '60, cuando todavía gobernaba Eduardo Frei Montalva, "creo que para alejarse del Pelado ", comentó él. "Recuerdo el buen humor de la reunión. Además de los amigos de siempre, llamó mí atención una morocha de rostro aindiado que hablaba poco y que nadie me había presentado. Esa fue la noche en que conocía Carmen Correa".
"El reencuentro se produjo recién en 1976. Oski estaba enfermo y necesitaba unos exámenes. La segunda o tercera vez que fui a sacarle sangre crucé un saludo con Carmen que estaba lavando platos en la cocina. Días después de su muerte llamé a la casa de una amiga y ella, que estaba quedándose allí, contestó el teléfono. La escuché triste y quedamos de encontrarnos en un café de San Martín y Corrientes. En el par de horas que compartimos esa mañana empezó lo nuestro. Seguimos viéndonos diariamente hasta su partida a Roma. Luego vinieron las cartas y los telefonazos, hasta que en enero de 1980 ella volvió y nos pusimos a vivir juntos".
Los últimos días
De vuelta en San José, no me sorprendió la noticia: la Carmen anunciaba que sería mamá a los 40. Luego de sus consabidos encabezamientos --"Carne de prostíbulo", "Mujer sin Dios ni ley", "Cariño malo"--, venían verdaderos partes médicos. Recibí fotos de su perfil creciente a los tres, seis y nueve meses de embarazo. Y me enteré hasta de "los piluchos" que su mamá le enviaba desde Chile. En agosto de 1981, como broche de oro, Juan llegó al mundo sin contratiempos. Y, si bien Norberto ya tenia hijos, compartió desvelos y saboreó con "la Carmela" todas las gracias del precioso recién nacido. Fue un tiempo pleno.
Los últimos años, de vuelta en Santiago con mi marido y mis hijos, nos visitamos muchas veces en Chile y Argentina. Conocí a los padres de Carmen y ella a los míos. Viajamos juntos y polemizamos, como todos los retornados, sobre las pestes y bondades de la anhelada transición. En 1985 me enteré que a Carmen la operarían de un cáncer de mama. La noticia me desconcertó y me negué a aceptar la idea de su gravedad. Total, detectado a tiempo, ese cáncer tenía cura y, además... ella era quien desparramaba más energía. Le sobraba vida. Tendría futuro para regalar.
Sin embargo, la realidad me golpeó duro. Carmen se consumía. Las cosas fueron de mal en peor. Le diagnosticaron metástasis ósea. Nuestros encuentros comenzaron a ser impredecibles. El ánimo de esta maravillosa mujer subía y bajaba. La veía irritable y sensible. A pesar de sus intentos por derrotar la autocompasión, percibía su rabia, su impotencia, sus ¿por qué a mí? y sus denodados e inútiles esfuerzos por quedarse...
La última vez que nos vimos en Buenos Aires a principios del 89 ella seguía asustada, pero la noté optimista. Norberto estaba trabajando y la noche previa a mi vuelta a Santiago salimos con otra amiga argentina. Después de comer en Los Carritos y tomarnos un café en el Tortoni, donde varias parejas de octogenarios bailaban un chimi desenfrenado --valga la ironía--, fuimos a dar a un decadente boliche del centro. Un melancólico cantor que equilibraba un desteñido bisoñé, martillaba tangos dramáticos y sambas tristonas en un piano desafinado. Decidimos tomarnos el local. Convencer al artista fue lo de menos. Cambiamos la música y bailamos salsas y merengues hasta pasada la medianoche.
En septiembre de ese mismo año recibí una postal que ella había descubierto en la feria de San Telmo. Dos sesentonas vestidas con ropa de principios de siglo posaban rígidas y elegantes para un fotógrafo invisible. En ella me escribía «¿Ves? Estas somos nosotras en unos cuantos años más. La más alta, seria y distinguida de la izquierda eres tú y, a la derecha, la bajita de sonrisa coqueta y misteriosa soy yo. ¿Crees que todavía estaremos hablando de las bondades de la UP y de los chicos del MIR? Cariño malo: no me traiciones. Carmen ". Tres meses después supe que ella me había traicionado. Recibí la noticia de su partida.
Marcia Scantlebury es periodista, formada en la Universidad Católica.