Alfonso Alcalde
Morir es la noticia

Tango por Alfonso Alcalde

por Oscar Vega(*)
Nombre
Alfonso Alcalde Ferrer
Lugar y fecha de nacimiento
Punta Arenas, 28 septiembre, 1921
Especialidad
Escritor y periodista
Lugar y fecha de muerte
Tomé, 5 de mayo de 1992
Actividades
Colaborador de El Sur, Ercilla y Vistazo, «jefe de radio» de la campaña presidencial del Dr. Salvador Allende (1964), jefe de prensa en radio Bío Bío de Concepción, guionista de radio Simón Bolívar, profesor de Periodismo en la Universidad de Concepción, creador de la colección "Nosotros los chilenos" de Editorial Quimantú y guionista de Canal 13, entre otras. Autor de unas 25 obras literarias, entre ellas Panorama ante Nosotros.


Aquí al otro extremo del hilo su náufrago exiliado tomesíno, en una mañana de crudo invierno. No dejaré caer esta vez una sola lágrima, ni estiraré la mano, me escribía Alfonso Alcalde en mayo de 1990. Dos años más tarde se autoeliminó, ahorcándose tras la puerta de su lúgubre vivienda, apenas un cuartucho. Cumpliría 72 años de una vida azarosa, lúcida y, sobre todo, marginal.

Brillante periodista de la generación de Luis Enrique Délano, Tito Mundt, Alfredo Lieux y Sergio Pineda, supo mezclar su poderosa vocación de comunicador social con la de escritor prolífero. De lo último, entre cuentos, narraciones y poemas, sobresale un libro voluminoso y esencial que algún día deberá ser rescatado del tradicional olvido chileno: El panorama ante nosotros.

Alfonso Alcalde

Alcalde viene también de la caudalosa corriente de intelectuales cuyo centro histórico en este país se remonta al mítico 1958. Es un autodidacta en el oficio que inicia como espléndido cronista en publicaciones como el semanario Vistazo, de la antigua --y mejor-- revista Ercilla o de los buenos momentos de los suplementos dominicales del diario El Sur de Concepción.

No obstante, cultivó una corriente más interesante, por desgracia efímera: su intensa labor como guionista y libretista de la radiodifusión, en especial en las antiguas emisoras regionales de Concepción. Se prodigó en la radio, una actividad que utiliza el sonido y en que la palabra nace y al segundo se volatiliza, sobreviviendo a salto de mata en tiempos de criba. Era una época en el dial exigía oportunidad y eficacia y se carecía de toda esa tecnología sofisticada que hoy aparece como normal. En ese periodismo radial, Alcalde y los de su época utilizaron el riesgo, la vivacidad e incluso la insolencia. Pero ante todo, eso sí, explotaron y optimizaron un recurso olvidado con frecuencia: la imaginación.

Su paso por la radiodifusión penquista dejó una escuela antes de los '60, cuando Concepción despertaba del pesado sopor provinciano y se desarrollaba velozmente la acerería de Huachipato, reagrupando nuevos núcleos de obreros industriales venidos del campo. La universidad local, entre tanto, saludaba a los tiempos inaugurando renovadas actividades. Se producían encuentros nacionales e internacionales de escritores conducidos por el poeta Gonzalo Rojas. La vida académica saltaba desde los claustros para ligarse a problemas concretos y vigentes de la cuenca económica de cinco provincias en la región del Bío-Bío.

Era la época en que todo parecía posible. En la plástica emergen las primeras obras de Santos Chávez y las dramáticas pinturas de Julio Escámez. En ese estado de vigilia nace también un periodismo radial ambicioso. La antigua emisora Simón Bolívar trasmite noticiarios perfectamente redactados y un programa dominical. Ráfagas, que logra sintonía absoluta. En toda esta tarea surge el talento de Alcalde. Hizo inolvidables crónicas en vivo narrando las peripecias de vecinos, pescadores, artesanos o soldados díscolos. Impactante fue su reportaje radial a la guerrilla cubana que mantenía en vilo al mundo a fines de los '50. En una memorable entrevista se pudo escuchar en Concepción la voz de Fidel Castro, desafiando desde la Sierra Maestra a uno de los más tenebrosos tiranos paridos por este continente. Otros programas de aquellos tiempos semi aldeanos fueron Así trabajo yo, La sal de la noticia, Nosotros decimos, Concepción de antaño, En los tiempos del ñauca...

Alcalde, nacido el 28 de septiembre de 1921 en Punta Arenas, ingresó al colegio inglés local, donde desarrolló también estudios de piano. A los doce años, su padre --el español de La Rioja Ángel Alcalde-- lo envió a Santiago para que siguiera estudiando. Pero la ola de su destino lo hizo dejar atrás la aburridas salas liceanas, inundadas de retórica y autoritarismo. Parte al Chaco argentino, inicia una vida trashumante, desempeña variados y picaros oficios. Córdoba, Tucumán, Salta, Jujuy, Buenos Aires e, incluso, Oruro, conocen a este pintoresco linyera. Cual un beatneak, deambula en trenes de carga, se alimenta en paupérrimos mesones y trata con mil rostros diferentes. Fue cuidador de plazas, mozo de restaurante, ayudante de mineros y, en momentos más apremiantes, «cuervo» de alguna incierta empresa funeraria. Enfermó de paludismo y, gracias a los oficios de Marta Brunet, funcionaría de la embajada chilena allende los Andes, fue repatriado en barco a Valparaíso.

A los 85 años de edad convalece de tuberculosis en un sanatorio de la precordillera. Repuesto, inicia otro extraño peregrinaje al sur. Elige Concepción como «ciudad adoptiva» y constante geográfica de su vida. Aquel sitio elegido para vivir o malvivir, fue su refugio de atormentados amores o de largos reposos frente al mar de la caleta Coliumo. Y allí fue también donde desarrolló una vocación literaria que, literalmente, lo consumía. Escribió entonces Balada para una ciudad muerta (1947), con prólogo de Pablo Neruda, pero el texto, a poco de salir de la imprenta, fue devorado por las llamas. Alcalde festejó el libro entre amigos quemando íntegra la edición: «un texto inmaduro y precipitado» declaró a los preguntones.

De aquella Balada... nació más tarde (1969) El panorama ante nosotros, ambiciosa visión de la brumosa ciudad, el ancho Bio-Bio y su caudal de historia indígena; las raíces sociales, pero también un original texto comprometido con todos los avatares, angustias y esplendores del amor en la pareja humana. Sus años corrían entre literatura, periodismo y amores tormentosos.

Juana Briones, pintora argentina, fue su primera cónyuge. Siguen otras briosas mujeres: Marta Uribe, Violeta Serey, Teresa Reyes y Ceidy Uschinsky. Durante esos plazos trabajó también para el gobierno boliviano, época triunfal del Movimiento Nacional Revolucionario. Suya fue una colección de reportajes, El hombre y la tierra (1952), que le abrió las puertas al conocimiento de la poesía quechua y aymará.

Se destacó en el equipo de prensa del inolvidable Luis Hernández Parker, en la antigua radio Cooperativa Vitalicia de calle Bandera 256. También fue uno de los jefes nacionales de prensa en los agitados días de FRAP y de la candidatura presidencial de Salvador Allende, en 1964.

Como escritor, Alcalde dejó unos 25 títulos y buena parte de ellos abordan temas periodísticos. Comidas y bebidas de Chile celebra texturas y sabores criollos, a la manera exaltada y rabelesiana del que fuera uno de sus grandes amigos, el poeta Pablo de Rokha. Otros títulos: Marilyn Monroe que estás en el cíelo. Vivir o morir», testimonio acerca de una tragedia aérea ocurrida a fines de 1972 en Los Andes chilenos, Reportaje al carbón. Toda Violeta Parra, que incluyó una antología con las creaciones de la entrañable autora, recopiladora e intérprete. Hizo una biografía documental de Salvador Allende. En Los sicópatas de Viña del Mar abordó uno de los casos más terribles acaecidos durante la dictadura de Pinochet. Entregó una serie de ocho fascículos, Vivir sin Chile, acerca de los interminables desterrados, confinados y exiliados.

En el estricto terreno literario escribió cuentos que agrupó en libros como Alegría provisoria o El auriga Tristón Carclenilla. Y en poesía dejó títulos como Ejercicios con el tema de la rosa, Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte, junto al Panorama ante nosotros. En el género de las biografías breves dejó su Gente de carne y hueso y en novela, Puertas adentro, publicada en Montevideo.

La literatura de Alfonso Alcalde --tema para la crítica especializada-- tiene, ante todo, agilidad de diálogos y lenguaje. Por doquier asoman los códigos populares. Resplandece un entrañable sentimiento, cultiva la fina ternura, encarando la existencia de personajes populares, los más desposeídos. Por sus páginas desfilan payasos, trapecistas y mujeres de goma, junto a pescadores, maestros chasquillas, ebrios alegres y cesantes. Seres en su mayoría exterminados por la implacable sociedad del subdesarrollo. Alcalde creyó en el valor intrínseco y hondo de los que tienen menos o nada; retrató su derrotismo, sin rencores ni desesperación. En otros textos cultivó el trazo más grácil y aborda otro fenómeno humano, el amor en todas sus miserias y grandezas y en su atroz dramatismo cotidiano.

De personalidad alegre, contagiosa, exagerando hasta la exageración, valga la redundancia, pero también vehemente y solitario, solidario con sus amigos, generoso de bolsillo, fue un tipo de ancha camaradería, un excelente comensal de bulliciosas tertulias no literarias. Sin embargo, por contraposición, aparecían en él los demonios depresivos. Lo uno con lo otro: de la claustrofobia a la libertad, del dolor a la ira y el ensimismamiento y, por ende, de un agudo individualismo, hasta el franco estallido de la carcajada y la abierta comunicación. En suma--lo viví tantas veces-- su carácter era el de un ser humano tierno y frágil que coqueteaba directamente con la genialidad.

Incursionó en el cine documental y en el teatro. De lo último, el grupo Ictus de Santiago, en su montaje de Tres noches de un sábado, se cubrió de aplausos con la pieza final de aquella trilogía, denominada Paraíso para uno. Con posterioridad a su muerte en 1996, el exitoso director Andrés Pérez montó en Santiago La consagración de la pobreza, retablo henchido de vitalidad que narra el mundo popular a partir de la vida y milagros de un grupo circense.

El golpe de estado le sorprendió en Montevideo. Aquellos vientos de muerte cambiaron radicalmente toda vida. Se refugió primero en Buenos Aires, trabajando para la editorial Crisis.

Desde allí, con su amada Ceidy y sus hijos aún pequeños, viajó a Rumania. Fue en Bucarest donde conocimos los avalares del socialismo real y los caminos de una utopía descompuesta. Desde aquel lugar Alcalde y los suyos se vieron confrontados a organizar otro peregrinaje, esta vez a un kibutz de Israel. Pero no hubo reposo ni soluciones: más adelante deambuló por París, no la "ciudad luz", sino aquel enjambre pobre y duro como una joya inalcanzable. Después sobrevivió del comercio de la bisutería y de los collages ofrecidos a los turistas de Ibiza. La vuelta --por fin-- a Chile, en 1979, le marca el comienzo de otro duro trajín: la reinserción. Si el golpe de 1973 lo expulsó con violencia del «horroroso Chile», según el verso de Enrique Lihn, lo obligó a cruzar fronteras --siempre con los ojos puestos en la patria--, este mismo golpe lo enfrenta con otra tremenda realidad.

Este intelectual amaba entrañablemente lo suyo; ninguna copa de vino levantada en la distancia del Viejo Mundo pudo jamás mitigar este recuerdo. Le faltaban el aire y el suelo natal. Pero el país, como a todos los que volvían, no lo recibió en bandeja, ni mucho menos. En un clima asfixiante, inseguro y peligroso, practicó un sinfín de trabajos. Infatigablemente tocó puertas, continuó publicando libros y reportajes, pero ese esfuerzo, la mayoría de las veces superior a los resultados, fue minándolo, inexorablemente. Las crisis depresivas lo aniquilaron. Volvió a su aguda confrontación con la muerte.

"Es una lástima haber quedado al margen. Todavía no tengo máquina de escribir, pero Jaimito el relojero me presta una, modelo 1940, como corresponde. El único problemita, me dijo, es que le faltan todas las vocales, pero mientras tanto se las voy a hacer a mano. Las consonantes a máquina y las vocales a mano, vamos avanzando a pasos agigantados" (carta enviada desde Tomé en mayo de 1990).

Carecía de previsión social, no tenía acceso a ninguna medicina preventiva. A lo largo de sus años de trabajo, como le ha ocurrido a una buena parte de los periodistas de su generación --incluso a muchos de ahora--, dentro de la diabólica maquinaria de las empresas periodísticas les fueron escamoteadas imposiciones y negados sus derechos. Ciertamente contó con la noble ayuda de innumerables amigos y sólo en esa forma pudo, por ejemplo, afrontar los gastos de los achaques de todo orden, sobre todo el que le representaba un progresivo glaucoma. "Ya no me queda otra cosa que entrar a misa y ponerme a llorar; me escribe, parafraseando el tango. Sin embargo, fuerza es repetirlo, anciano, marchito, incluso desorientado, sigue reviviendo ilusiones, acunando proyectos periodísticos destinados ahora, en la recta final, única y exclusivamente a salir del pozo económico.

Aunque también recibiera protección familiar, a estas alturas ya nada es suficiente. Las necesidades sobrepasan su entorno. El optimismo choca con los muchos que se niegan a contestar el teléfono o a responder una carta. En este plano, el optimismo que me comunica en sus misivas finales resulta dramático, a la vez que conserva aún el humor negro. De su vida diaria en Tomé me cuenta:

"Aquí he logrado algunos progresos. Tengo un par de sábanas, de modo que ya no duermo ovillado, en posición fetal. Mí viejo amigo, el fotógrafo Alejandro, me prestó una radio pequeña portátil. Por razones obvias dejé de leer revistas y diarios: ¿Habrá terminado la Segunda Guerra Mundial? ¿Se habrá descubierto la rueda?'

En abril la humedad sureña es persistente. Los vientos huracanados y el frío acunan a este anciano solitario. Sigue en Tomé pero, cual cazador furtivo, aparece a ratos en Concepción. El cansancio y esa depresión le siguen reduciendo. Ahora la caridad escasea de verdad. Y el 5 de mayo de 1992, luego de un mediodía indescifrable, liquida su vida ahorcándose tras la puerta de su cuartucho.

Un final abrupto, estoico, sin lágrimas. Esto último, pienso, no es una mera especulación. Vivimos y trabajamos juntos en demasiadas oportunidades. Por eso mismo, aunque nunca se terminará de conocer a un hombre, creo no equivocarme:

murió estoicamente. Pienso, eso sí, en sus últimos minutos: una reflexión de esplendor y de fracaso, una visión de lo inútil, lo fútil y cuanto queda atrás. Por otra parte, no me cabe duda, lo último que vieron y admiraron los ojos vencidos de éste periodista y escritor fueron la infinitud de olas perdidas en un océano que tanto amó y que, por lo mismo, fue un tema recurrente en sus miles de maravillosos textos.


Oscar Vega Muñoz, periodista y escritor, corresponsal, reportero, editor y director, fue también repartidor de periódicos (Der Tages Spiegel, en Berlín). Trabajó en El Sur, La Discusión, La Nación, La, Tarde, Clarín, Fortín Mapocho, La Época., Hechos Mundiales, Ercilla y Cauce; en Límite Sur (México); en las emisoras Magallanes, Minería, Cooperativa y Del Pacífico. Autor de San Fernando, Chile, Urgente (Santiago, 1972) y Teología de la Liberación en América Latina (Alemania, 1980).


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